Beomgyu nunca había tenido tanto frío.
Ni siquiera cuando había salido arrastrándose del lago Lyn, tosiendo y escupiendo su venenosa agua, había tenido tanto frío. Ni siquiera cuando había creído que Yeonjun estaba muerto, había sentido en su corazón aquella terrible parálisis gélida. Después había ardido de rabia, de rabia contra su padre. Pero ahora sólo sentía frío, un frío helado de la cabeza a los pies.
Había recuperado el sentido en el vestíbulo de mármol de un extraño edificio, bajo la sombra de una lámpara de araña apagada. Yeonjun lo transportaba, con un brazo por debajo de las rodillas y el otro sujetándole la cabeza. Mareado y aturdido, había enterrado la cabeza contra su cuello por un instante, intentando recordar dónde estaba.
- ¿Qué pasó? - Había susurrado.
Habían llegado a un ascensor. Yeonjun pulsó el botón y Beomgyu escuchó el traqueteo que significaba que el aparato descendía hacia ellos. Pero, ¿dónde estaban?
- Te has quedado inconsciente. - Dijo él.
- Pero, ¿cómo...? - Entonces recordó y se quedó en silencio. Las manos del mayor sobre él, la punzada de la estela en la piel, la oleada de oscuridad que se había apoderado de él. Algo erróneo en la runa que le había dibujado, su aspecto y su sensación. Permaneció sin moverse en sus brazos por un momento y dijo a continuación: - Déjame en el suelo.
Así lo hizo él y se quedaron mirando. Los separaba un espacio mínimo. Podría haber alargado el brazo para tocarlo, pero por primera vez desde que lo conocía no deseaba hacerlo. Tenía la terrible sensación de estar mirando a un desconocido. Parecía Yeonjun, y sonaba como Yeonjun cuando hablaba, y lo había sentido como Yeonjun mientras lo llevaba en brazos. Pero sus ojos eran extraños y distantes, igual que la sonrisa que esbozaba su boca.
Se abrieron las puertas del ascensor detrás de él. Beomgyu recordó una ocasión en la nave del Instituto, diciéndole "te quiero" a la puerta cerrada del ascensor. Pero ahora, detrás de él se abría un vacío, negro como la entrada de una cueva. Buscó la estela en el bolsillo; había desaparecido.
- Tú fuiste el que me hizo perder el sentido. - Dijo. - Con una runa. ¿Por qué me trajiste aquí?
El bello rostro de Yeonjun permanecía completamente inexpresivo.
- Tuve que hacerlo. No me quedaba otra elección.
Beomgyu se volvió y echó a correr hacia la puerta, pero Yeonjun fue más rápido. Siempre lo había sido. Se colocó delante de él, bloqueándole el paso, y extendió los brazos.
- No corras, Beomgyu. - Dijo. - Por favor. Hazlo por mí.
Lo miró con incredulidad. La voz era la misma; sonaba igual que Yeonjun, pero no como si fuera él, sino como una grabación, pensó Beomgyu; los tonos y las modulaciones de su voz estaban allí, pero la vida que la animaba había desaparecido. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Le había parecido remoto y lo había achacado al estrés y al dolor, pero no. Era que Yeonjun se había ido. El estómago le dio un vuelvo y se volvió de nuevo hacia la puerta, pero Yeonjun lo atrapó por la cintura y lo obligó a volverse hacia él. Lo empujó, sus dedos atrapados en el tejido de su camisa, rasgándola.
Se quedó helado, mirándolo. En su pecho, justo encima del corazón, había dibujada una runa.
Una runa que nunca había visto. Y que no era negra, como las runas de los cazadores de sombras, sino rojo oscuro, del color de la sangre. Y carecía de la delicada elegancia de las runas del Libro Gris. Era como un garabato, fea, sus líneas eran angulosas y crueles, mas que curvilíneas y generosas.
Era como si Yeonjun no viese la runa. Se observó a sí mismo, como si estuviera preguntándose qué estaría mirando él, y a continuación levantó la vista, perplejo.
- No pasa nada. No me has hecho daño.
- Esa runa... - Empezó a decir él, pero se interrumpió en seco. Tal vez él no supiera que la tenía ahí. - Suéltame, Yeonjun. - Dijo entonces, apartándose. - No tienes que hacer esto.
- Te equivocas. - Dijo él, y volvió a cogerlo.
Esta vez, Beomgyu no forcejeó. ¿Qué pasaría si conseguía escaparse? No podía dejarlo allí. Yeonjun seguía ahí, pensó, atrapado en algún lugar detrás de aquellos ojos inexpresivos, tal vez gritando y pidiéndole socorro. Tenía que quedarse con él. Enterarse de qué sucedía. Dejó que lo cogiera y lo llevara hacia el ascensor.
- Los Hermanos Silenciosos se percatarán de tu ausencia. - Le dijo, mientras los botones del ascensor iban iluminándose de planta en planta a medida que ascendían. - Alertarán a la Clave. Vendrán a buscarte...
- No tengo por qué temer a los Hermanos. No estaba allí en calidad de prisionero; no esperaban que quisiera marcharme. No se darán cuenta de que me he ido hasta mañana, cuando se despierten.
- ¿Y si se despiertan más temprano?
- Oh. - Dijo con fría certidumbre. - No se darán cuenta. Es mucho más probable que los asistentes a la fiesta de la Fundición se den cuenta de tu ausencia. Pero, ¿qué podrían hacer? No tienen ni idea de a dónde has ido y el Camino de Seguimiento hasta este edificio está bloqueado. - Le apartó el pelo de la frente, y él se quedó inmóvil. - Tienes que confiar en mí. Nadie vendrá a buscarte.
No sacó el cuchillo hasta que salieron del ascensor. Le dijo entonces:
- Jamás te haría daño. Lo sabes, ¿verdad? - Pero aún así, le acomodó el cabello con la punta del cuchillo y presionó la hoja contra su garganta. En cuanto salieron a la terraza, el aire gélido golpeó como una bofetada sus brazos. Las manos de Yeonjun eran cálidas al contacto y sentía su calor a través de la fina tela de su traje, pero no lo calentaba, no lo calentaba por dentro. Sentía como si el interior de su cuerpo estuviera lleno de aserradas astillas de hielo.
Y el frío aumentó cuando vio a Jake, mirándolo con sus enormes ojos oscuros. Su cara era pura conmoción, estaba blanco como el papel. Lo miraba, y a Yeonjun detrás de él, como si estuviera viendo algo fundamentalmente erróneo, una persona con la cara vuelta al revés, un mapamundi sin tierra y sólo con mar.