El humo se alzaba en una indolente espiral, trazando delicadas líneas negras en el aire diáfano. Yeonjun, solo en la colina que daba sobre el cementerio, estaba sentado con los codos sobre las rodillas y contemplaba cómo el humo flotaba en dirección al cielo. Lo irónico de todo ello no pasaba por alto: aquellos eran los restos del que le había hecho de padre, después de todo.
Podía ver las andas desde donde estaba sentado, oscurecidas por el humo y las llamas, y al pequeño grupo de pie a su alrededor. Reconoció los brillantes cabellos de Taemin desde allí, y a Minho junto a él, con la mano sobre su espalda. Taemin tenía el rostro vuelto, apartado de la ardiente pira.
Yeonjun podía haber sido un miembro del grupo, de haberlo querido. Había pasado los dos últimos días en la enfermería, y no le habían dejado salir hasta esa mañana, en parte para que pudiera asistir al funeral de Jinki. Pero había llegado a mitad de camino de la pira, un montón de leña descortezada, blanca como huesos, y había comprendido que no podía ir más allá; así que había dado media vuelta y había ascendido a la colina, lejos del cortejo fúnebre. Minho lo había llamado, pero Yeonjun no se había vuelto.
Se había sentado y había contemplado cómo se congregaban alrededor de las andas, cómo Park Jinyoung, con su traje de color blanco pergamino, encendía la leña. Era la segunda vez aquella semana que contemplaba arder un cuerpo, pero el de Taehyun había sido desgarradoramente pequeño, y Jinki era un hombre de gran tamaño... incluso tendido sobre la espalda con los brazos cruzados sobre el pecho, con un cuchillo serafín en el puño. Tenía los ojos vendados con seda blanca, como era la costumbre. Habían hecho lo debido por él, pensó Yeonjun, a pesar de todo.
No habían enterrado a Jisung. Un grupo de cazadores de sombras habían regresado al valle, pero no habían encontrado el cuerpo; había sido arrastrado por el río, le habían dicho a Yeonjun, aunque él tenía sus dudas.
Había buscado a Beomgyu entre el grupo que rodeaba las andas, pero no estaba allí. Habían transcurrido ya casi dos días desde que lo había visto por última vez, en el lago, y lo echaba en falta con una sensación casi física de añoranza. No era culpa del muchacho que no se hubiesen visto. Al menor le había preocupado que él no tuviese fuerzas suficientes para regresar a Alacante desde el lago a través de un Portal aquella noche, y había tenido razón. Para cuando los primeros cazadores de sombras habían llegado hasta ellos, Yeonjun había ido derivando hacia una aturdida inconsciencia. Había despertado al día siguiente en el hospital de la ciudad con Choi Soobin mirándole fijamente con una expresión curiosa; podría haber sido profunda inquietud o simplemente curiosidad, era difícil saberlo con Soobin. El brujo le contó que aunque el Ángel lo había curado físicamente, parecía que su espíritu y su mente se habían agotado hasta el punto de que únicamente el descanso podía sanarlos. En cualquier caso, se sentía mejor ahora. Justo a tiempo para el funeral.
Se había alzado viento y este se llevaba el humo lejos de él. En la lejanía podía ver las centelleantes torres de Alacante, a las que se había restituido su antigua gloria. Yeonjun no estaba totalmente seguro de lo que esperaba conseguir sentándose allí y contemplando cómo ardía el cuerpo de Jinki, o qué habría dicho si estuviese allí abajo entre el duelo, diciendo sus últimas palabras al difunto. "Jamás fuiste realmente mi padre. - Podría decir, o tal vez: - Fuiste al único padre que conocí." Ambas afirmaciones eran igualmente ciertas, sin importar lo contradictorias que eran.
Cuando había abierto los ojos en el lago la primera vez -sabiendo, de algún modo, que volvía de la muerte-, sólo pudo pensar en Beomgyu, que yacía con los ojos cerrados a poca distancia de él, sobre la arena ensangrentada. Había gateado hasta él casi presa del pánico, pensando que podría estar herido, o incluso muerto... y cuando él había abierto los ojos, todo en lo que había podido pensar era en que seguía vivo. Hasta que no hubo otras personas allí que lo ayudaron a ponerse en pie, prorrumpiendo en sorprendidas exclamaciones ante la escena que contemplaban, no advirtió él la presencia del cuerpo de Jinki caído y hecho un guiñapo cerca de la orilla del lago, y sintió la fuerza de todo ello como un puñetazo en el estómago. Había sabido que Jinki estaba muerto -lo habría matado él mismo-, pero con todo, de algún modo, la visión fue dolorosa. Beomgyu había mirado a Yeonjun con ojos entristecidos, y él había comprendido que aunque el menor había odiado a Jinki y jamás había tenido motivo para amarle, sentía la pérdida para Yeonjun.
Entrecerró los ojos y una avalancha de imágenes pasó rauda por el interior de sus párpados: Jinki levantándolo de la hierba en un amplio abrazo, Jinki manteniéndolo en pie en la proa de un bote en un lago, enseñándole cómo mantener el equilibrio. Y otros recuerdos, más sombríos: la mano de Jinki golpeándole la mejilla, un halcón muerto, el ángel encadenado en la bodega de los Jung.
- Yeonjun.
Alzó la vista. Minho estaba de pie junto a él, observándole con atención; era una silueta esbozada por el sol. Llevaba vaqueros y una camisa de franela como de costumbre; nada del blanco del luto para él.
- Finalizó. - Dijo Minho. - La ceremonia. Ha sido breve.
- Breve, claro. - Yeonjun hundió los dedos en la tierra junto a él, agradeciendo el dolorozo arañazo del suelo en las yemas de los dedos. - ¿Ha dicho alguien algo?
- Sólo las palabras de costumbre.
Minho se acomodó en el suelo junto a Yeonjun, efectuando una leve mueca de dolor. Yeonjun no le había preguntado cómo había sido la batalla; en realidad no había querido saberlo. Sabía que había terminado mucho más de prisa de lo que nadie había esperado; tras la muerte de Jinki, los demonios a los que este había invocado habían huido en la noche igual que neblina consumida por el sol. Pero eso no significaba que no hubiese habido muertes. El de Jinki no había sido el único cuerpo quemado en Alacante aquellos últimos días.
Editado: 21.05.2024