Cazadores de Sombras - El Dorado 1: Sueños Buscados

7- Decepciones

Yaja Blackdale había estado mirando el horizonte meditabundo, metida tan dentro de sus pensamientos como en un tibio mar. Sus manos estaban sosteniéndose la una con la otra, mientras se mordía el labio inconscientemente. Ella experimentaba el súbito dolor en su pecho, como si algo dentro de este se hubiese roto. Yaja no era boba, sabía que pertenecía al dolor de no encajar ni en ese lugar ni en nada.

Desde pequeña había entrenado fuertemente en su caluroso hogar, cerca del maravilloso lago de Maracaibo, donde había nadado y observado demonios que duplicaban su tamaño. Sin temor siquiera cuando la noche caía y los rayos empezaban a caer como fieros ángeles vengadores. Ella había mostrado la rudeza de la que estaba hecha y la determinación de su alma, y nadie lo había notado.

El sol en lo alto picaba en su piel, quemándola silenciosamente. Yaja ya estaba acostumbrada al sol, a su ardor y a su luz. Ella levantó la mirada y vio las nubes aglomerandose oscuramente en el cielo, avisando de una fuerte tormenta capaz de sacudir el barco y hundirlo profundamente.

Perderlo para siempre, y donde jamás sería encontrado.

Yaja había luchado con todo lo que tenía y siempre mostraba la capacidad que poseía. No obstante, la trataban como una niña. Y ella sabía que era una niña, pero una niña que causó la paz en el Zulia y que hacía retroceder a los demonios con solo verla. No era una niña cualquiera, y debía ser tratada como lo que era; una niña gloriosa.

El barco se mecía bajo ella por las olas, y sentía un peso en su pecho que podría arrastrarla a cualquier abismo. Se colocó las manos sobre su rostro y se estremeció. No lloraría, aunque era eso lo que quería más que nada. Todos parecían preocupados por ella que por la situación que se desenvolvió en sus propias narices. Ella era demasiado joven, y su corazón no debía esperar nada de nadie.

No debía depender de la aprobación de las personas, aunque haya veces que las necesite.

— Yaja...—una voz rompió el silencio.

Ella giró suavemente, tratando de disolver las telarañas de su mente y volviendo a la realidad.

— Hola, Carolina.

Parecía nerviosa, se balanceaba tímidamente en el barco y su equilibrio era pésimo. Era como si apenas aprendiera a estabilizarse bajo un suelo que se mecía. Yaja estaba serena, firme y con la barbilla en alto, imperturbable. Ella había aprendido sola como mantener la calma y la estabilidad mientras se desplazaba por el lago, de pie sobre una madera vieja y derramando el icor como lágrimas de dioses.

— Te estamos esperando. Hay muchas cosas que debo decir—dijo ella, con una voz suave y temblorosa.

Yaja se separó de donde estaba y fue hacia ella.

— Adelante, voy detrás de ti.

***

Yaja estaba escuchando atentamente lo que decía Carolina, de pie sobre un balde y gesticulando con las manos.

— Hemos sido atacados por un grupo armado y fuerte de hadas—comenzó—. Salimos apenas con vida, y yo, incluso, casi termino casada —miró a Niord amarrado y lejos de la reunión—. He pensado que las hadas podrían tener represalias.

Alicia se sacudió su cabello y se acercó a su parabatai. Había algo en sus posturas que se le hacía sospechoso a Yaja; como si hubieran planeado todo esto antes. Sus voces parecían mecánicas, de esas veces que repites tanto algo que pierde todo el sentimiento y el sentido. El entrecejo de Yaja se arrugó.

— ¿Qué es lo que tratas de decir?—insistió Yaja, odiando los rodeos en las cosas importantes.

Jairo se acercó a ella y la miró, la complicidad bañada en su rostro. Ella automáticamente retrocedió. Conocía a su hermano como su propia alma; todo esto tenía que ver con ella. Sin embargo, aunque ella giró con determinación y estuvo a punto de argumentar en contra de lo que harían, porque ella lo sabía, no lo hizo.

No lo hizo, y no lo haría. Quería recibir el coñazo como la puñalada de un ángel en su corazón.

— Carolina está preocupada por todo esto —dijo Alicia suavemente—. Ha sucedido algo muy grave bajo el agua. Hemos humillado a los Tritones y a las Sirenas, ellos vendrán por nosotros tan pronto el sol baje. Y ahora...—ella bajó el rostro y el cabello le cayó hacia los lados como una cascada—. Le ha llegado un mensaje peculiar a Niord. Van a atacar el Instituto de Cuzco.

El aliento fue contenido por todos, como si el tiempo se hubiera detenido y viles fantasmas lo hubieran robado.

Yaja miró a Niord en la distancia, sentado y atado. Apenas lograba mirarlos, y Yaja sabía que el mensaje era falso. Podría ir hacia él y preguntarle ella misma, porque las hadas y los seres con cola de pez no podían mentir. Pero no lo haría, solo anhelaba saber hasta qué punto llegaría todo y si su hermano estaba dispuesto a abandonarla.

Odió ser demasiado masoquista.

— ¿Quién irá a defenderlo? —preguntó Thiago—.Podría alertar a los Cazadores de Sombras, pero hacer eso implicaría la rotura de los acuerdos y el comienzo de una guerra. Además, de que esta misión no ha sido informada al Cónclave.

— No creemos que sean capaces de hacerlo. Pero enviaremos a solo dos personas capacitadas para ese trabajo —dijo Carolina.

La espalda de Yaja se enderezó y frunció los labios.

— Yaja y Crystal serán enviadas al instituto de Cuzco y lo defenderán en caso de una invasión de las hadas azules —soltó Carolina—. Creemos creer que solo es una nota para despistarnos, de hacernos retroceder, pero estaremos seguros si Yaja y Crystal están ahí.

Jairo tomó delicadamente el brazo de ella y le sonrió.

—Tienes sobre tus hombros una tarea importantísima—dijo emocionado, sonriendo.

Una emoción falsa.

Una mentira que le costaría la confianza de su hermana.

El dolor se extendió por todo el pecho de Yaja. Ella sonrió también, aunque estuviera horrorizada y triste.

Muchas voces se levantaron en auge, contentas e indecisas con esa decisión.




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