Cazadores de Sombras - El Dorado 1: Sueños Buscados

Epilogo

Cuando el sol se había ocultado, Nicolás caminó lentamente hasta sentarse en la cima de una enorme roca, y allí se quedó sentado. Se había mantenido en silencio y se notaba la ausencia de Perfume. En ese momento, bajo las estrellas y la oscuridad, Nicolás era otro. No había en su rostro aquella amabilidad y alegría que siempre le había caracterizado.

Como una cicatriz lívida, la tristeza cruzaba su rostro. Durante años, se había mentido a sí mismo y había engañado a todos. Había fingido ser una persona que no era, y lentamente, le consumía el alma. 

Sin embargo, esa vez era diferente. Allí, enfrentando con la mirada a la confluencia de dos ríos, se permitió ser el mismo Nicolás que siempre había sido y que siempre había escondido.

Allí, sentado en lo alto, era auténtico. Era un Nicolás que resplandecía con magia, y no era la misma magia que todos habían conocido. No era esa magia que atraía o desaparecía cosas, ni la que chisporroteaba entre sus dedos o la que bailaba en el cielo en brillantes colores. Era una magia distinta, una más extraña y una más poderosa. 

Era la magia del amor. 

Mientras observaba el río Caroní y el río Orinoco sumido en una dura riña, él solo recordó. Recordó la primera vez que estuvo allí. 

Era jueves, era de noche y las estrellas guardaban su secreto. 

— Hola —dijo ella, su voz era un suave susurro que desaparecía con el viento—. Te he estado buscando.

Nicolás se quedó mudo. Meredith estaba de pie en el puente, su vestido blanco rozando el suelo a sus pies, sus labios rojos y su cabello suelto, cayendo sobre su espalda como una cascada . Estaba hermosa, brillando de una forma que Nicolás nunca supo explicar, como si su piel y alma fuese construida con la luz de las estrellas o hasta se podría decir que era una estrella que cayó del cielo con la misión de buscar y hacer feliz a nuestro querido brujo.

Estaba tan hermosa, que Nicolás se quedó sin aire. 

— ¿Qué haces aquí? —preguntó, observando a la mujer hada con sorpresa. 

— Has huido de todos, Nicolás. Me he preocupado. 

— Estoy bien, por si eso es lo que te interesa. ¿Cómo has logrado hallarme? —Nicolás empezaba a molestarse.

Ella abrió los brazos, como si de esa forma lo explicara todo. 

— Soy una mujer hada; tengo ojos y oídos en los lugares que menos te imaginas. 

Él alzó la vista y vio que varias luciérnagas se agrupaban encima de ella, en un cintillo resplandeciente sobre su cabeza. 

— Qué chismosas son tus mascotas—Nicolás río de la situación.

Pasado un segundo, él se dio cuenta que ella lo miraba de una forma muy intensa. 

— Nico, ¿has pensado sobre lo que hablamos en la oscuridad?

Dejó de reír. Había pensado sobre eso todo los días desde entonces. Pensaba tanto que no podía dormir, y pensaba tanto en eso, que ni siquiera podía respirar. 

Quiero irme, dejarlo todo, y construir un nuevo mundo. Quiero que me acompañes, Nicolás, anhelo que lo hagas y sigamos nuestros sueños juntos. 

Meredith…El brujo se quedó sin palabras en ese momento.  

Te amo, Nicolás. Y sé que te amo, porque al final del día, lo único que espero es poder estar a tu lado y eso me da fuerza para seguir avanzando, incluso, si el camino está lleno de espinas que me desgarran al pasar. Durante noches, mientras te besaba bajo la luz de la luna, solo pensaba en lo mucho que te amaba y lo feliz que seríamos lejos de aquí. Siguió ella esperanzada de que el brujo aceptara su propuesta.

— Sí —dijo.

Ella se apoyó en la barandilla del puente, mirando los calmados ríos debajo de sus pies. Su cabello oscuro  revoloteaba y se perdía en la oscuridad de la noche. 

Una noche muy triste.

— No te irás, ¿verdad? —aunque su voz parecía calmada, él la conocía lo suficiente para saber que contenía las lágrimas.

También la conocía lo suficiente para saber que era el momento. 

Había llegado el momento. 

Pero antes, quería hacer algo que siempre había querido hacer. Meredith había alzado la cabeza para mirarlo; su voz era algo distante y vaga. Y él se acercó, rodeó su cintura con sus manos y le robó un beso. En ese instante, no había magia entre sus dedos, sino entre ellos. 

Una magia distinta, mucho más hermosa y autentica. Una magia tan pura y poderosa que hacía que su alrededor se volviera digno de lo que sus seres creían que el alrededor sentiría todo el impacto de ese poder. Logrando una escena digna de una pintura. Escena que ilustraría todo lo que un beso de amor verdadero es capaz de crear a su alrededor.

Se sonrojó y se apartó, o intentó hacerlo. Su fuerza de voluntad le falló, y él lo supo, se quedó junto a su pecho, como si disfrutara estar allí, como si fuera lo que siempre había buscado. Su aroma era cálido e intenso: especias y sal, y algo suntuoso y profundo que no podía identificar, pero que lo invitaba a reclinarse sobre ella, a cerrar los ojos y respirar. Él mantenía un brazo en torno a ella.

— Vine aquí para buscarte—susurró ella—. Te extrañaba. 

Él levantó la mano de ella para que ella girara bajo el arco que formaban sus brazos.

— ¿Qué hace falta saber? —preguntó él—. ¿Que si me quiero ir contigo? Por supuesto que quiero, pero antes, quiero bailar. 

Sus ojos se encendieron, como si se hubieran tragado una estrella.

— ¿En serio? —dijo ella, riendo de felicidad. 

Lloró, y él la abrazó. 

— Te amo. Te amo. Te amo—gritó ella entre el sollozo. 

El brujo volvió a levantar la mano de Meredith para que girara bajo el arco formado por sus brazos, y de nuevo, la magia seguía ardiente entre ellos mientras bailaban bajo la luna y las estrellas.

Nicolás sacudió su cabeza para alejar el recuerdo. Se recostó en la barandilla, y lloró. Había tenido un sueño, un amor, una esperanza, y lo había arruinado todo. Y todo por su deseo de ser libre y su forma de ver las cosas. Ahora, tenía que fingir que el amor propio llenaba esos lugares donde tenía que ser llenado por el amor de alguien más. Aunque él sabía que eso nunca iba a pasar, trató de intentar hacer que se sintiera similar su amor propio.




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