Cazadores de Sombras: Ciudad de Cristal (yeongyu)

Capítulo 20: Pesado en la balanza

El agua lo golpeó en la cara como un puñetazo. Beomgyu se hundió, dando boqueadas, en una oscuridad helada; lo primero que pensó fue que el Portal se había desvanecido sin posibilidad de arreglarlo, y que él estaba atrapado en el arremolinado lugar en tinieblas intermedio, donde se asfixiaría y moriría, tal y como Yeonjun le había advertido que podía suceder la primera vez que él había usado un Portal. 

Lo segundo que pensó fue que ya estaba muerto.

Probablemente sólo estuvo inconsciente unos pocos segundos, aunque pareció como si fuese el fin de todo. Cuando despertó, sufrió un sobresalto que fue como el impacto de abrirse paso a través de una capa de hielo. Había estado inconsciente y ahora, de improviso, no lo estaba; yacía de espaldas sobre tierra fría y húmeda, contemplando un cielo tan repleto de estrellas que parecía como si hubiesen arrojado un puñado de monedas de plata sobre su oscura superficie. Tenía la boca llena de líquido sálobre; volvió la cabeza a un lado, tosió, escupió y jadeó hasta que pudo volver a respirar.

Cuando finalizaron los espasmos de su estómago rodó sobre el costado. Tenía las muñecas atadas con una tenue tira de luz refulgente, y sentía las piernas pesadas y raras, con un hormigueo que las recorría de arriba abajo. Se preguntó si habría estado echado sobre ellas en una posición extraña, o quizá era un efecto secundario de haber estado a punto de ahogarse. Le ardía la nuca como si le hubiese picado una avispa. Con un jadeo se incorporó a una posición sentada, con las piernas estiradas incómodamente frente a él, y miró a su alrededor. 

Estaba en la orilla del lago Lyn, donde el agua dejaba paso a una arena pulverulenta. Una negra pared de roca se alzaba tras él, los precipicios que recordaba de cuando estuvo allí con Minho. La arena misma era oscura, y centelleaba con mica de plata. Aquí y allá en la arena había antorchas de luz mágica, que llenaban el aire con su resplandor plateado, dejando una línea de tracerías refulgentes sobre la superficie del agua. 

Junto a la orilla del lago, a unos pocos metros de donde estaba sentado, había una mesa baja hecha con piedras planas apiladas una sobre otra. Estaba claro que la habían montado a toda prisa; aunque las brechas entre las piedras estaban rellenas con arena húmeda, algunas de las rocas empezaban a resbalar y a torcerse. Depositado sobre la superficie de las piedras había algo que hizo que Beomgyu contuviese el aliento: la Copa Mortal, y colocada atravesada sobre ella, la Espada Mortal, una lengua de llama negra bajo la luz mágica. Alrededor del altar observó las líneas negras de runas grabadas en la arena. Las contempló con atención, pero estaban embarulladas, sin sentido...

Una sombra pasó por la arena, moviéndose veloz: la larga sombra de un hombre, convertida en oscilante y vaga por la luz parpadeante de las antorchas. Cuando Beomgyu alzó por fin la cabeza, él estaba ya de pie junto a él, observándolo. 

Jinki. 

El impacto de verle fue tan enorme que casi no le ocasionó ni siquiera impresión. No sintió nada mientras alzaba la vista hacia su padre, cuyo rostro flotaba recortado en el negro firmamento como la luna: blanco, austero, horadado por ojos negros que eran como cráteres de meteoritos. Por encima de la camisa llevaba sujetas una cantidad de correas de cuero que sujetaban una docena o más de armas que se erizaban a su espalda como las espinas de un erizo. Presentaba un aspecto increíblemente fornido; aparentaba la aterradora estatua de algún dios guerrero dedicado a la destrucción. 

- Beomgyu... - Dijo. - Has corrido un buen riesgo llegando hasta aquí en un Portal. Tienes suerte de que te viera aparecer en el agua casi en cuanto has llegado. Estabas inconsciente; de no ser por mí, te habrías ahogado. - Un músculo junto a su boca se movió levemente. - Y yo no me preocuparía excesivamente por las salvaguardas de alarma que la Clave ha colocado alrededor del lago. Las he suprimido en cuanto he llegado. Nadie sabe que estás aquí.

"¡No te creo!" Beomgyu abrió la boca para arrojarle las palabras al rostro. No salió ningún sonido. Era como en una de esas pesadillas en las que intentaba chillar y chillar y nada sucedía. Únicamente una seca bocanada de aire brotó de la boca, el jadeo de alguien que intenta chillar con la garganta seccionada. 

Jinki meneó la cabeza. 

- No te molestes en intentar hablar. He usado una runa de silencio, una de esas que usan los Hermanos Silenciosos, en tu nuca. Hay una runa de sujeción en tus muñecas, y otra que te inutiliza las piernas. Yo no intentaría ponerme en pie... las piernas no te sostendrán, y sólo te provocará dolor.

Beomgyu le contempló iracundo, intentando taladrarle con la mirada, herirle con su odio. Pero él no le prestó la menor atención. 

- Podría haber sido peor, ¿sabes? Para cuando te he arrastrado a la orilla, el veneno del lago ya había empezado a hacer su efecto. Te he curado de él, por cierto. Aunque no espero tu agradecimiento. - Sonrió fugazmente. - Tú y yo no hemos tenido nunca una conversación, ¿verdad? Al menos no una auténtica conversación. Debes de preguntarte por qué nunca parecí tener un interés paternal por ti. Lo siento si eso te lastimó.

Ahora la mirada fija del muchacho pasó del odio a la incredulidad. ¿Cómo podían tener una conversación si él ni siquiera podía hablar? Intentó obligar a las palabras a salir, pero nada surgió de la garganta salvo un débil jadeo.

Jinki se volvió de nuevo hacia su altar y posó la mano sobre la Espada Mortal. El arma despidió una luz negra, una especie de resplandor invertido, como si absorviera la iluminación del aire que la rodeaba. 

- No sabía que tu madre estaba embarazado de ti cuando me abandonó. - Dijo.

Beomgyu se dijo que le hablaba como nunca lo había hecho antes. Su tono era sosegado, incluso coloquial, pero no se trataba de una conversación. 

- Yo sabía que algo no iba bien. Él pensaba que ocultaba su infelicidad. Tomé un poco de sangre de Ithuriel, la deshidraté hasta convertirla en polvo, y la mezclé con su comida, pensando que podía curar su infelicidad. De haber sabido que estaba embarazado, no lo habría hecho. Ya había decidido no volver a experimentar con un hijo de mi propia sangre.




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