Cazadores de Sombras - El Dorado 1: Sueños Buscados

15- Volviendo al Pasado.

VENEZUELA, DICIEMBRE DE 2007

Instituto de Maracaibo

En la ciudad de Maracaibo, la tierra del sol amada, Yaja Blackdale recogió suavemente sus cosas y las metió dentro de su maleta. Estaba llorando silenciosamente mientras se aferraba con fuerza a su estela y la presión de sus manos hicieron que las yemas de sus dedos se emblanqueciesen. Su cuerpo era delgado, fuerte y se sacudía por el llanto.

Algo malo había ocurrido y solo era cuestión de minutos antes de que huyera hacia la ciudad del viento, donde su hermano estaba sumido en una gran investigación con su padre.

Los pasos se escuchaban en el pasillo, lentos y luego rápidos, llenos de odio y de deseo.

Yaja cerró su maleta con suavidad para no hacer ruido y se acercó sigilosamente hacia la puerta, donde colocó su oreja para oír: nada.

Abrió la puerta después de dibujar vertiginosamente runas sobre su cuerpo sucio, un cuerpo que fue invadido por una persona que ella odiaría por el resto de su vida. Tomó un cuchillo de su cinturón de armas en su pequeña mano y salió afuera, con una maleta cargada en la otra mano.

Ella caminaba rápido, sin hacer ruido alguno y con el miedo deslizándose por su garganta hacia su estómago. Era la clase de miedo mezclado por otras emociones que tenían el mismo efecto que bolas nucleares estallando dentro. Sin embargo, había una emoción que actuaba de forma independiente en ella, una que no se asociaría con ninguna otra y que la destruiría hasta el día de su muerte: Asco.

Asco de esas manos moviéndose, tanteando su cuerpo en la oscuridad y atraiéndola con la fuerza del hierro, sin ningún consentimiento y doblegando su poder con facilidad, como si fuese la presa del depredador, la cebra del león. Ella se estremeció ante el surgimiento del recuerdo de los labios chupando los suyos, del beso que no quiso y fue robado violentamente, junto con su propia inocencia en un abrir y cerrar de ojos.

Bajó las escaleras tambaleándose y llegó a la sala principal del instituto de Maracaibo.

— ¡Por fin te encuentro! —la voz se abrió paso en el aire con la descarga de una bala.

Las piernas de Yaja flaquearon y creyó que caería al suelo. Ella no giró, no podría girar y ver el rostro del que destrozó su vida de nuevo. No quería encontrarse con la barba que raspó sus mejillas, su pecho...

— ¡Detente, por favor, podemos hablar de esto! —dijo él, corriendo hacia ella con rapidez.

Ella apretó su agarre en el cuchillo serafín con toda su fuerza, con toda la fuerza que le quedaba para luchar con su león. Yaja dejó que el agarre de la maleta cediera; esta cayó al suelo con un estruendo justo cuando giraba sobre sus talones y hacía silbar el aire con su arma. El cuchillo se movió con rapidez, con la luz de la araña de cristal iluminando la hoja y la hundió sobre su rostro.

La sangre salió disparada como chispas y roció levemente su rostro. Yaja retrocedió, asustada del gruñido feroz que salió de lo más profundo de la garganta del hombre. Ella tropezó con su propia maleta y cayó al suelo secamente, y su arma se deslizó fuera de su mano y de su alcance. 

— ¡Vete al infierno! —gritó ella desesperadamente, mientras se impulsaba de sus brazos y piernas hacia atrás, lejos de él.

La sangre salpicada en su rostro era caliente, cálida y le causó repugnancia a Yaja. Su cuerpo temblaba con fiereza y era incontrolable mientras retrocedía con horror. El hombre se mantuvo quieto mientras la sangre se deslizaba por su rostro y hacia su cuello y pecho. El corazón de Yaja se movía muy rápido, atemorizado ante la figura de un diablo escondido en el cuerpo de un cazador de sombras.

— Tu mamá nunca te quiso, lo sabes ¿no? siempre me lo contaba antes de dormir. Decía que eras intensa, que naciste con la maldad adentro —susurró, con una voz suave y lenta—. Pero yo sí te amé y te amo al sol de hoy, con todas las fuerzas que se puede amar a alguien...

Yaja rompió en llanto y se abrazó, con sus brazos débiles y temblorosos..

— ¡Mamá me ama más que nadie y lo sabes! —gritó—. Pero no te amará a ti por mucho más tiempo cuando se entere de lo que me hiciste.

A pesar de la herida que le cruzaba el rostro y se lo dividía en dos, Yaja Blackdale notó el miedo tamborileando en su cara. En ese momento, ella percibió que una energía impresionante llenaba su ser. No era lo suficiente para derrotar al diablo, pero sí para retarlo.

Se colocó de pie y desenvainó una daga de su cinturón de armas. Era fría en su mano.

— ¡Te he demostrado mi amor, no puedes ser tan descarada en contárselo a ella!

Las lágrimas descendía de su rostro mientras recordaba su cuerpo sobre el de ella y el susurro de su voz diciendo: Este es mi amor por ti, este es mi amor por ti, este es mi amor por ti.

Ella se estremeció violentamente y el vómito ardió en su garganta. Corre, se dijo, corre ahora y huye hacia la ciudad de viento. No obstante, no podía, algo en ella ardía como una hoguera inapagable, como el mismísimo fuego celestial.

— ¡Eso no era amor! —gimió—. John, el mundo entero sabrá lo que me hiciste y no serás más que polvo y sombra. ¡Juro por el Ángel que será así!

Él llevó una mano a su rostro y la sangre seguía saliendo que la llenó al instante. Ella y él eran conscientes que esa herida sería irreparable, que su rostro jamás volvería a la normalidad y quedaría para siempre marcado por el daño que ella le causó, sin embargo, no era comparación a las heridas que él le causó a ella. Yaja creyó que sentiría paz por hacerle daño, pero no fue así, solo sintió miedo y repugnancia.

— Yaja Blackdale, solo dos pueden guardar un secreto si uno de ellos está muerto.

John se abalanzó sobre ella con una rapidez irrefutable y Yaja no tuvo tiempo de levantar su daga. Él tomó con fuerza su brazo y la jaló hacia su cuerpo, y ella sintió su aliento revoloteando su cabello. El agarre era de hierro sobre su mano y Yaja estaba derrotada cuando su daga cayó, resonando con fuerza y rompiendo en trozos su corazón. Se estremeció, estaba sola y a merced de su padrastro.




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