Anton se arrimó al extremo del sillón. Sabía perfectamente que estaba a punto de oír algo glorioso. El gran secreto del éxito de los cazadores. Le comenzaron a sudar las manos y las apoyó contra sus piernas para disimular.
—Un cazador nunca tendrá una relación amorosa, familiar o fraternal con absolutamente nadie.
Anton frunció el ceño. Roxandra suspiró y volvió a beber un trago de su té.
—Un cazador renuncia al amor, la amistad y la familia.
—Pero… mi padre…
—Sí, Luca violó la principal regla de esta organización. Intentaré encontrarlo para advertirle que todos saben su secreto.
Anton se puso de pie con decisión y cerró las manos en dos puños. Se imaginaba a su padre regresando a su hogar y encontrándose con que toda su familia había fallecido. Los pueblerinos le dirían que Stan y Mircea habían sido atacados. Posiblemente le dirían que él también había sido atacado y había sido llevado por los cazadores. Su trágico final dejaría a su padre solo. Tuvo que apretar los labios con fuerza y reprimir las ganas de llorar.
—Necesito ver a mi padre. Él va a creer que todos estamos muertos, necesito decirle lo que pasó, necesito decirle que…
—Anton.
Roxandra dejó la taza de té sobre la mesa de vidrio y suspiró. Se puso de pie lentamente y apoyó su mano derecha sobre el mango del cuchillo que descansaba en su cinturón. Anton tragó saliva, pero se mantuvo firme.
—Luca está en un aprieto muy grande, ¿de acuerdo? Déjame solucionar su reputación antes de que el consejo quiera enjuiciarlo y ejecutarlo.
—¡¿Ejecutarlo?!
—Las únicas relaciones que tienen los cazadores serán con cazadores. —Roxandra volvió a alzar uno de sus dedos y Anton llegó a la conclusión de que le gustaba mucho utilizar sus manos cuando hablaba—. Y está terminantemente prohibido relacionarse románticamente. Mucho menos, tener familia. Tampoco somos amigos. Nuestro único compromiso es con la misión.
—¿Misión?
—Preservar a la humanidad de aquellas bestias.
¿Acaso era posible vivir sin amor, sin familia, sin amigos? ¿Se suponía que los cazadores debían arriesgar sus vidas a cambio de nada? Si su padre realmente era un cazador, entonces significaba que aquellas leyes estúpidas no podían privarlos de hacer una vida paralela. Se preguntó cómo Luca se las había arreglado para mantener a toda la familia en secreto. ¿Acaso Mircea sabría que su esposo era un cazador?
—Sé que suena duro en un primer momento, pero ya vas a comprenderlo. Dejarse llevar por los sentimientos solamente ha traído problemas para todos nosotros. Y si los cazadores tienen problemas, el resto de los humanos queda desprotegido. Si nosotros no los cuidamos, nadie lo hará.
Él quiso decir algo, pero no sabía qué. Podría salir corriendo, intentar llegar a Bucarest, buscar a su padre con desesperación por toda la ciudad. Sin embargo, sabía que esa mujer no lo dejaría ir demasiado lejos. Y no solo eso, ¿cómo demonios iba a llegar a la capital si nunca había salido de su pueblo? Apretó los labios con fuerza y clavó la mirada en las galletas de canela que todavía largaban un olor desagradable.
—Vas a hacer lo que yo diga, ¿de acuerdo? Y lo primero es convertirte en un cazador —al ver que el joven no decía ni hacía nada, añadió—. Y prometo tenerte al tanto sobre Luca. Cuando lo encuentren, serás el primero en enterarte.
Anton clavó sus ojos en Roxandra con cierta esperanza. La idea de ser un cazador no era lo más atractivo del mundo. No iba a tener amigos, familia, ni siquiera una novia. Toda su vida, él había actuado como sus padres habían querido. Había aprendido a leer y escribir, había conseguido un trabajo, pronto ahorraría lo suficiente para comprar un pequeño terreno no muy lejos de su casa y comenzaría a construir una cabaña para vivir con su futura familia.
Aquella visualización que había creado en su mente tantas veces se quebró en mil pedazos. El futuro que lo esperaba era oscuro como la noche, con un hedor a sangre que le revolvía el estómago. Un futuro espantoso como su sueño.
Pero Anton terminó asintiendo con el rostro. ¿Qué más podía hacer? Lo único que quería en ese momento era encontrarse con Luca y no alejarse de su lado nunca más.
—¿Puedo volver a mi casa? Me gustaría ver si les dieron a Stan y Mircea un entierro digno —murmuró con la voz apagada.
Roxandra se llevó la mano al mentón y contempló el techo por varios segundos, debatiendo entre lo positivo y negativo de aceptar su petición.
—De acuerdo, pero iremos cuando yo diga. —Ella volvió a posar su mirada en Anton—. Tus heridas deben curarse antes de comenzar con el entrenamiento. Te daré una semana antes de que salgas de noche. Livia.
La jovencita apareció a su lado en cuestión de segundos.
—Lleva a Anton al cuarto de invitados; a partir de ahora esa será su recámara.
—Sí, señora.
Sin emitir palabra, Anton se puso de pie y comenzó a seguir a la muchacha de largos cabellos castaños. Estaba abatido. ¿En qué momento había pasado todo eso? ¿Cómo había llegado a ese lugar, a ese punto? Se preguntó qué hubiera pasado si Stan nunca hubiera abierto la ventana. ¿Se habría dado cuenta de que Luca era un cazador en algún punto? Extrañaba las risas de su hermano, la sopa de su madre y las pláticas de su padre. Quería estar en su humilde choza de madera, acogedora y agradable. En cambio, se encontraba en una grande y fría mansión que ostentaba todo lo que su pueblo entero jamás tendría; rodeado de tres extraños, mientras su padre estaba en el sur del país y él no podía hacer nada al respecto.
Subieron por unas inmensas escaleras de madera cubiertas por una alfombra roja con flecos dorados. Los pasillos estaban grotescamente decorados con esculturas de piedra y mármol, cuadros de diferentes formas y tamaños, vasijas de porcelana fría y lámparas y candelabros de oro que iluminaban cada centímetro de aquella mansión.
Livia se detuvo junto a una puerta; Anton estuvo a punto de chocar contra su delgado cuerpo. Ella abrió la puerta de la habitación e ingresó primero. Aquel lugar era más pequeño que el vestíbulo, pero más grande que la habitación que compartía con Stan en su pequeño pueblo. La cama era doble y tenía un grueso acolchado rojo. La almohada parecía suave y mullida. Había un pequeño escritorio de madera en el cual descansaba una pluma y un frasco de tinta. Tenía varios cajones y Anton se preguntó si había algo en ellos. Livia se acercó a una mesa de noche donde descansaba un diminuto candelabro de vidrio y aceite. Encendió una cerilla que guardaba en un diminuto bolsillo de su falda y lo apoyó sobre la mecha. Una vez que el fuego iluminó la habitación, se apresuró a cerrar la persiana de madera.