Cazadores de Sombras: Ciudad de los Ángeles Caídos (yeongyu)

Capítulo 9: Del fuego hacia el fuego

Beomgyu llegó a la puerta y emergió al ambiente lluvioso de la noche. Llovía ahora a raudales y se quedó empapado al instante. Sofocado entre la lluvia y las lágrimas, pasó corriendo por delante de la conocida furgoneta amarilla de Eric; la lluvia se deslizaba desde su techo hacia la alcantarilla, y estaba a punto de cruzar la calle con el semáforo en rojo cuando una mano lo agarró y lo obligó a volverse.

Era Yeonjun. Estaba tan empapado como él, con la lluvia pegándole el pelo a la cabeza y emplastándole la camiseta al cuerpo como si fuese pintura negra.

- Beomgyu, ¿no has oído que te llamaba?

- Suéltame. - Le temblaba la voz.

- No. No hasta que hables conmigo. - Yeonjun miró a su alrededor, a un lado y a otro de la calle, que estaba desierta, las gotas de lluvia estallaban contra el negro asfalto como plantas de floración rápida. - Vamos.

Sin soltarlo del brazo, se arrastró para rodear la furgoneta y adentrarse en un callejón colindante con el Alto Bar. Las ventanas que se elevaban por encima de sus cabezas filtraban el sonido amortiguado de la música que seguía sonando en el interior del local. El callejón tenía las paredes de ladrillo y era a todas luces un vertedero de trastos y restos de equipos de música. El suelo estaba lleno de amplificadores rotos y altavoces viejos, junto con jarras de cerveza hechas añicos y colillas de cigarillo.

Beomgyu consiguió liberarse de la garra de Yeonjun y se volvió hacia él.

- Si piensas pedirme disculpas, no te molestes. - Se apartó el pelo mojado de la cara. - No quiero oírlas.

- Iba a explicarte que estaba intentando ayudar a Jake. - Dijo, las gotas de lluvia resbalando desde sus pestañas hacia las mejillas como si fueran lágrimas. - He estado con él durante los últimos...

- ¿Y no podías contármelo? ¿No podías enviarme un mensaje de una sola línea diciéndome dónde estabas? Oh, espera. No podías, porque aún tienes mi jodido teléfono. Dámelo.

En silencio, Yeonjun lo buscó en el bolsillo de su vaquero y se lo entregó. Estaba intacto. Beomgyu lo guardó en el macuto antes de que la lluvia lo estropeara. Yeonjun lo observó todo el rato, con la misma expresión que tendría si él acabara de pegarle un bofetón. Y aquello hizo rabiar aún más a Beomgyu. ¿Qué derecho tenía él de sentirse herido?

- Creo... - Dijo Yeonjun lentamente. - Que pensaba que lo más próximo a estar contigo era estar con Jake. Cuidar de él. Tuve la estúpida idea de que si te dabas cuenta de que lo hacía por ti, me perdonarías...

La rabia de Beomgyu afloró a la superficie, una marejada encendida e imparable.

- ¡Ni siquiera sé qué se supone que tengo que perdonarte! - Vociferó. - ¿Se supone que tengo que perdonarte por haber dejado de quererme? Porque si eso es lo que quieres, Kim Yeonjun, tú sigue a lo tuyo y... - Retrocedió un paso, sin mirar, y estuvo a punto de tropezar con un altavoz abandonado. Cuando extendió la mano para mantener el equilibrio, le cayó la mochila al suelo, pero Yeonjun ya estaba allí. Se adelantó para sujetar a Beomgyu y siguió avanzando, hasta que la espalda de este chocó con la pared del callejón y él lo tuvo entre sus brazos y empezó a besarlo con pasión.

Beomgyu sabía que tenía que impedírselo; su cabeza le decía que era lo más sensato, pero el resto de su cuerpo ignoraba en aquel instante cualquier atizbo de sensatez. Era imposible mientras Yeonjun lo besaba como si creyese que iría al infierno por ello, pero merecía la pena.

Clavó los dedos en los hombros de él, en el tejido empapado de su camiseta, palpando la resistente musculatura que había debajo, y le devolvió los besos con la desesperación acumulada durante aquellos últimos días cuando desconocía el paradero de Yeonjun o en qué estaría pensando, sintiendo que parte de su corazón había sido arrancado de su pecho y no podía ni respirar. Clavó los dedos con más fuerza, notó que él hacía una mueca de dolor, y no le importó.

- Dime... - Dijo el menor pegado a su boca, entre beso y beso. - Dime qué pasa... oh. - Sofocó un grito cuando él lo rodeó por la cintura y lo levantó para colocarlo encima del altavoz roto, dejándolo casi a su misma altura. Entonces el mayor puso las manos a ambos lados de su cara y se inclinó hacia adelante, de modo que sus cuerpos llegaron casi a tocarse... aquello resultaba exasperante. Beomgyu percibía el calor enfebrecido que desprendía el cuerpo de él; aún tenía las manos posadas en sus hombros, pero no era suficiente. Deseaba que lo abrazase con fuerza. - ¿Por... por qué? - Jadeó. - ¿Por qué no puedes hablar conmigo? ¿Por qué no puedes mirsrme?

El mayor bajó la cabeza para mirarlo a la cara.

- Porque te quiero.

Beomgyu ya no podía más. Separó las manos de sus hombros, clavó los dedos en los pasadores del cinturón del pantalón de Yeonjun y lo atrajo hacia él. El mayor le dejó hacer sin oponer resistencia, con las manos apoyadas contra la pared, doblando el cuerpo contra el de él hasta que estuvieron encajados por todas partes -pecho, caderas, piernas- como las piezas de un rompecabezas. Deslizó las manos hasta su cintura y lo besó, un beso prolongado y lento que lo hizo estremecerse.

El menor se apartó.

- Eso no tiene sentido...

- Ni esto. - Dijo el mayor con un abandono desesperante. - Pero no me importa. Estoy harto de fingir que puedo vivir sin ti. ¿No lo entiendes? ¿No entiendes que está matándome?

Beomgyu se quedó mirándolo. Veía que hablaba en serio, lo veía en sus ojos, que conocía tan bien como los suyos, en las oscuras ojeras, en el pulso que latía en su garganta. Su deseo de respuestas luchaba contra la parte más primaria de su cerebro, y perdió.

- Bésame, entonces. - Dijo, y presionó su boca contra la de de él, mientras sus corazones latían al unísono a través de las finas capas de tejido que los separaban. Y el menor se dejó arrastrar por la sensación de sus besos; de la lluvia por todas partes, en la boca, en las pestañas; de dejar que sus manos se deslizasen libremente por el tejido empapado y arrugado de su ropa, que la lluvia había afinado y pegado a su cuerpo. Era casi como tener sus manos sobre su piel desnuda, su pecho, su cintura, su abdomen; cuando llegaron al dobladillo de los shorts, le acarició con fuerza los muslos, presionándolo contra la pared, mientras el menor le rodeaba la cintura con las piernas.




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