Cazadores de Sombras: Ciudad de los Ángeles Caídos (yeongyu)

Capítulo 11: Los de nuestra especie

El demonio se abalanzó sobre Beomgyu y él dejó de gritar de repente y saltó hacia atrás, por encima del altar, con una voltereta perfecta, y por un extraño instante deseó que Yeonjun hubiera estado presente para verlo. Cayó en cuclillas al suelo, justo en el momento en que algo se estampaba con fuerza contra el altar, provocando vibraciones en la piedra.

En la iglesia resonó un aullido. Beomgyu se agazapó detrás del altar y asomó la nariz para mirar. El demonio no era tan grande como se había imaginado de entrada, pero tampoco era pequeño: más o menos del tamaño de una nevera, con tres cabezas sobre cimbreantes cuellos. Las cabezas eran ciegas, con enormes mandíbulas abiertas de las que colgaban hilos de baba verdosa. Al parecer, al intentar alcanzarlo, el demonio se había golpeado contra el altar con la cabeza situada más a la izquierda, pues estaba meneándola adelante y atrás, como si intentara despejarse.

Beomgyu miró frenéticamente hacia arriba, pero las figuras con chándal seguían en el mismo lugar. No se habían movido. Era como si estuvieran observando la escena con indiferencia. Se volvió para mirar detrás de él, pero, por lo que parecía, no había más salidas que la puerta por la que había accedido a la iglesia, y el demonio le bloqueaba ese acceso. Percatándose de que estaba desperdiciando unos segundos preciosos, se incorporó y decidió hacerse con el athame. Lo arrancó del altar y volvió a agazaparse justo en el momento en que el demonio se lanzaba de nuevo a por él. Rodó hacia un lado cuando una de las cabezas, balanceándose sobre su grueso cuello, salía proyectada por encima del altar, agitando su lengua gruesa y negra, buscándolo. Con un grito, hundió una vez el athame en el cuello de la criatura y lo extrajo a continuación, saltando hacia atrás para apartarse de su camino.

La cosa gritó, su cabeza echándose hacia atrás, y sangre negra manaba a borbotones de la herida que acababa de provocarle. Pero no había sido un golpe mortal. Mientras Beomgyu miraba, la herida empezó a cicatrizarse lentamente; la carne verde negruzca del demonio se unía como si estuvieran cosiendo un tejido. El corazón le dió un vuelco. Claro. El motivo por el que los cazadores de sombras utilizaban armas preparadas con runas eran porque las runas impedían la curación de los demonios.

Buscó con la mano izquierda la estela que llevaba en el cinturón y consiguió liberarla de allí justo en el momento en que el demonio volvía a abalanzarse contra él. Se inclinó hacia un lado y se arrojó escalera abajo, magullándose, hasta que alcanzó la primera hilera de bancos. El demonio se volvió, moviéndose pesadamente, y arremetió de nuevo contra él. Percatándose de que tenía en las manos tanto la estela como la daga -de hecho, se había cortado con la daga al rodar por la escalera y en la parte frontal de la chaqueta había aparecido una mancha de sangre-, pasó la daga a la mano izquierda, la estela a la derecha, y con una velocidad desesperada, trazó una runa enkeli en la empuñadura del athame.

Los demás símbolos de la empuñadura empezaron a fundirse y a esfumarse en cuanto la runa del poder angelical se apoderó del arma. Beomgyu levantó la vista; tenía el demonio prácticamente encima, sus tres cabezas cerniéndose sobre él con las bocas abiertas. Levantándose de un salto, echó el brazo hacia atrás y clavó la daga con todas sus fuerzas. Para su sorpresa, fue a parar en el centro del cráneo de la cabeza Intermedia, hundiéndose en ella hasta la empuñadura. La cabeza empezó a dar sacudidas y el demonio gritó -Beomgyu se sintió animado- y, acto seguido, la cabeza cayó al suelo, golpeándolo con un repugnante ruido sordo. Pero el demonio seguía igualmente avanzando hacia Beomgyu, arrastrando la cabeza muerta colgada del cuello.

Se oyeron pasos arriba. Beomgyu levantó la cabeza. Las figuras en chándal habían desaparecido, la galería estaba vacía. Una imagen en absoluto tranquilizadora. Con el corazón bailando un salvaje tango en el interior de su pecho, Beomgyu dió media vuelta y echó a correr hacia la puerta, pero él demonio era más rápido que él. Con un gruñido forzado, se lanzó por encima de él y aterrizó justo delante de la puerta, bloqueándole el paso. Con un siseo, avanzó hacia Beomgyu, con sus dos cabezas supervivientes balanceándose, elevándose después, alargándose al máximo para atacarlo...

Hubo un destello, una llamarada de oro plateado. Las cabezas del demonio giraron bruscamente y el siseo se trasnformó en chillido, pero era demasiado tarde: la cosa plateada que las envolvía empezó a tensarse y, proyectando sangre negruzca, las dos cabezas restantes quedaron segadas. Beomgyu intentó apartarse de la trayectoria de la sangre que lo salpicaba, chamuscándole la piel. Y tuvo que agachar la cabeza cuando el cuerpo decapitado empezó a tambalearse, cayendo sobre él...

Y desapareció. Con su caída, el demonio se esfumó, engullido por su dimensión de origen. Beomgyu levantó la cabeza con cautela. Las puertas de la iglesia estaban abiertas y en la entrada vio a Niki, con botas y un traje negro, y su látigo de oro blanco en la mano. Estaba enrollándolo lentamente en su muñeca, estudiando entretanto la iglesia, con sus oscuras cejas unidas en una expresión de curiosidad. Y cuando su mirada fue a parar a Beomgyu, sonrió.

- Maldito chico. - Dijo. - ¿En qué jaleo te has metido ahora?

***

El contacto de las manos de los sirvientes de la vampira sobre la piel de Jake era frío y ligero, como la caricia de unas alas de hielo. Se estremeció levemente cuando desenrollaron la venda que le envolvía la cabeza, su piel marchita era áspera al contacto. Dieron entonces un paso atrás y se retiraron con una reverencia.

Miró a su alrededor, pestañeando. Hace tan solo unos momentos se encontraba en la esquina de una calle, a una distancia del Instituto que había considerado suficiente para poder utilizar la tierra del cementerio para contactar con Ryujin sin levantar sospechas. Y ahora estaba en una estancia escasamente iluminada, bastante grande, con suelo de mármol y elegantes pilares sosteniendo un elevado techo. La pared que quedaba a su izquierda tenía una hilera de cubículos con frente de cristal, todos ellos con una placa de latón en la que se leía "cajero". Otra placa de latón en la pared declaraba que aquello era un banco. Gruesas capas de polvo alfombraban tanto el suelo como los mostradores donde en su día la gente había preparado sus talones o sus impresos para retirar dinero, y las lámparas de latón que colgaban del techo estaban cubiertas de verdín.




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