Cazadores de luz: La amenaza en las sombras

Bajo el Resplandor Púrpura

La relación entre Nara y Taran se había consolidado en la orilla del mar, donde ella, impulsada por el duelo y el deseo de vivir el presente, le confesó su amor y comprometió su corazón, aunque pensamientos sobre Cale persistían, guardados en secreto. Ahora, en un momento íntimo, Nara y Taran cruzaron un umbral en su relación, un paso que Nara había soñado durante años, pero que se vio empañado por pensamientos intrusos de Cale, dejando un amargo contraste con la ternura de Taran.

La casa de piedra en Tabiada estaba en silencio, salvo por el zumbido lejano del muro de luces y el murmullo del océano. Seli y Tor dormían profundamente en su habitación, agotados tras el día de tensión. Cale y Milo aún no habían regresado del muelle, donde buscaban una barca para acelerar su partida hacia la Aurora. Nara y Taran, tras su conversación en la orilla, habían regresado a la casa, sus manos entrelazadas, sus corazones latiendo con la promesa de un amor que desafiaba la Gran Oscuridad. La confesión de Nara, su decisión de estar con Taran, había encendido una chispa entre ellos, una urgencia de aprovechar cada momento en un mundo donde el mañana no estaba garantizado.

En la habitación que compartían, iluminada solo por una lámpara ultravioleta que proyectaba sombras suaves, Nara y Taran se encontraron solos, la puerta cerrada, el mundo exterior reducido al latido de sus respiraciones. Nara, con su arpón apoyado contra la pared, sentía el peso de la noche, su tatuaje de cenizas brillando débilmente en su piel. Taran, dejando su arpón a un lado, se acercó a ella, sus ojos oscuros llenos de una ternura que contrastaba con su exterior endurecido por años de lucha.

—¿Estás segura? —preguntó Taran, su voz baja, casi un susurro, mientras tomaba sus manos, sus dedos ásperos pero cálidos entrelazándose con los de ella. Había una vulnerabilidad en su mirada, un deseo de protegerla, de asegurarse de que este momento era lo que ella quería.

Nara, con el corazón acelerado, asintió, sus ojos castaños encontrando los de él. —Lo estoy —dijo, su voz suave pero firme—. Te amo, Taran. Quiero esto, contigo. —Sus palabras eran sinceras, un eco de los sueños que había tejido en las minas, pero en su interior, una sombra de duda —la imagen de Cale, su voz llamándola oculta— la inquietaba, y se esforzó por ignorarla.

Taran, conmovido, la atrajo hacia sí, abrazándola con una delicadeza que parecía reservada solo para ella. —Eres todo para mí, Nara —susurró, besando su frente, sus manos acariciando su espalda con suavidad, como si temiera romperla—. Siempre seré cuidadoso contigo, siempre te protegeré.

El tiempo se desdibujó mientras se acercaban, sus movimientos lentos, llenos de cuidado. Taran fue tierno, sus manos guiándola con paciencia, sus besos suaves pero profundos, cada gesto cargado de amor y reverencia. La sostuvo como si fuera un tesoro, murmurando palabras de afecto contra su piel, asegurándole que estaba ahí, que este momento era de ellos. Nara, envuelta en su calidez, se dejó llevar, sus manos explorando el contorno de sus cicatrices, su corazón abriéndose a la intimidad que siempre había imaginado con él. La habitación, bañada por el resplandor púrpura, parecía un santuario, un espacio donde la Gran Oscuridad no podía entrar.

Pero mientras Taran la abrazaba, mientras sus respiraciones se mezclaban y el mundo se reducía a ellos, la mente de Nara traicionó su corazón. Sin quererlo, pensó en Cale —en su sonrisa torcida, en la forma en que la miraba cuando estaba herido, en el calor de su hombro cuando durmió junto a él en la cueva. La imagen era fugaz pero punzante, un recordatorio de los sentimientos que había enterrado al elegir a Taran. En su fuero interno, Nara se molestó consigo misma, una oleada de frustración y culpa. Este es el momento que siempre soñé, pensó, con Taran, el hombre que amo. ¿Por qué pienso en Cale? La culpa la golpeó, porque Taran era todo lo que había querido, su ternura un regalo en un mundo roto, y sin embargo, no podía disfrutarlo plenamente, no como había imaginado en sus sueños de juventud.

Taran, ajeno a su lucha interna, continuó siendo gentil, sus manos sosteniéndola con cuidado, sus labios rozando su mejilla mientras le susurraba cuánto la amaba. Nara, luchando por anclarse en el presente, cerró los ojos con fuerza, enfocándose en él, en su voz, en su calor. Es Taran, se dijo, él es mi elección, mi amor. Respondió a sus caricias, devolviéndole los besos, intentando ahogar los pensamientos de Cale, pero la sombra permanecía, un eco que no podía silenciar del todo.

Cuando todo terminó, se tumbaron juntos en la cama estrecha, envueltos en una manta raída, sus cuerpos cercanos, el resplandor púrpura de la lámpara iluminando sus rostros. Taran, con un brazo alrededor de Nara, acariciaba su cabello con suavidad, su respiración calmada pero llena de una paz que no había mostrado en días. —Eres mi Luz de Ceniza —murmuró, besando su frente—. No importa lo que venga, Nara, esto es nuestro.

Nara, apoyando su cabeza en su pecho, sonrió, pero su sonrisa era frágil. —Lo es —susurró, su voz suave, queriendo creerlo con todo su corazón. Pero la culpa la carcomía, el pensamiento de Cale como una espina que no podía arrancar. Había dado este paso con Taran, un momento que había soñado durante años, y aunque la ternura de él era todo lo que podía desear, no podía evitar sentirse dividida. ¿Por qué no puedo dejarlo ir?, pensó, frustrada consigo misma. Taran me ama, me cuida, y yo lo amo. Esto debería ser suficiente.

Se quedaron así, en silencio, el zumbido del muro lejano mezclándose con el latido de sus corazones. Nara, mirando el techo, intentó enfocarse en Taran, en su calidez, en la promesa que habían sellado. Pero la imagen de Cale —en el muelle, buscando una barca, llamándola oculta— seguía allí, un recordatorio de que su corazón no estaba tan seguro como quería creer.

La noche avanzaba, y el consejo de Tabiada aguardaba. Cale y Milo volverían pronto, ajenos a lo que había pasado. Seli y Tor dormían, protegidos por la casa, y la esfera, escondida en la caja fuerte, esperaba su próximo movimiento. Nara, en los brazos de Taran, cerró los ojos, intentando encontrar paz en su amor, pero la sombra de Cale, y la culpa que traía, la seguía. La Gran Oscuridad estaba contenida por el muro, pero las tormentas internas de Nara eran un nuevo desafío, uno que podría complicar el camino hacia la Aurora.




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