Cazadores de Sombras: Ciudad de Hueso (adaptación Yeongyu)

04: Rapiñador

La noche se había vuelto aún más calurosa y volver a casa fue como nadar a toda velocidad en sopa hirviendo. En la esquina de su bloque, Beomgyu se vio atrapado por un semáforo en rojo. Se removió nerviosamente arriba y abajo sobre la punta de los pies, mientras el tráfico pasaba zumbando en una masa borrosa de faros. Intentó volver a llamar a su casa, pero Yeonjun no le había mentido: su teléfono no era un teléfono. Al menos no se parecía a ningún teléfono que Beomgyu hubiese visto antes. Los botones del sensor no tenían números, sólo más de aquellos símbolos extravagantes, y no había pantalla. 

Mientras trotaba calle arriba en dirección a su casa, vio que las ventanas del segundo piso estaban iluminadas, la acostumbrada señal de que su padre estaba en casa. 

"Estupendo. - Se dijo. - Todo está bien." 

Pero sintió un nudo en el estómago en cuanto pisó la entrada. La luz del techo se había fundido, y el vestíbulo estaba a oscuras. Las sombras parecían llenas de movimientos clandestinos. Con un estremecimiento, empezó a subir la escalera. 

- ¿Y a dónde crees que vas? - Dijo una voz. 

Beomgyu se volvió.

- ¿Qué...?

Se interrumpió. Sus ojos se estaban ajustando a la penumbra, y podía distinguir la forma de un sillón enorme, colocado frente a la puerta cerrada de Kim Jisoo. La mujer estaba encajada en su interior como un cojín demasiado relleno. En la penumbra, Beomgyu sólo distinguió la forma del rostro empolvado, el abanico de encaje blanco en la mano y la abertura de la boca cuando habló. 

- Tu padre. - Dijo Jisoo. - Ha estado haciendo un buen barullo ahí arriba. ¿Qué está haciendo? ¿Moviendo muebles?

- No creo...

- Y la luz de la escalera se ha fundido, ¿te has dado cuenta? - Jisoo golpeteó el brazo del asiento con el abanico. - ¿No puede hacer tu padre que su novio la cambie? 

- Minho no es...

- La claraboya también necesita que la laven. Está asquerosa. No me sorprende que esto esté casi tan oscuro como la boca del lobo. 

"Minho NO es el casero", quiso decirle Beomgyu, pero no lo hizo. Aquello era típico de su anciana vecina. Una vez que consiguiera que Minho pasara por allí y cambiara la bombilla, le pediría que hiciera un centenar de otras cosas: ir a recogerle las compras, limpiar la ducha. En una ocasión le había hecho hacer pedazos un viejo sofá con un hacha para poderlo sacar del apartamento sin tener que desmontar la puerta de sus goznes. 

- Lo preguntaré. - Dijo Beomgyu, suspirando. 

- Será mejor que lo hagas. - Jisoo cerró el abanico de golpe con un movimiento de muñeca. 

La sensación de Beomgyu de que algo no iba bien no hizo más que acrecentarse cuando llegó a la puerta del apartamento. Estaba sin cerrar con llave, algo entreabierta, derramando un haz de luz en forma de cuña sobre el rellano. Con una sensación de creciente pánico, empujó la puerta para abrirla del todo. 

Dentro del apartamento, las luces estaban prendidas: todas las lámparas refulgían encendidas en toda su luminosidad. El resplandor le hirió los ojos. 

Las llaves y el bolso de su padre estaban sobre el pequeño estante de hierro forjado situado junto a la puerta, donde siempre los dejaba. 

- ¿Papá? - Llamó. - Papá, estoy en casa. 

No hubo respuesta. Entró en la sala. Las dos ventanas estaban abiertas, con metros de diáfanas cortinas blancas ondulando en la brisa, igual que fantasmas inquietos. Únicamente cuando el viento amainó y las cortinas se quedaron quietas, advirtió Beomgyu que habían arrancado los almohadones del sofá y los habían desperdigado por la habitación. Algunos estaban desgarrados longitudinalmente, con las entrañas de algodón derramándose sobre el suelo. Habían volcado las estanterías y esparcido su contenido. La banqueta del piano estaba caída de costado, abierta como una herida, con los queridos libros de música de Taemin desparramados por el suelo. 

Lo más aterrador eran los cuadros. Cada uno de ellos había sido cortado del marco y rasgado a tiras, que estaban esparcidas por el suelo. Sin duda lo habían hecho con un cuchillo; resultaba casi imposible romper una tela con las manos. Los marcos vacíos parecían huesos pelados. Beomgyu sintió que un grito se alzaba en el interior de su pecho. 

- ¡Papá! - Chilló. - ¿Dónde estás? ¡Papi! 

No había llamado "papi" a Taemin desde que cumplió los ocho. 

Con el corazón desbocado, corrió al interior de la cocina. Estaba vacía; las puertas de los armarios, abiertas; una botella de salsa de Tabasco rota vertía picante líquido rojo sobre el linóleo. Sintió las rodillas como si fueran bolsas de agua. Sabía que debía salir corriendo del apartamento, llegar hasta un teléfono, llamar a la policía. Pero todas aquellas cosas parecían distantes; primero necesitaba encontrar a su padre, necesitaba ver que estaba bien. ¿Y si habían entrado ladrones y su padre se había defendido? 

"¿Qué clase ladrones no se llevarían el billetero, o la tele, o el reproductor de DVD, o los caros portátiles?", pensó. 

Estaba ya ante la puerta del dormitorio de su padre. Por un momento pareció como si esa habitación, al menos, hubiera permanecido intacta. La colcha de flores echa a mano de Taemin estaba cuidadosamente doblada sobre el edredón. El propio rostro de Beomgyu sonreía desde lo alto de la mesita de noche, con cinco años y una sonrisa desdentada. Un sollozo se alzó en el pecho de Beomgyu. 

"Papá. - Lloró interiormente. - ¿Qué te ha sucedido?"

El silencio le respondió. No, no silencio; un ruido atravesó el apartamento, poniéndole de punta los cabellos del cogote. Era como si derribaran algo, un objeto pesado chocando contra el suelo con un golpe sordo. El golpe sordo fue seguido por un sonido deslizante, de algo al ser arrastrado... e iba hacia el dormitorio. Con el estómago contraído por el terror, Beomgyu se irguió apresuradamente y se volvió despacio. 

Por un momento le pareció que el umbral estaba vacío, y sintió una oleada de alivio. Luego miró abajo. 




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