Cazadores de Sombras - El Dorado 1: Sueños Buscados

3- Ríos profundos.

La magia electrizante de brujo fue instantánea. Yaja Blackdale abrió sus ojos completamente antes de caer como una bailarina desmayada en el brazo de su amante, cuando un imponente huracán amenazó con tragársela viva.

No obstante, así lo hizo.

Los instintos que estuvieron con ella antes de nacer; que era como una llama insaciable de coraje y fuerza, hicieron que vigorosamente se preparara para lo que se venía.

Fuese, lo que fuese.

La negrura llegó rápido, sintió el toque del salvaje huracán halando su cuerpo.

Todo su mundo se disolvió y empezó a nadar en la fría oscuridad, donde bestias con la sangre como icor habitaban, observando como la sangre angelical entraba en su radar.

Naturalmente, una maña que se adopta por años de entrenamiento y de desterrar demonios que amenazaban la paz de la tierra. Yaja Blackdale tomó con fuerza su daga y su piedra mágica. Esta última se iluminó refulgente en las profundidades de un inmenso río, y ella vio, con un escalofrío que le estremeció violentamente el cuerpo, una escena que le hizo detenerse.

El huracán creado por la magia de Nicolas, los había llevado a un lugar remoto del río.

Sus compañeros, parpadeando rápidamente para que sus vistas se adaptaran a la fortuita luz, observaron a Yaja Blackdale, con una daga de acero que parecía una extensión de su propio brazo, con el cabello hacia arriba como si fuera un diablo y la fuerza de luz de la piedra mágica llenando la oscuridad del agua.

Sin embargo, no fue aquello lo que ocasionó que su corazón latiera demasiado rápido dentro de su pecho o que la sangre corriendo bajo su piel se calentara.

Fue aquella cosa, que en la distancia, donde a duras penas la luz resplandeciente de la piedra de luz mágica llegaba.

Una caverna se alzaba en las profundidades del río, como una colonia bajo los pies. Y esqueletos cenicientos, apilados dentro, donde el agua parecía no invadirlo todo, les daba escalofriantemente la bienvenida a los recién llegados.

En un abrir y cerrar de ojos, decenas de piedras de luz mágica se encendieron, e iluminaron gloriosamente los cuchillos serafines que fueron desenvainados con velocidad.

Yaja sacó su estela, en la misma mano que sostenía su daga y empezó a dibujar una runa sobre su piel. El ardor que prosiguió fue cálido y reconfortante.

Una mano tocó suavemente su espalda.

Era Nicolas.

—La vil y sanguinaria magia de las sirenas actúan bajo los pies de los inocentes —dijo el brujo, con burbujas saliendo de sus labios—. Para ser más específicos, algo que la palabra horror no llena, es en ese lugar que estás mirando.

Yaja se había denominado desde un principio como una chica valiente; con el Catatumbo lamiendo la afilada hoja de su espada. A los doces años, era quien había defendido con firmeza en el agarre y con fuerza sobrehumana la ciudad de Maracaibo de la cruel presencia demoníaca. Mucho más que otros, y muchos más que Jairo.

Pero en ese momento, algo despertó el miedo que había durante tantos años mantenido oculto. 

Se giró con velocidad hacia su hermano; este estaba flotando varios metros lejos y con una estela ardiendo sobre su brazo, dejando runas tras de sí. A pesar de estar concentrado en lo que estaba haciendo, su mirada le penetraba el cuerpo.

No hubo falta que alguien diera la orden. Alicia ya se había abalanzado con fuerza hacia la entrada, sin importarle los esqueletos con pequeños rastros de piel o la incontenible fuerza del mal. Su cuerpo traspaso una invisible capa en la entrada, y de súbito cayó secamente sobre el suelo de la caverna, su cabello se extendió y cubrió su rostro, justo cuando su espada se desprendía del agarre firme de su mano y resonaba.

Thiago fue el segundo en cruzar y tratar de estabilizar a Alicia. Pero esta ya se había puesto de pie y tomado su espada. Yaja observó la felicidad que gobernaba el rostro de Thiago al ver que se encontraba bien. Pues, siempre había sido muy protector con todos.

Yaja cruzó la invisible capa que separaba el agua del río con la caverna. Y cuando la atravesó, sintió como si una gigante bofetada golpeara todo su cuerpo. El aire llenó sus pulmones de golpe, sin haber estado preparada siquiera y entonces, tosió. Cayó fuertemente sobre el suelo, con una de sus rodillas recibiendo todo el impacto mientras trataba de respirar correctamente. En menos de un segundo, ya estaba de pie y en orden, con el agua mojando el suelo a sus pies.

El frío que le sacudió el cuerpo fue peor que el anterior.

—No debiste haber venido —sentenció Jairo.

Este se había acercado a ella con una mueca de ira cruzando su rostro.

—No me ha pasado absolutamente nada. Y como ya te había dicho con anterioridad, te reto a un duelo si sigues dudando —dijo con amargura.

—Tendré que aceptarlo para impedir que puedas salir lastimada—dijo.

Yaja se volteó con la rabia surcando su rostro. Aunque ella era alta para su edad, no era lo suficientemente alta para él, así que tuvo que alzar la barbilla para verlo fijamente a los ojos.

—¿Lastimándome tú?

—No es eso lo que trato de decir. Yo...

Ella empujó su hombro al caminar y se acercó a Evangeline. Ya no quería escucharlo. Sentía que trataba de minimizarla.

En la caverna, había decenas de pasillos que llevaban a un lugar específico de esta. Sin embargo, ella ni nadie los conocía. Así que se detuvieron, Yaja con un escalofrío subiéndole por la espina dorsal.

—Hay una película donde ocurre algo parecido; te vas por el camino equivocado y mueres —comentó Ross.

Todos voltearon a verla.

—¿Por. Qué. No. Dices. Algo. Positivo? —habló tajantemente Evangeline.

Ross se echó el cabello hacia atrás y se miró las uñas.

—Al final una sola persona logra encontrar lo que buscaba. Y los demás, ya saben —dijo.

—Al final deberías irte por el camino equivocado —rugió Alicia, quien estaba alterada tras la desaparición de su parabatai.




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