Cazadores de luz: La amenaza en las sombras

El Faro y la Tormenta

El Faro del Acantilado surcaba el océano negro, su casco de titanio cortando las olas bajo el cielo sin estrellas de la Gran Oscuridad. Hace 20 años, la Tierra había ralentizado su rotación, sumiendo al mundo en tres meses de luz cegadora y nueve de tinieblas implacables. En el sexto mes de la Gran Oscuridad, el buque militar, un coloso de 250 metros armado con cañones de plasma y reflectores ultravioletas, era un faro de resistencia contra los Umbríos, criaturas voraces que cazaban en las sombras. La cubierta, iluminada por haces púrpuras, vibraba con el zumbido de los generadores, mientras los soldados de la Coalición del Acantilado patrullaban, sus armaduras de polímero brillando bajo la luz.

En la sala de mando, un espacio amplio con pantallas táctiles, mapas náuticos digitales y un ventanal reforzado que mostraba el océano oscuro, Cale estaba de pie frente a Veyra, la comandante de la Coalición. A los 18 años, nacido en la plataforma Aurora, Cale llevaba el peso de su hogar en los hombros. Su cabello desordenado, aún con rastros de cenizas de Tabiada, caía sobre su frente, y sus ojos verdes, encendidos con urgencia, contrastaban con el moretón que oscurecía su mejilla derecha. Kiva, su amor confesado en la cabaña de Tabiada, estaba a su lado, su cicatriz en la ceja izquierda marcada bajo la luz ultravioleta, sus ojos grises alerta pero contenidos. Nara y Taran, inseparable pareja forjada en la Luz de Ceniza, observaban desde un rincón, el tatuaje de cenizas de Nara pulsando débilmente. Milo y Selina, revisando sensores en una consola auxiliar, mantenían la vista baja, mientras Rorik, el capitán que había criado a Kiva, discutía rutas con un navegante de la Coalición, su barba gris iluminada por las pantallas.

La esfera, asegurada en un compartimento reforzado en la bodega del buque, emitía un resplandor que los sensores captaban, una luz capaz de incinerar Umbríos pero también un imán que los atraía. Era la esperanza para salvar la Aurora, una ciudad flotante en el Pacífico donde la madre de Cale, Lira, ingeniera jefe, mantenía las defensas contra los Umbríos. Pero las noticias de Veyra, transmitidas tras el rescate del grupo del submarino dañado, habían destrozado las esperanzas de Cale: la Aurora estaba bajo asedio, rodeada por Umbríos marítimos que atacaban en oleadas, sus garras escamosas arañando el casco de la plataforma. Aunque resistía, sus luces ultravioletas parpadeaban, y el riesgo de colapso era real.

Cale, con las manos apretadas en puños, enfrentó a Veyra, una mujer de 40 años con cicatrices cruzando su mejilla y una mirada endurecida por años de guerra. —Comandante, tenemos que ir a la Aurora —dijo, su voz firme pero cargada de desesperación—. Mi madre, Lira, es la ingeniera jefe. Ella puede potenciar la esfera, convertirla en un arma que acabe con los Umbríos no solo en la Aurora, sino en todo el mundo. Si no llegamos, todo lo que hemos hecho, todo lo que perdimos en Tabiada, será para nada.

Veyra, apoyada contra un mapa digital que mostraba el Pacífico, cruzó los brazos, su armadura crujiendo. —Entiendo tu urgencia, Cale —respondió, su voz calma pero inflexible—. La Aurora es un bastión clave, y Lira es una mente brillante. Pero no puedes ignorar la realidad. Nuestros sensores muestran cientos de Umbríos marítimos rodeando la plataforma, algunos tan grandes como el líder que atacó tu submarino. Sus luces ultravioletas resisten, pero cada ataque debilita sus generadores. Acercarnos ahora sería un suicidio. El Faro del Acantilado es fuerte, pero no invencible. Si caemos, la esfera se pierde, y con ella, cualquier esperanza.

Cale, sintiendo una oleada de frustración, dio un paso adelante, su voz subiendo de tono. —¡No podemos quedarnos de brazos cruzados! —replicó—. La Aurora es mi hogar. Lira no solo mantiene las luces, ella diseñó las defensas, los reflectores, todo. Si alguien puede hacer que la esfera funcione a gran escala, es ella. Cada día que esperamos, la plataforma está más cerca de caer. ¡Tenemos que arriesgarnos!

Kiva, a su lado, puso una mano en su brazo, sus ojos grises suavizándose con preocupación. —Cale, tranquilo —dijo, su voz baja pero firme—. Veyra tiene razón, no podemos lanzarnos sin un plan. La esfera es lo primero.

Cale, girando hacia ella, sintió su amor por Kiva chocar con su impotencia. —Kiva, es mi madre —dijo, su voz quebrándose—. No puedo dejarla allí, no cuando ella podría salvarnos a todos. No después de todo lo que hemos pasado.

Veyra, levantando una mano, interrumpió, su tono autoritario. —Escucha, Cale. La Coalición no abandona a nadie. La Aurora resiste, y estamos recibiendo señales codificadas que confirman que Lira y los líderes están organizando la defensa. Pero acercarnos ahora atraería más Umbríos, y no tenemos los recursos para una batalla frontal. Nuestra base en la Cresta del Norte, a tres días, tiene talleres, ingenieros, y defensas reforzadas. Allí podemos analizar la esfera, preparar un plan, y reunir más naves para un asalto coordinado. Es la mejor opción.

Cale, apretando los dientes, negó con la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Tres días podrían ser demasiado tarde —dijo, su voz baja pero cargada de dolor—. No lo entiendes, Veyra. La Aurora no es solo una plataforma, es mi familia. Lira me crió sola, me enseñó a sobrevivir. Si ella cae, si la Aurora cae, no sé cómo seguir.

Nara, desde el rincón, dio un paso adelante, su expresión llena de empatía. Había conocido a Lira en la Aurora tras ser rescatada por Cale, y sabía lo que la plataforma significaba para él. —Cale —dijo, su voz suave, acercándose y tomando su brazo con delicadeza—. Sé que estás asustado. Yo también lo estoy. Pero Veyra no está diciendo que abandonemos la Aurora. Solo necesitamos ser inteligentes. Lira es fuerte, como tú. Ella resistirá hasta que lleguemos.

El gesto de Nara, su mano en el brazo de Cale, fue instintivo, un intento de calmarlo, pero desató una chispa de tensión en la sala. Kiva, viendo la cercanía, sintió una punzada de celos, su mano cayendo del brazo de Cale, sus ojos grises endureciéndose. Aunque sabía que Nara y Cale habían superado cualquier tensión romántica en Tabiada, la intimidad del momento, combinada con su propia inseguridad tras la amenaza de Varna, la golpeó. Taran, a pocos pasos, frunció el ceño, sus ojos oscuros fijos en Nara, una sombra de molestia cruzando su rostro. La conexión entre él y Nara, forjada en la Luz de Ceniza, era sólida, pero ver su mano en Cale, incluso en un gesto amistoso, despertó un eco de celos que no pudo reprimir.




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