- No recordaba que aquí hubiese un sótano. - Dijo Yeonjun, mirando más allá de Beomgyu al agujero abierto en la pared.
Alzó la luz mágica, y su resplandor rebotó en el túnel que conducía hacia abajo. Las paredes eran negras y resbaladizas, construidas de una piedra lisa y oscura que Beomgyu no reconoció. Los peldaños relucían como si estuviesen húmedos. Un olor extraño emergió a través de la abertura: frío y mohoso, con un raro matiz metálico que le puso los nervios de punta.
- ¿Qué crees que podría haber ahí abajo?
- No lo sé.
Yeonjun avanzó en dirección a la escalera; puso un pie sobre el peldaño superior para probarlo, y luego se encogió de hombros como si hubiese tomado una decisión. Empezó a descender los peldaños, moviéndose con cuidado. Descendió unos cuantos, volvió la cabeza y alzó los ojos hacia Beomgyu.
- ¿Vienes? Puedes esperarme aquí arriba si lo prefieres.
Él echó un vistazo a la biblioteca vacía, se estremeció y avanzó presuroso tras él.
La escalera descendía girando sobre sí misma en círculos cada vez más cerrados, como si se estuviesen abriendo paso al interior de una enorme caracola. El olor se intensificó cuando llegaron al pie, y los peldaños se ensancharon finalizando en una gran habitación cuadrada cuyas paredes de piedra estaban surcadas con las marcas dejadas por la humedad... y otras manchas más oscuras. El suelo estaba lleno de marcas garabateadas: un revoltijo de pentagramas y runas, con piedras blancas desperdigadas aquí y allá.
Yeonjun dio un paso al frente y los pies aplastaron algo. Él y Beomgyu miraron abajo al mismo tiempo.
- Huesos. - Susurró Beomgyu.
No se trataba de piedras blancas después de todo, sino de huesos de todas las formas y tamaños desperdigados por el suelo.
- ¿Qué debía de hacer él aquí abajo?
La luz mágica brillaba en la mano de Yeonjun, proyectando su fantasmagórico resplandor sobre la habitación.
- Experimentos. - Contestó Yeonjun en una voz seca y tensa. - La reina Jennie dijo...
- ¿Qué clase de huesos son estos? - La voz de Beomgyu se elevó. - ¿Son huesos de animales?
- No. - Yeonjun dio una patada a un montón de huesos que tenía a los pies, desperdigándolos. - No todos.
Beomgyu sintió una opresión en el pecho.
- Creo que deberíamos regresar.
En lugar de eso Yeonjun levantó la luz mágica que tenía en la mano. Llameó con fuerza y luego con mayor intensidad aún, iluminando el aire con un crudo fulgor blanco. Las esquinas más alejadas de la habitación quedaron claramente enfocadas. Tres de ellas estaban vacías. La cuarta quedaba tapada por una tela que colgaba. Había algo detrás de la tela, una forma jorobada...
- Yeonjun... - Musitó Beomgyu. - ¿Qué es eso?
Él no respondió. De pronto tenía un cuchillo serafín en la mano libre; Beomgyu no sabía cuándo lo había sacado, pero brillaba en la luz mágica como un cuchillo de hielo.
- Yeonjun, no lo hagas. - Dijo, pero era demasiado tarde... el joven avanzó con zancadas decididas y dio un brusco tirón lateral a la tela con la punta del arma; luego la agarró y la lanzó al suelo con una violenta sacudida. Cayó en medio de una creciente nube de polvo.
Yeonjun retrocedió tambaleante; la luz mágica se cayó de su mano. Mientras la refulgente luz caía, Beomgyu captó una única visión fugaz de su rostro: era una blanca máscara de horror. El menor agarró la luz mágica antes de que pudiese apagarse y la alzó bien arriba, desesperado por ver qué podría haber conmocionado a Yeonjun -al imperturbable Yeonjun- hasta tal extremo.
Al principio todo lo que vio fue la forma de un hombre... un hombre envuelto en un sucio trapo blanco, acurrucado en el suelo. Unos grilletes le rodeaban muñecas y tobillos, sujetos a gruesas argollas clavadas en el suelo de piedra. "¿Cómo puede estar vivo?", pensó Beomgyu, horrorizado, y sintió bilis ascendiéndole por la garganta. La piedra-runa le tembló en la mano, y la luz danzó a retazos sobre el prisionero. Vio unoa brazos y piernas demacrados, desfigurados por todas partes con las señales de incontables torturas. Un rostro que era como una calavera se volvió hacia él, con negras cuencas vacías allí donde deberían haber estado los ojos... y entonces se oyó un crujido seco, y advirtió que lo que había creído que era un trapo blanco en realidad eran unas alas, alas blancas elevándose tras su espalda en dos media lunas de un blanco inmaculado, lo único inmaculado en aquella habitación inmunda.
Beomgyu lanzó una exclamación.
- Yeonjun, ¿ves...?
- Lo veo. - Yeonjun, de pie junto a él, habló con una voz que se resquebrajó igual que cristal roto.
- Dijiste que no había ángeles; que nadie había visto jamás uno...
Yeonjun musitaba algo entre dientes, una retahíla de imprecaciones aterrorizadas. Avanzó tambaleante hacia la criatura que yacía acurrucada en el suelo... y retrocedió, como si hubiese rebotado contra una pared invisible. Al mirar al suelo, Beomgyu vio que el ángel estaba postrado dentro de un pentagrama hecho de runas conectadas talladas profundamente en el suelo; resplandecían con una tenue luz fosforecente.
- Las runas. - Susurró. - No podemos pasar al otro...
- Pero debe de haber algo... - Dijo Yeonjun; su voz casi se le quebraba. - Algo que podamos hacer.
El ángel alzó la cabeza. Beomgyu contempló con una piedad terrible y aturdida que tenía ensortijados cabellos rubios que brillaban débilmente bajo la luz. Unos aros colgaban pegados a los huecos del cráneo. Sus ojos eran hoyos, su rostro estaba acuchillado de cicatrices, como una hermosa pintura destruida por vándalos. Mientras él le miraba atónito, la boca del ser se abrió y un sonido brotó de la garganta... no fueron palabras sino una desgarradora música dorada, una única nota cantarina, mantenida y mantenida y mantenida tan aguda y dulce que el sonido era como dolor...
Una avalancha de imágenes se alzó ante los ojos de Beomgyu. Él seguía aferrando la piedra-runa, pero su luz había desaparecido, él había desaparecido, ya no estaba allí sino en otra parte, donde las imágenes del pasado fluían ante él en un sueño: fragmentos, colores, sonidos.
Editado: 21.05.2024