La habitación de Yeonjun estaba tan aseada como siempre: la cama perfectamente hecha, los libros de las estanterías dispuestos en orden alfabético, notas y libros de texto cuidadosamente apilados sobre el escritorio. Incluso las armas, apoyadas contra la pared, estaban ordenadas por tamaño, desde un sable imponente hasta un pequeño conjunto de dagas.
Beomgyu, en el umbral de la puerta, contuvo un suspiro. La pulcritud estaba muy bien. Se había acostumbrado ya a ella. Era, siempre había pensado, el modo que tenía Yeonjun de controlar los elementos de una vida que, de lo contrario, estaría dominada por el caos. Había vivido tanto tiempo sin saber quién -o incluso qué- era en realidad, que no podía tomarse a mal que dispusiera en meticuloso orden alfabético su colección de poesía.
Pero podía tomarse a mal -y se lo tomaba a mal- el hecho de que él no estuviese allí. Si al salir de la tienda de ropa no había regresado a casa, ¿a dónde había ido? Una sensación de irrealidad se apoderó de él a medida que observaba la habitación. Era imposible que aquello estuviera pasando, o eso creía. Sabía cómo iba lo de las rupturas porque había oído a otros chicos y chicas quejarse al respecto. Primero la separación, el rechazo gradual a devolver las notas o las llamadas. Los mensajes vagos diciendo que nada iba mal, que su pareja sólo quería un poco más de espacio personal. Después el discurso de "no eres tú, soy yo". Y finalmente las lágrimas.
Nunca había pensado que nada de todo aquello pudiera aplicarse a él y a Yeonjun. Lo suyo no era normal, ni estaba sujeto a las reglas normales de las relaciones y las rupturas. Se pertenecían por completo el uno al otro, y siempre sería así, y eso era todo.
Pero, ¿y si todo el mundo pensaba lo mismo? ¿Hasta el momento en que caían en la cuenta de que eran iguales que los demás y todo lo que creían real se hacía añicos?
Un resplandor plateado llamó su atención. Era la caja que Goeun le había entregado a Yeonjun, decorada con su delicado dibujo con motivos de aves. Beomgyu sabía que Yeonjun había estado examinando su contenido, leyendo poco a poco las cartas, repasando notas y fotografías. No le había comentado mucho al respecto y él tampoco había querido preguntar. Sabía que los sentimientos que albergaba hacia su padre biológico eran algo con lo que sólo él mismo tendría que hacer las paces.
Pero se sintió atraído hacia la caja. Recordó a Yeonjun en Idris, sentado en la escalinata de acceso al Salón de los Acuerdos, con la caja en su regazo. "Si pudiera dejar de amarte", le había dicho. Acarició la tapa de la caja y sus dedos localizaron el cierre, que se abrió sin dificultad. En su interior había papeles, fotografías antiguas. Sacó una y se quedó mirándola, fascinado. En la fotografía aparecían dos personas, una mujer y un hombre jóvenes. Reconoció de inmediato a la mujer como la hermana de Minho, Goeun. La chica contemplaba al joven irradiando la luz del primer amor. El chico era guapo, alto y pelinegro, y sus facciones, menos angulosas que las de Yeonjun... pero aún así, saber quién era -el padre de Yeonjun- le produjo a Beomgyu un nudo en el estómago.
Dejó rápidamente la fotografía del padre de Yeonjun y estuvo a punto de cortarse el dedo con la hoja de un fino cuchillo de caza que estaba cruzado en el interior de la caja. Su empuñadura estaba decorada con motivos de aves. La hoja estaba manchada de óxido, o de lo que parecía óxido. No debieron de limpiarla bien. Cerró en seguida la caja y se fue; un sentimiento pesaba sobre sus hombros.
Había pensado en dejar una nota, pero, después de decidir que sería mejor esperar a poder hablar con Yeonjun en persona, cerró la puerta y recorrió el pasillo hasta llegar al ascensor. Antes había llamado a la puerta de la habitación de Niki, pero al parecer tampoco él estaba en casa. Incluso las antorchas de luz mágica de los pasillos parecían alumbrar menos de lo habitual. Tremendamente deprimido, Beomgyu fue a pulsar el botón del ascensor, y se dio cuenta entonces de que estaba iluminado. Alguien subía al Instituto desde la planta baja.
"Yeonjun", pensó de inmediato, y su pulso se aceleró. Pero, naturalmente, no podía ser él. Sería Niki, o Kibum, o...
- ¿Minho? - Dijo sorprendido en cuanto se abrió la puerta del ascensor. - ¿Qué haces aquí?
- Lo mismo podría preguntarte yo. - Salió del ascensor y cerró la puerta a sus espaldas. Llevaba una chaqueta de franela forrada de borrego que Taemin había estado intentando que tirara desde que empezaron a salir. Estaba bien, pensaba Beomgyu, que Minho no cambiara prácticamente en nada, pasara lo que pasara en su vida. Le gustaba lo que le gustaba, y eso era todo. Aunque fuera aquella vieja chaqueta de aspecto andrajoso. - Pero creo que ya sé la respuesta. ¿Está por aquí?
- ¿Yeonjun? No. - Beomgyu se encogió de hombros, tratando de no revelar su preocupación. - No pasa nada. Ya nos veremos mañana.
Minho dudó un momento.
- Beomgyu...
- Minho. - La gélida voz que se oyo a sus espaldas pertenecía a Kibum. - Gracias por venir tan rápidamente.
Minho se volvió para saludarlo.
- Kibum.
Kim Kibum acababa de aparecer en el umbral de la puerta, con la mano apoyada en el marco. Llevaba guantes, unos guantes de color gris claro a conjunto con su traje chaqueta gris. Beomgyu se preguntó si Kibum tendría pantalones vaqueros. Nunca había visto a la madre de Niki y de Kai vestido con otra cosa que no fueran trajes chaqueta o ropa formal.
Beomgyu notó que se le subían los colores. A Kibum no parecían importarle sus idas y venidas, aunque en realidad Kibum nunca había reconocido la relación de Beomgyu con Yeonjun. Resultaba difícil culparlo de ello. Kibum estaba tratando aún de superar la muerte de Taehyun, que se había producido hacía únicamente seis semanas, y lo estaba haciendo solo, mientras Kim Jonghyun seguía en Idris. Tenía en la cabeza cosas más importantes que la vida amorosa de Yeonjun.