Cazadores de Vampiros

Capítulo 1

PARTE I

Había tres simples reglas en aquel pequeño pueblo de los Cárpatos.

Nunca estés fuera de noche.

Cuando las campanadas suenan, debes volver a tu casa inmediatamente.

Jamás abras las puertas ni las ventanas después del atardecer.

Nadie sabía quién las había creado o desde cuándo esas advertencias reinaban en aquellas tierras. Pero todos sabían que si querían sobrevivir, debían seguirlas a rajatabla.

Fue por esa razón que Anton regresó a su casa apenas escuchó como la enorme campana de bronce resonaba en todo el pueblo. Su trabajo como leñador lo obligaba a adentrarse en el oscuro bosque. Pero incluso para alguien como él, el quedarse desprotegido por la noche era aterrador.

Hombres, mujeres, ancianos y niños dejaban sus quehaceres para tapiar puertas y ventanas con una poderosa madera llamada viata, la cual actuaba como repelente para esas bestias. Las cabañas eran impenetrables y eran el único resguardo de la oscuridad.

Cuando Anton llegó a su casa, divisó a su madre luchando contra uno de los tablones que protegían los cristales de las ventanas. Cada vez que su padre tenía que viajar y ausentarse por varios días, era Mircea quien se encargaba de todos los deberes de la casa, incluyendo los que implicaban fuerza física. Anton aceleró el paso para ayudarla. Su madre había envejecido bastante en los últimos años. Su piel se había tornado blanca con destellos amarillos que le daban un aspecto débil y enfermo. Su mirada resaltaba por las oscuras bolsas debajo de sus ojos.

Anton sostuvo la pesada tabla de madera mientras ella enganchaba el seguro. Le regaló una pequeña sonrisa y, luego de asegurarse de que la cabaña estaba asegurada, ingresaron juntos a la casa. La última campanada anunció el inicio del toque de queda.

La casa estaba lista para pasar la noche. Las ventanas y puertas estaban correctamente cerradas y todos sus habitantes estaban dentro, resguardados de la noche. Un agradable olor a verduras asadas y carne lo abrazó. Anton contempló la pequeña hoguera. El fuego luchaba por sobrevivir. Se arrimó y arrojó un poco de paja para que las llamas avivaran e iluminaran el pequeño salón.

—¿Dónde está tu hermano? ¡¿Stan?!

El silencio era abrumador. Mircea contempló la puerta de entrada con el rostro desencajado. Estuvo a punto de quitar el seguro, pero Anton la detuvo con un gesto. Bastó con asomarse al cuarto que ambos compartían para ver a Stan sentado sobre la cama, apoyando la oreja contra la madera que lo separaba del exterior. La vela que iluminaba débilmente a su rostro luchaba por mantener su llama viva. Anton le regaló una mueca tranquilizadora a su madre. Ella se llevó un paño al rostro y comenzó a negar en silencio mientras se acercaba a la gran olla negra donde se cocían las verduras y la carne.

Anton ingresó en la habitación y entornó la puerta a su espalda. Sigilosamente, se acercó a Stan y se sentó a su lado. Él también apoyó el oído contra la madera. Un ligero escalofrío se apoderó de su espalda. Podía escuchar los pasos de alguien caminando sobre el sendero de madera que llevaba al cobertizo de su padre.

—¿Por qué angustias a tu madre así? —preguntó él con un susurro—. Desapareciendo cuando las campanadas empiezan a sonar, no respondiendo cuando ella te llama…

Stan le hizo señas para que guardara silencio. Lo que estaba fuera de la cabaña comenzó a acercarse a ellos dando pequeños pasos que hicieron crujir la madera. Parecía como si aquella bestia estuviera buscando la manera de ingresar en la cabaña. Anton apretó los labios y entrecerró los ojos, intentando oír. Su corazón latía con mucha fuerza. Siempre había tenido buen oído y podía jurar que aquella bestia estaba haciendo exactamente lo mismo que ellos, intentando oír qué había del otro lado. El aliento de Anton se entrecortó. Su respiración sedienta de sangre se dejaba oír del otro lado. Aquella cosa sabía perfectamente que había dos presas cerca y, si no fuera por aquella pared, ambos estarían muertos.

La presencia se esfumó de golpe y Anton suspiró agradecido; ya se estaba poniendo un poco nervioso. Pero Stan se acomodó en la cama y sacó su libreta, aquella en la que anotaba absolutamente todo sobre los vampiros. Se puso a escribir diferentes garabatos que Anton no llegó a leer.

—Stan.

Su hermano dejó el lápiz a su lado y posó sus ojos en Anton. Pocas veces lo había visto tan serio.

—Algún día voy a ser un cazador.

Anton alzó una ceja con curiosidad; sabía que su hermano estaba obsesionado con los vampiros. A pesar de que no estaba seguro de qué era exactamente lo que su hermano escribía en su anotador, puesto que lo llevaba a todos lados consigo y hasta dormía abrazado a él. Sabía que su hermano fantaseaba con la idea de encontrarse con un vampiro y anotaba todo sobre ellos en ese pequeño cuaderno. A veces lo veía escribir; otras veces se encontraba a Stan dibujando. Solía ocultarlo de sus padres, puesto que cada vez que salía el tema, su padre comenzaba a gritarle sobre lo mal que era sentir curiosidad por esas cosas, y daba sus eternos monólogos sobre cómo eran peligrosos y cómo debería dejarse de ir por la vida hablando de vampiros.

—Deberías llevarme al bosque; si nos adentramos lo suficiente, podríamos ver uno.

—No. Y sabes perfectamente que mamá y papá jamás te dejarán venir si sigues escribiendo sobre vampiros. —Señaló su cuaderno con la mirada.

—No tienen por qué saberlo —susurró Stan mientras apretaba su diario contra el pecho con recelo.

Anton dejó escapar un suspiro; no entendía cómo su hermano podía estar tan maravillado por esas cosas. Stan jamás había visto un vampiro y quizás era esa la razón por la que los idolatraba. Anton tampoco había visto uno, pero solía tener pesadillas recurrentes, sobre todo cuando se escuchaba algún grito por la noche.

Mircea abrió la puerta de la habitación con cuidado y la luz del hogar ingresó en la habitación.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.