- Jinki. - Musitó Yeonjun, pálido, mientras contemplaba la ciudad.
A través de las capas de humo, a Beomgyu le pareció que casi podía vislumbrar el angosto laberinto que tramaban las calles de la ciudad, atestada de figuras que corrían, diminutas hormigas negras moviéndose desesperadamente de un lado a otro; pero volvió a mirar y no vio nada, nada salvo las espesas nubes de vapor negro y el hedor de las llamas y el humo.
- ¿Crees que es cosa de Jinki? - El humo amargaba la garganta de Beomgyu. - Parece un incendio. A lo mejor ha empezado espontáneamente...
- La Puerta Norte está abierta. - Yeonjun indicó hacia algo que Beomgyu apenas consiguió discernir, dada la distancia y el humo que lo distorsionaba todo. - Jamás se deja abierta. Y las torres de los demonios han perdido su luz. Las salvaguardas deben de haber caído. - Sacó un cuchillo serafín del cinturón, aferrándolo con tal fuerza que sus nudillos adquirieron el color del marfil. - Tengo que llegar allí.
Un nudo de temor oprimió la garganta de Beomgyu.
- Jake...
- Lo habrán evacuado del Gard. No te preocupes, Beomgyu. Probablemente está mejor que la mayoría de los que hay ahí abajo. No es probable que los demonios lo molesten. Acostumbran a dejar en paz a los subterráneos.
- Lo siento. - Susurró él. - Los Kim... Kai... Niki...
- Jahoel. - Dijo Yeonjun, y el cuchillo del ángel llameó, brillante como la luz del día en su mano vendada. - Beomgyu, quiero que permanezcas aquí. Regresaré a por ti.
La ira que albergaban sus ojos desde que habían abandonado la casa solariega se había evaporado. Era todo soldado en aquellos momentos.
El menor negó con la cabeza.
- No. Quiero ir contigo.
- Beomgyu...
Se interrumpió, rígido de pies a cabeza. Al cabo de un momento Beomgyu también lo oyó: un intenso y rítmico martilleo, y, por encima, un sonido parecido al chisporroteo de una hoguera enorme. Beomgyu necesitó unos instantes para desmantelar el sonido en su mente, para descomponerlo como uno podría hacerlo con una pieza musical en las notas que la componían.
- Son...
- Hombres lobo.
Yeonjun miraba detrás de él. Siguiendo la dirección de su mirada los vio, surgiendo de la colina más próxima como una sombra que se extendía, iluminada aquí y allá por fieros ojos brillantes. Una manada de lobos... más que una manada; debía de haber cientos de ellos, incluso miles. Sus ladridos y aullidos habían sido el sonido que él había confundido con el fuego, y se alzaba en la noche crispado y discordante.
A Beomgyu el estómago le dio un vuelco. Conocía a los hombres lobo. Había peleado junto a ellos. Pero estos no eran los lobos de Minho, no eran lobos con instrucciones de cuidar de él y no hacerle daño. Pensó en el terrible poder de destrucción de la manada de Minho cuando era liberado, y de repente sintió miedo.
Oyó a Yeonjun maldecir una vez, con ferocidad. No había tiempo de sacar otra arma; el cazador de sombras lo apretó con fuerza contra él, rodeándolo con el brazo libre, y con la otra mano alzó a Jahoel bien alto sobre sus cabezas. La luz del arma era cegadora. Beomgyu apretó los dientes.
Los lobos estaban ya sobre ellos. Fue como una ola estrellándose: un repentino estallido de ruido ensordecedor y una ráfaga de aire cuando los primeros lobos de la manada se abrieron paso al frente y saltaron -había ojos ardientes y fauces abiertas-; Yeonjun hundió los dedos en el costado de Beomgyu...
Y los lobos pasaron majestuosos a ambos lados de ellos, evitando el espacio en el que ellos se encontraban por un margen de más de medio metro. Beomgyu giró la cabeza a toda velocidad, incrédulo, cuando dos lobos -uno de piel brillante y moteada, el otro enorme y de un gris acerado- golpearon el suelo con suavidad detrás de ellos, hicieron una pausa, y siguieron corriendo, sin echar siquiera la vista atrás. Había lobos por todas partes a su alrededor, y ni uno sólo los había tocado. Pasaron a la carrera junto a ellos, una avalancha de sombras, con los pelajes reflejando la luz de la luna en forma de destellos plateados de modo que casi parecían constituir un único río en movimiento de formas que avanzaba atronador en dirección a Yeonjun y Beomgyu... y luego se dividía a su alrededor como el agua al topar con una piedra. Los dos cazadores de sombras podrían muy bien haber sido estatuas a juzgar por la poca atención que los licántropos les prestaron mientras pasaban raudos, con las fauces bien abiertas y los ojos fijos en la carretera que tenían delante.
Y a continuación ya no estaban. Yeonjun se volvió para observar cómo el último de los lobos pasaba por su lado y corría para atrapar a sus compañeros. Volvía a reinar el silencio, tan sólo alterado por los sonidos muy quedos de la ciudad situada a lo lejos.
Yeonjun soltó a Beomgyu, bajando a Jahoel mientras lo hacía.
- ¿Estás bien?
- ¿Qué ha pasado? - Musitó él. - Esos hombres lobo... han pasado sin más por nuestro lado...
- Van a la ciudad. A Alacante. - Sacó un segundo cuchillo serafín del cinturón y se lo tendió. - Necesitarás esto.
- ¿No vas a dejarme aquí, entonces?
- No serviría de nada. Ningún lugar es seguro. Pero... - Vaciló. - ¿Tendrás cuidado?
- Lo tendré. - Dijo Beomgyu. - ¿Qué hacemos ahora?
Yeonjun bajó la mirada hacia Alacante, que ardía a sus pies.
- Corramos.
***
Nunca era fácil seguir el ritmo de Yeonjun, y ahora que corría a toda velocidad era casi imposible. Beomgyu percibió que de hecho él se estaba conteniendo, que reducía la velocidad para que él pudiera alcanzarlo, y que lo hacía a regañadientes.
La carretera se allanaba en la base de la colina y describía una curva a través de un grupo de árboles altos y con muchas ramas que creaban la ilusión de un túnel. Cuando Beomgyu salió por el otro lado se encontró ante la Puerta Norte. A través del arco, Beomgyu pudo ver una confusión de humo y llamas. Yeonjun lo esperaba de pie en la puerta. Sostenía a Jahoel en una mano y un segundo cuchillo serafín en la otra, pero incluso la luz conjunta de ambos era absorbida por el resplandor de la ciudad que ardía a sus espaldas.
Editado: 21.05.2024