Roxandra se giró en su dirección y le regaló una pequeña sonrisa. Aferró las estacas de piedra que mantenían sus manos atrapadas y, luego de un fuerte tirón, logró soltarlas. Los brazos de Anton cayeron inertes al costado de su cuerpo. Se preguntó cómo era posible que esa mujer removiera las estacas sencillamente cuando él había intentando varias veces hacerlo sin conseguirlo. Quizás tenía una fuerza descomunal, o quizás Anton estaba tan débil y dolorido que no habría podido hacer nada frente a sus captores.
Roxandra caminó alrededor de Anton hasta situarse detrás de la madera que lo mantenía de pie y con un cuchillo cortó todas las sogas que lo sostenía enderezado. Su cuerpo cayó al suelo y él no pudo hacer nada para evitarlo. Las rodillas chocaron contra la tibia piedra. Anton alzó la mirada buscando encontrar a su salvadora, pero el sol lo volvió a cegar por varios segundos. Sintió que alguien apoyaba la mano en su hombro derecho.
—Vamos, tenemos que salir de aquí.
Utilizó la fuerza que le quedaba para ponerse de pie y caminar detrás de ella. Tuvo que ignorar el dolor de sus manos, el latido que emanaba de su hombro y el cansancio de sus pies; sentía como si estuvieran derretidos dentro de sus zapatos.
La siguió por las galerías de ese extraño edificio, bajaron por varias escaleras y atravesaron numerosas puertas, candelabros y pinturas colgadas en las paredes. Se cruzaron con algunos hombres y mujeres que habían estado en aquel salón mientras Anton era juzgado injustamente. Pero nadie se atrevió a sostenerle la mirada, ni a él, ni a Roxandra.
Cuando llegaron a la planta baja, Anton divisó una gran entrada con dos puertas de madera talladas a mano; un trabajo que sólo podía realizar una persona detallista y meticulosa. Roxandra empujó una de las puertas con las palmas de sus manos y cuando ésta se abrió, una suave brisa golpeó el rostro de Anton.
La gran mansión en la que se encontraban tenía varios metros de césped antes de ver la reja del final de la propiedad. Le sorprendió ver semejante estructura porque en el pueblo que él vivía, el edificio más grande era la pequeña Iglesia que se encontraba junto a la plaza principal.
Del otro lado de la reja, un grupo de hombres caminaba mientras debatían sobre la situación política entre Austria y Hungría. Parecían ser de una clase social pudiente dentro de la ciudad. Dos señoritas andaban debajo de una sombrilla que las cubría del sol. Un hombre avanzaba junto a su perro, el cuál parecía mejor alimentado que el propio Anton. Dos niños pasaron corriendo y a los gritos por la vereda de enfrente. Las campanas de la carroza que vendía leche fresca, comenzaron a sonar cuando el vendedor divisó un grupo de ancianas sentadas en un banco de madera.
Era la primera vez que Anton se encontraba en una gran ciudad y la cantidad de estímulos lo comenzaba a agobiar. Un anciano le hizo un gesto, como saludándolo, y él simplemente alzó su mano, sin saber qué hacer. Recordó que tenía una herida profunda en ambas extremidades y las escondió rápidamente en los bolsillos de sus pantalones.
—Por fin —la escuchó decir.
Roxandra hizo un gesto con su brazo y una carroza blanca arrastrada por cuatro caballos se detuvo justo delante de ellos. Anton contempló a los animales con cierto rechazo; ellos también estaban inquietos. Oyó a uno relinchar y mover su rostro con violencia.
—¿Dónde estabas, Costel? Tenemos que irnos de aquí antes de que se les ocurra alguna tontería.
El cochero era un chico un poco más grande que Anton, pero su delgadez lo hacía parecer de su misma edad. No tenía bigote, apenas una delgada sombra de vello facial.
La puerta del carruaje se abrió, pero Anton titubeó.
—¿No vas a subir? ¿Prefieres quedarte con los que te quieren asesinar? —preguntó Roxandra con las cejas alzadas.
—Es solo que… no me gustan los caballos… —murmuró algo nervioso— Y creo que no les gusto a ellos.
—Pues eso es lógico —respondió Roxandra— Eres un dhampiro.
—¿Qué es un dhampiro?
La pregunta la tomó por sorpresa, realmente creía que le estaba haciendo una broma. Roxandra se cruzó de brazos a la altura del pecho.
—¿Entonces, no sabes lo que es?
Anton negó con el rostro. Roxandra afiló la mirada con sorpresa. Ella le hizo un gesto para que subiera al carruaje. Él le hizo caso y se sentó en sentido contrario a la marcha. Apretó los labios con fuerza, le dolían las piernas, el cuerpo, los brazos y las manos. Cuando Roxandra cerró la puerta del carruaje, dio un ligero golpe al techo y comenzaron a andar.
Era la primera vez que Anton se subía a una carroza, y no le resultaba nada atractivo. Aquella extraña caja se sacudía con violencia cada vez que las ruedas pasaban por un pozo y el asqueroso olor a caballo se extendía por cada rincón.
—Un dhampiro nace de la cruza entre un humano y una vampiresa, o una humana y un vampiro. Claro que las posibilidades de que se logre engendrar un dhampiro son de un 5%.
Anton sintió como si le cayera un balde de agua fría. ¿Acaso era biológicamente posible que un humano se reprodujera con un vampiro? ¿Quién en su sano juicio aceptaría acostarse con una de esas cosas? Una desagradable mueca apareció en su rostro.
—Eso es imposible.
—Créeme, es muy posible —dijo Roxandra mientras hacía un lado la cortina de la carroza para poder mirar hacia afuera.
Pero Anton no le podía sacar la mirada de encima. Seguía sin poder creer que algo así fuera posible. Incluso si era válido biológicamente, ¿cómo un humano llegaría a acercarse tanto a un vampiro sin que este lo ataque?
—No, no es posible.
Roxandra soltó un resoplido y lo contempló de reojo. Anton comenzó a sentir la misma imponente presencia que antes. Ella giró su cuello hacia la derecha y luego hacia la izquierda, hasta que tronó. Apoyó los codos sobre sus rodillas, acercando su rostro hacia Anton. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.