BRASIL, FEBRERO de 2008
Instituto de São Paulo
A medida que varios grupos de pequeños pasos seguían a los guías, sus futuros profesores los acompañaban en la larga estancia que tendrían en el inmenso lugar.
Un niño rebelde siempre se quedaba atrás; absorto por lo gigante que era el Instituto de São Paulo y reacio porque quería regresar a su hogar a lado de sus padres.
Eliezer se quedó quieto, viendo de manera fría el estándar de una runa que colgaba sobre una de las paredes.
Él había estado andando de la mano con Carolina y Evangeline hace unos segundos atrás, había visto las lágrimas de esta última, yaciendo secas sobre sus pálidas mejillas que traslucían por los rayos de sol que atravesaban las góticas y quebradas ventanas del lugar. La causa de la tristeza era la devastadora noticia de que la madre de Evangeline había fallecido en la batalla contra los Oscurecidos de Sebastian.
Bajó lentamente su vista a sus pies, no podía ver su sufrimiento, observó como el parquet caoba de los pisos lucían opacos, algo en el interior le decía que alguna vez el piso había tenido un gran brillo en donde la gente podría ver su propio reflejo y bailar con ligereza.
— ¿Es necesario quedarnos aquí? —se quejó Eliezer, viendo a Carolina y Evangeline regresando hacia él.
— Sí —contestó Carolina con voz suave, pero siempre intentando verse fuerte.
Ella siempre sería fuerte, pensó Eliezer, incluso con las perdidas de sus seres queridos.
— Quiero ver a mi papá —protestó la menor de ellos—. Me necesita, lo-lo necesito..
— Lo sé, pero tenemos que esperar un poco más —pidió Carolina, tomando delicadamente la mano de Evangeline, y alcanzando pronto el de Eliezer, quién no se lo impidió. Los tres volviendo a caminar.
— ¡Niños! —avisó una voz aguda. Eliezer buscó la procedencia. Era una mujer de estatura promedio, llevaba un moño sujeto a lo alto de su cabeza, algunos rizos le caían por sobre la frente, su vestido carmesí se mantenía apegado a su cuerpo y los tacos del mismo calor traqueteaban cuando esta comenzó ha avecinarse hacia ellos con prisa. Notó como la mujer fijó sus emocionados ojos en Carolina—. Eres la hija de los Battlewine, un placer conocerte al fin y lamento lo de tus padres. Soy Antonia Ferreira.
— Gracias, señorita Ferreira —musitó Carolina—. También es un gusto conocerla.
— Y tú debes de ser el hijo de los Bluedale —indicó la mujer con un denotado dejo brasileño, observando notablemente a Eliezer, y con una sonrisa impresa en el rostro gritó por el pasillo: —. ¡Zac, ven a conocer a tus nuevos amigos!
El mencionado apareció, pero por detrás de ellos. Causándoles un brinco del susto a los tres.
El chico se rió. La sonrisa más brillante que jamás hubieran visto en sus cortas vidas.
— Bem vindo ao Instituto São Paoulo —anunció este en portugués, extendiendo ambos brazos hacia arriba como si estuviera presentando el mayor acto circense del día. Observando a los tres chicos frente a él, finalmente detuvo sus brillantes y ansiosos ojos en Eliezer: —. ¿Necesito saber tú nombre?
Hablaba español, pensó Eliezer y frunció lentamente sus cejas al notar que ambas manos de Zac descansaban en sus hombros con demasiada confianza. Lo miró perplejo. El chico parecía un ansioso cachorro labrador.
— Se llama Eliezer —contestó Carolina después de un largo e incómodo rato al ver que su amigo no contestaba la pregunta—. Y es tímido.
— No soy tímido —se defendió Eliezer con voz ofendida, cruzándose de brazos de inmediato y moviéndose hacia un lado para zafarse de Zac—. Y como dijo Carolina, mi nombre es Eliezer, nada de Elie, porque sino, verás las consecuencias —amenazó mostrando sus ágiles puños.
La señorita Ferreira que veía fascinada el encuentro de los muchachos, aplaudió alegremente para llevarlos a sus habitaciones, y amablemente los guió por el pasillo hasta sus habitaciones.
— Aún no tengo compañero de habitación —les comentó Zac entusiasmado, moviéndose de un lado a otro por el extenso pasillo.
— Eliezer ¿quieres ser el compañero de habitación de Zac? —preguntó Ferreira.
Y al instante los apagados ojos de Carolina y Evangeline se encendieron y se exaltaron del susto, negando con desesperación sus cabeza en dirección a Antonia.
— ¿Disculpe? — preguntó Eliezer deteniéndose en seco— Yo no voy a compartir habitación con nadie. Amo mucho mi privacidad. Mis padres ya debieron de avisarles sobre ese asunto.
La Señora Ferreira lució sorprendida, y Zac quién parecía estar entusiasmado la mayor parte del tiempo, se deprimió en segundos al escucharlo.
— Oh, ya veo —murmuró ella con pena al observar el rostro desahuciado de su alumno, mientras le palmeaba la espalda—. Aunque, no creo que sea posible conseguir una habitación individual para ti, ya que hemos recibido a varios jóvenes sin familia y ya no nos quedan suficientes habitaciones, pero de todos modos le avisaré a la Directora Luana Carvalho sobre tu inconveniente.
***
— ¿Es enserio? —le preguntó Carolina molesta a Eliezer— No estamos en casa, estamos en Brasil. Nosotros somos estudiantes aquí, no puedes comportarte de esa manera. Acepta con gratitud lo que te dan.
—Pero quiero volver, no me gusta este lugar —espetó Eliezer, echándose furioso en el piso de la habitación.
Carolina y Evangeline tenían una nueva compañera de habitación. Su nombre era Alicia Youngshade, la chica nicaragüense que le había ofrecido un trozo de chocolate a Carolina en el momento más difícil de su vida. Cualquier acto bueno, ya sea algo pequeño, siempre lograba cambiarlo todo, pensó Carolina.
— Te acostumbrarás —dijo Evangeline tirándose a su lado—. Aunque primero, quiero ver a mi papá y contarle sobre un constante sueño que siempre he tenido.