Cazadores de Sombras: Ciudad de Cristal (yeongyu)

Capítulo 12: De profundis

Jake tenía las manos negras a causa de la sangre.

Había intentado arrancar los barrotes de la ventana y de la puerta de la celda, pero tocarlos durante mucho tiempo le dejaba unas abrasadoras marcas sangrantes en las palmas. Finalmente se dejó caer, jadeando, al suelo, y contempló aturdido sus manos mientras las heridas cicatrizaban rápidamente, las lesiones se cerraban y la piel ennegrecida se desprendía como cuando en una cinta de video se presionaba el botón de avance rápido. 

Al otro lado de la pared de la celda, Sandara rezaba.

- "Si mal viniere sobre nosotros, o cuchillo de juicio, o pestilencia, o hambre, nos presentaremos delante de esta Casa, y delante de ti (porque tu nombre está en esta Casa), y de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás..."

Jake sabía que él no podía rezar, lo había intentado antes, pero el nombre de Dios le quemaba la boca y le obstruía la garganta. Se preguntó por qué podía pensar las palabras, pero no pronunciarlas. Y por qué podía permanecer bajo la luz del mediodía y no morir, pero no podía decir sus últimas oraciones. 

El humo había empezado a descender pasillo abajo igual que un espectro resuelto. Olía a quemado y olía el chisporroteo del fuego propagándose sin control, pero se sentía curiosamente indiferente, lejos de todo. Era extraño convertirse en vampiro, que se te obsequiara con lo que sólo podía describirse como la vida eterna, y luego extinguirte a los dieciséis. 

- ¡Jake!

La voz era débil, pero su oído la captó por encima de los estallidos y chasquidos de las crecientes llamas. El humo del pasillo había presagiado calor y el calor estaba llegando, presionándolo contra él como una barrera sofocante. 

- ¡Jake!

Era la voz de Beomgyu. La reconocería en cualquier parte. Se preguntó si su mente la estaba conjurando en aquel momento, como una especie de recuerdo de lo que más había amado durante su vida para poder sobrellevar la muerte.

- ¡Jake, estúpido idiota! ¡Estoy aquí, al otro lado! ¡En la ventana!

Jake se puso en pie de un salto. Dudaba que su mente fuese capaz de conjurar aquello. A través del humo cada vez más espeso vio algo blanco que se movía sobre los barrotes de la ventana. Al acercarse más, los objetos blancos se transformaron en manos que aferraban los barrotes. Saltó sobre el camastro, aullando por encima del crepitar del fuego. 

- ¿Beomgyu?

- Vaya, gracias a Dios. - Beomgyu alargó el brazo y le tocó el hombro. - Vamos a sacarte de ahí.

- ¿Cómo? - Preguntó Jake, razonablemente, pero se oyó el sonido de una escaramuza y las manos de Beomgyu desaparecieron, reemplazadas al cabo de un momento por otro par de manos más grandes con nudillos llenos de cicatrices y finos dedos de pianista.

- Aguanta. - La voz de Yeonjun era tranquila, llena de seguridad, como si estuviesen conversando en una fiesta en lugar de a través de los barrotes de una mazmorra que ardía rápidamente. - Tal vez sería mejor que te echases hacia atrás.

Jake obedeció asustado. Las manos de Yeonjun se cerraron con fuerza sobre los barrotes, y sus nudillos se tornaron alarmantemente blancos. Se oyó un crujido quejumbroso, y el cuadro de barrotes se liberó violentamente de la piedra que lo sujetaba y cayó con un estruendo al suelo junto a la cama. Una lluvia de polvo de piedra cayó en forma de asfixiante nube blanca. 

El rostro de Yeonjun apareció en el vacío de la ventana.

- Jake, ¡VAMOS! - Yeonjun alargó los brazos hacia abajo.

El vampiro alzó los suyos y agarró las manos de Yeonjun. Sintió cómo le izaban, y a continuación pudo sujetarse ya al borde de la ventana para darse impulso a través del angosto cuadrado como una serpiente que se retorciera a través de un túnel. Al cabo de un segundo estaba extendido cuan largo era sobre la hierba húmeda, contemplando atónito un círculo de rostros preocupados que le observaban desde arriba. Yeonjun, Beomgyu y Kai le miraban con inquietud.

- Estás hecho una porquería, vampiro. - Dijo Yeonjun. - ¿Qué le ha pasado a tus manos?

Jake se sentó en el suelo. Las heridas de las manos habían cicatrizado, pero estaban todavía negras allí donde había agarrado los barrotes de la celda. Antes de que pudiera responder, Beomgyu lo estrujó en un repentino y feroz abrazo. 

- Jake. - Musitó. - No puedo creerlo. Ni siquiera sabía que estabas aquí. Hasta anoche pensaba que estabas en Seúl...

- Sí, bueno... - Dijo Jake. - Yo tampoco sabía que tú estabas aquí. - Dirigió una mirada furiosa a Yeonjun por encima del hombro de Beomgyu. - De hecho, creo que se me dijo concretamente que no estabas.

- Yo jamás dije eso. - Indicó Yeonjun. - Simplemente no te corregí cuando tú, como sabes, dijiste lo que no era. De todos modos, acabo de salvarte de quemarte vivo, así que creo que no se te permite enojarte.

Quemado vivo. Jake se apartó de Beomgyu y miró a su alrededor. 

Se encontraban en un jardín cuadrado, rodeado por dos lados por las paredes de la fortaleza y por los otros dos lados por una densa arboleda. Se habían talado sólo los árboles necesarios para que un sendero de gravilla descendiera hasta la ciudad; el camino estaba bordeado de antorchas de luz mágica, pero únicamente unas pocas ardían con luz tenue y errática. Alzó la mirada hacia el Gard. Visto desde aquel ángulo, apenas se percibía la magnitud del incendio; humo negro manchaba el cielo en lo alto, y la luz de unas pocas ventanas parecía anormalmente brillante, pero los muros de piedra ocultaban bien su secreto. 

- Sandara. - Dijo. - Tenemos que sacar a Sandara.

Beomgyu pareció desconcertado. 

- ¿Quién?

- Yo no era el único ahí abajo. Sandara... ella estaba en la celda contigua.

- ¿El montón de andrajos que vi por la ventana? - Recordó Yeonjun.

- Eso. Es una chica extraña, pero es una buena chica. No podemos dejarla ahí abajo. - Jake se incorporó a toda prisa. - ¿Sandara? ¿Sandara?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.