No existía magia suficiente, se dijo Beomgyu mientras él y Minho daban vueltas a la manzana por tercera vez, que pudiese crear nuevos espacios de aparcamiento en una calle de Seúl. No había ningún sitio donde detener la furgoneta y la mitad de la calle estaba ocupada por coches en doble fila. Finalmente, Minho se detuvo junto a una toma de agua y puso la camioneta en punto muerto con un suspiro.
- Ve. - Dijo. - Que sepan que ya estás aquí. Te traeré la maleta.
Beomgyu asintió, pero vaciló antes de acercar la mano a la manecilla de la puerta. La ansiedad le producía un nudo en el estómago, y deseó, no por primera vez, que Minho fuese con él.
- Siempre pensé que la primera vez que fuese al extranjero llevaría al menos un pasaporte.
Minho no sonrió.
- Sé que estás nervioso. - Dijo. - Pero todo irá bien. Los Kim cuidarán de ti.
"Solo te lo he dicho un millón de veces", pensó Beomgyu. Dio una ligera palmada a Minho en el hombro antes de saltar fuera de la furgoneta.
- Te veo dentro de un momento.
Avanzó por el agrietado sendero de piedra, mientras el sonido del tráfico se desvanecía a medida que se acercababa a las puertas de la iglesia. Necesitó unos instantes para desprender el halo de glamour del Instituto en esta ocasión. Parecía como si se hubiese añadido otra capa de disfraz a la vieja catedral, como si tuviese una nueva capa de pintura. Desprenderla mentalmente resultó difícil, incluso doloroso. Finalmente desapareció y pudo ver la iglesia tal y como era. Las altas puertas de madera resplandecían como si les acabaran de dar lustre.
Había un extraño olor en el aire, como a quemado y a ozono. Arrugando la nariz, posó la mano en el pomo. "Soy Lee Beomgyu, uno de los nefilim, y solicito acceso al Instituto..."
La puerta se abrió de par en par. Beomgyu entró. Miró a su alrededor, pestañeando, intentando identificar qué era lo que daba la impresión de ser diferente en el interior de la catedral.
Comprendió qué era cuando la puerta se cerró tras él, atrapándolo en una oscuridad mitigada únicamente por el tenue resplandor del rosetón situado muy arriba por encima de su cabeza. Jamás había estado al otro lado de la entrada del Instituto sin que hubiese habido docenas de llamas encendidas en los ornamentados candelabros que bordeaban el pasillo entre los bancos.
Sacó su luz mágica del bolsillo y la sostuvo en alto. La luz brilló, enviando relucientes rayos luminosos por entre sus dedos, que alumbraron los polvorientos rincones del interior de la catedral mientras se encaminaba hacia el ascensor situado cerca del desnudo altar y oprimía con impaciencia el botón de llamada.
No sucedió nada. Al cabo de medio minuto volvió a apretar el botón... y tampoco. Apoyó la oreja contra la puerta del ascensor y escuchó. Ni un sonido. El Instituto se había vuelto oscuro y silencioso como una muñeca mecánica a la que se le hubiese acabado la cuerda.
Con el corazón desbocado, Beomgyu regresó corriendo por el pasillo y abrió las gruesas puertas de un empujón. Se quedó parado en los peldaños de la entrada de la iglesia, mirando a un lado y a otro frenéticamente. El cielo se oscurecía adoptando un tono cobalto en lo alto y el aire olía a quemado con más fuerza si cabía. ¿Había habido fuego? ¿Se habían marchado los cazadores de sombras? Pero el lugar parecía intacto...
- No ha sido el fuego.
La voz era queda, aterciopelada y familiar. Una figura alta se materializó surgiendo de las sombras. Llevaba un traje de seda negro sobre una brillante camisa verde esmeralda, y resplandecientes anillos en sus finos dedos. Unas botas extravagantes formaban parte del atuendo, así como una gran cantidad de purpurina.
- ¿Soobin? - Musitó Beomgyu.
- Sé lo que estabas pensando. - Dijo Soobin. - Pero no ha habido ningún incendio. El olor es a neblina infernal; es una especie de humo demoníaco encantado. Amortigua los efectos de ciertas clases de magia.
- ¿Neblina demoníaca? Entonces hubo...
- Un ataque al Instituto. Sí. A primera hora de esta tarde. Repudiados... probablemente unas cuantas docenas de ellos.
- Yeonjun. - Musitó Beomgyu. - Los Kim.
- El humo infernal amortiguó mi capacidad de combatir eficazmente a los repudiados. También la de ellos. Tuve que enviarlos a través del Portal a Idris.
- Pero, ¿ninguno de ellos resultó herido?
- Wheein. - Respondió Soobin. - Mataron a Wheein. Lo siento, Beomgyu.
Beomgyu se dejó caer sobre los peldaños. No la había conocido bien, pero Wheein había sido una conexión tenue con su madre... su madre real, el duro y combatido cazador de sombras al que Beomgyu jamás había conocido.
- ¿Beomgyu? - Minho ascendía por el sendero en la creciente oscuridad, llevando la maleta del joven en una mano. - ¿Qué sucede?
Beomgyu permaneció sentado abrazándose las rodillas mientras Soobin lo explicaba. Por debajo del dolor por Wheein se sentía lleno de un alivio culpable. Yeonjun estaba bien. Los Kim estaban bien. Se lo decía a sí mismo una y otra vez, en silencio. Yeonjun estaba bien.
- Los repudiados. - Dijo Minho. - ¿Acabasteis con todos?
- No. - Soobin negó con la cabeza. - Después de que enviara a los Kim a través del Portal, los repudiados se dispersaron; no parecieron interesados en mí. Para cuando cerré el Portal, todos se habían ido.
Beomgyu alzó la cabeza.
- ¿El Portal está cerrado? Pero... todavía puedes enviarme a Idris, ¿verdad? - Preguntó. - Quiero decir, puedo ir a través del Portal y reunirme con los Kim, ¿no es cierto?
Minho y Soobin intercambiaron una mirada. Minho depositó la maleta a sus pies.
- ¿Soobin? - La voz de Beomgyu se elevó, aguda en sus propios oídos. - Tengo que ir.
- El Portal está cerrado, Beomgyu...
- ¡Entonces abre otro!
- No es tan fácil. - Respondió el brujo. - La Clave vigila cualquier entrada mágica a Alacante son sumo cuidado. Su capital es un lugar sagrado para ellos; es como su Vaticano, su Ciudad Prohibida. Ningún subterráneo puede ir allí sin permiso, y no se permite el acceso a mundanos.
Editado: 21.05.2024