Cazadores de luz: La amenaza en las sombras

La Traición al Descubierto

El zumbido del muro de Tabiada —acero reforzado con titanio, cristal de cuarzo, 12 kilómetros de longitud, 15 metros sobre el suelo y 20 bajo el agua— resonaba en la noche, su resplandor púrpura un escudo contra los Umbríos, pero no contra las traiciones internas. Kiva, con su amor por Cale como brújula, había coordinado un plan para mover la esfera al submarino en secreto, aprovechando un cambio de guardia en el búnker. Rorik había preparado a tres tripulantes leales para activar el submarino, Selina distraería a los guardias con un falso reporte de Umbríos terrestres, y Milo, con dos guerreros de Kiva, trasladaría la esfera. El tiempo era crítico: el submarino estaría listo en dos días, y Varna, sospechosa, incrementaba la vigilancia.

Esa noche, bajo un cielo sin estrellas, Kiva lideró el operativo. Vestida con su chaqueta reforzada, arpón al cinto y rifle fosfato corto al hombro, se reunió con Milo y los guerreros, Jorn y Mara, cerca del búnker, una estructura de acero incrustada en la roca cerca del muelle. Selina, en el otro lado del muro, lideraba una patrulla falsa, atrayendo a los guardias de Varna con reportes de Umbríos. Rorik esperaba en el astillero, el submarino listo para recibir la esfera.

—Milo, tú y Jorn entráis por la compuerta trasera —susurró Kiva, su cicatriz en la ceja resaltando bajo la luz ultravioleta, sus ojos grises alertas—. Mara, cubre la entrada. Yo vigilaré el perímetro. La esfera está en una caja sellada, no debería pesar mucho. Rápido y silencioso.

Milo, con un rifle fosfato, asintió, su rostro endurecido por la responsabilidad. —Entendido, Kiva —dijo—. Vamos por la esfera y salimos. ¿Y si los guardias vuelven antes?

Kiva, tocando su arpón, respondió: —Entonces los neutralizamos, pero sin matar. No queremos una guerra aún.

El grupo se movió con precisión. Milo y Jorn forzaron la compuerta trasera con herramientas silenciosas, entrando al búnker. Mara, agazapada, vigilaba la entrada, mientras Kiva patrullaba el perímetro, su corazón latiendo por Cale, quien dormía en la casa de piedra, ajeno al plan. Todo parecía ir bien: Selina reportó por un comunicador que los guardias estaban ocupados, y Rorik confirmó que el submarino estaba listo.

Pero algo salió mal. Dentro del búnker, Milo y Jorn encontraron la caja de la esfera, pero un sensor oculto, no detectado previamente, activó una alarma silenciosa. En minutos, guardias leales a Varna, alertados por un sistema secundario, emergieron de las sombras, rodeando el búnker. Kiva, al ver las linternas ultravioletas acercándose, maldijo en voz baja, sabiendo que el plan se desmoronaba.

—¡Milo, salid ahora! —siseó por el comunicador, pero la respuesta fue un disparo fosforescente desde el interior, seguido de gritos. El caos estalló.

Kiva, con su rifle listo, corrió al búnker, pero antes de llegar, un grupo de guardias la interceptó, liderados por Varna. La líder, con una capa oscura y un rifle largo, tenía una expresión de triunfo frío. A su lado, dos guardias sujetaban a Cale, sus manos atadas, un moretón formándose en su mejilla. Habían irrumpido en la casa de piedra, capturándolo mientras dormía, alertados por la alarma del búnker. Nara, Taran, y Milo, atrapados en el búnker, no podían ayudarlo.

—Kiva, qué decepción —dijo Varna, su voz cortante, apuntando su rifle a Cale, cuya mirada, llena de furia y confusión, buscaba a Kiva—. Te dije que te quedaras, pero preferiste traicionarme. Ahora, tu pescador pagará el precio.

Kiva, con el corazón en un puño, bajó su rifle lentamente, su mente buscando una salida. —Varna, suéltalo —dijo, su voz temblando de rabia—. Esto es entre tú y yo. La esfera es para salvarnos a todos, no para tu poder.

Varna, sonriendo con desprecio, negó con la cabeza. —La esfera es mía, Kiva. Tabiada no necesita al Aurora. Con ella, controlaré esta isla y más. Y tú, con tu pequeño plan, solo has acelerado lo inevitable.

Cale, forcejeando, gruñó: —Kiva, ¿qué está pasando? —Su voz era un grito contenido, su amor por ella mezclándose con su confusión.

Kiva, mirándolo, sintió su amor fortalecerse, pero también el peso de su secreto. —Lo siento, pescador —susurró, su voz rota—. Intenté protegerte.

Sin previo aviso, Kiva actuó. Lanzó su arpón al guardia que sujetaba a Cale por la derecha, alcanzándolo en el hombro, haciéndolo soltar a Cale. En el mismo movimiento, se lanzó hacia Varna, esquivando un disparo fosforescente que rozó su chaqueta. La plaza frente al búnker se convirtió en un campo de batalla, el resplandor púrpura iluminando la lucha.

Varna, ágil pese a su edad, blandió un cuchillo de acero, enfrentando a Kiva en un combate cuerpo a cuerpo. —¡Estúpida! —siseó Varna, cortando el aire—. Podrías haber sido mi aliada, pero elegiste morir por él.

Kiva, bloqueando el cuchillo con su rifle, respondió con un golpe de codo, alcanzando el rostro de Varna. —No dejaré que los mates —gruñó, sus ojos grises ardiendo—. La esfera no es tuya.

Cale, liberado del primer guardia, forcejeó con el segundo, usando su fuerza para derribarlo, pero más guardias llegaban, atraídos por los disparos. Milo y Jorn, dentro del búnker, luchaban contra los guardias internos, protegiendo la esfera, mientras Mara, en la entrada, disparaba para cubrirlos.

Kiva y Varna se movían como sombras, sus golpes precisos y letales. Kiva, más joven y rápida, esquivó un tajo, pero Varna, astuta, la pateó en la rodilla, haciéndola tropezar. Aprovechando, Varna levantó su cuchillo, pero un disparo fosforescente desde el muelle la detuvo: Selina, con un grupo de guerreros leales, había llegado, rompiendo la distracción y apoyando a Kiva.

—¡Kiva, ahora! —gritó Selina, disparando a los guardias de Varna.

Kiva, recuperándose, embistió a Varna, derribándola y arrancándole el cuchillo. Con un movimiento final, la inmovilizó, su rodilla en el pecho de la líder, el arpón apuntando a su garganta. —Ríndete, Varna —jadeó, su voz cargada de furia—. Se acabó.




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