La reciente declaración de Taran, anunciando su relación con Nara, había herido profundamente a Cale, quien, apoyado por Milo, ocultaba su dolor tras una fachada de determinación.
La casa de piedra en Tabiada estaba cargada de una atmósfera tensa tras la salida de Cale y Milo al muelle y el anuncio público de Taran sobre su relación con Nara. Nara, ocupada ayudando a Seli y Tor a prepararse, intentaba ignorar la culpa que le provocaba la mirada fría de Cale antes de marcharse. Taran, a su lado, mantenía una postura protectora, su mano rozando la de ella, su orgullo por su relación evidente, aunque no mencionaba el impacto en Cale. Seli y Tor, ajenos a las complejidades emocionales, llevaban sus pequeños arpones, listos para acompañar al grupo. La esfera, en la bolsa de Cale, era un recordatorio constante de su misión, pero también un peligro que atraía a los Umbríos.
Kiva, la tripulante de cabello corto con una cicatriz en la ceja, llegó para escoltarlos al consejo. —Rorik ya está en el edificio —dijo, su tono seco pero no hostil—. El consejo quiere veros, y esa esfera. No los hagáis esperar. —Su mirada se detuvo brevemente en Nara y Taran, notando su cercanía, pero no comentó nada, liderando al grupo hacia las calles de Tabiada.
El asentamiento estaba vivo a pesar de la noche eterna, con isleños reforzando barricadas y revisando generadores bajo la luz púrpura de las lámparas ultravioletas. El zumbido del muro resonaba, un escudo contra los Umbríos marítimos. Cale y Milo, que habían regres ado del muelle sin éxito en su búsqueda de una barca, se unieron al grupo en silencio. Cale, con la esfera en su bolsa y el rifle fosforescente al hombro, evitaba mirar a Nara y Taran, su rostro endurecido por el dolor y la frustración. Milo, caminando a su lado, le ofreció una mirada de apoyo, pero no dijo nada, respetando su necesidad de silencio.
Nara, con su arpón pequeño en mano, caminaba junto a Taran, sintiendo la distancia de Cale como un peso en el pecho. Seli, aferrando la mano de Tor, rompió el silencio: —¿El consejo nos dará un barco, señora Nara? —preguntó, su voz llena de esperanza.
Nara, forzando una sonrisa, respondió: —Lo intentaremos, Seli. Quédate cerca de Tor, ¿de acuerdo? —Su voz era suave, pero su mente estaba dividida entre la misión y la culpa por Cale.
El grupo llegó al edificio del consejo, una estructura robusta de piedra y metal en el centro de Tabiada, con torres que proyectaban haces ultravioletas. Guardias armados custodiaban la entrada, sus rostros curtidos por años de resistencia. Justo cuando Kiva levantó la mano para golpear la puerta, un trueno ensordecedor sacudió el aire, haciendo temblar el suelo. Al instante , una lluvia torrencial comenzó a caer, gruesas gotas golpeando el tejado, y un viento feroz rugió, agitando las lámparas y levantando polvo.
—¡Adentro, ahora! —gritó Kiva, abriendo la puerta mientras el grupo se apresuraba a entrar, empapados en segundos. Seli y Tor, asustados, se aferraron a Nara, mientras Cale protegía la esfera bajo su chaqueta, su expresión tensa.
El interior del edificio era sobrio, iluminado por lámparas ultravioletas que proyectaban un resplandor púrpura. Una mesa larga ocupaba la sala, rodeada por los cinco miembros del consejo: tres hombres y dos mujeres, todos de mediana edad, con ropas reforzadas y rostros marcados por la supervivencia. Rorik, de pie a un lado, su barba gris húmeda por la lluvia, observaba con seriedad. Los guardias cerraron la puerta, pero el rugido de la tempestad —truenos, lluvia y viento— se filtraba, un eco de la furia del océano.
La líder del consejo, Varna, una mujer de cabello corto y plateado, se levantó, sus ojos evaluando al grupo. —Bienvenidos a Tabiada —dijo, su voz firme pero no agresiva—. Soy Varna, portavoz del consejo. Rorik nos informó de vuestra llegada, de esa esfera, y de vuestra intención de ir a la Aurora. Queremos escucharos antes de decidir.
Nara, dando un paso adelante, habló con determinación, su tatuaje de cenizas brillando bajo las luces. —Soy Nara, de la Luz de Ceniza. Conmigo están Cale, Taran, Milo, y los niños, Seli y Tor. Llevamos la esfera —señaló la bolsa de Cale—, un artefacto capaz de destruir a los Umbríos. Necesitamos llegar a la Aurora, donde Lira, la madre de Cale, puede usarla para salvar a todos del cambio terrestre.
Varna, observando la esfera, entrecerró los ojos. —Un objeto que atrae a los Umbríos es una amenaza para Tabiada —dijo—. El ataque al submarino lo prueba. ¿Por qué deberíamos arriesgarnos a ayudaros?
Cale, incapaz de contenerse, intervino, su voz cargada de urgencia. —Porque si no lo hacen, los Umbríos nos destruirán a todos —dijo, abriendo la bolsa para mostrar la esfera, su luz blanca pulsando débilmente—. Mi madre sabe cómo activarla a gran escala. Pero necesitamos un barco, una barca, algo para cruzar el océano. No podemos esperar meses a que el submarino esté reparado.
Un trueno resonó, haciendo vibrar las ventanas, y la lluvia se intensificó, el viento aullando como una bestia. Uno de los consejeros, un hombre con un tatuaje de ancla en el cuello, negó con la cabeza. —Mira esa tempestad, pescador —dijo, señalando una ventana donde la lluvia golpeaba con furia—. Nadie navega en estas condiciones. El océano está embravecido, y los Umbríos marítimos se vuelven más agresivos en las tormentas. Sería un suicidio salir a alta mar.
Varna asintió, su tono grave pero razonable. —La Gran Oscuridad trae tormentas impredecibles, y esta podría durar días, incluso semanas. Ningún barco de Tabiada, ni el más resistente, sobreviviría. Hemos perdido demasiados intentando navegar en estas condiciones.
Cale, apretando la bolsa de la esfera, quiso replicar, su frustración palpable. La idea de quedarse en Tabiada, rodeado por la felicidad de Nara y Taran, era una tortura, y cada día perdido acercaba a los Umbríos a la victoria. Pero al mirar por la ventana, viendo las olas estrellándose contra el muelle y el viento doblando las estructuras metálicas, supo que el consejo tenía razón. El océano, en su furia, no ofrecía clemencia. —Entiendo —dijo finalmente, su voz baja, cargada de resignación—. Nos quedaremos… al menos hasta que el clima mejore.