Cazadores de Vampiros

Capítulo 7

Los sonidos del pueblo no se hicieron esperar. Hombres y mujeres, ancianos y niños se apresuraron a regresar a sus hogares para resguardarse de la noche. Los murmullos comenzaron a desaparecer lentamente. Los rayos del sol desaparecieron sin prisa y con ellos se apagó la vida del pueblo. Cuando la última campanada retumbó, Anton se volteó en dirección al oeste y vio como el sol se terminó de esconder tras las montañas y la oscuridad se apoderó de Sigura. Las estrellas comenzaron a brotar en el cielo. Por primera vez, Anton pudo contemplar los pequeños puntos brillantes en la oscuridad. Latían como si estuvieran danzando.

Las calles estaban tranquilas, como si estuvieran inmersos en un eterno sueño.

Roxandra abandonó el cementerio y Anton la siguió de cerca, puesto que no quería quedarse atrás en plena noche. Una fresca brisa comenzó a agitar la copa de los árboles. Él alzó la mirada por encima del hombro; no sabía si estaba siendo paranoico o si su instinto realmente le indicaba que algo había ahí.

Las delgadas calles de tierra del pueblo lucían surrealistas en la soledad nocturna. Era la primera vez que caminaba por Sigura de noche. La luna estaba tan delgada que apenas servía para iluminar el césped. Lo único que se oía era una suave brisa, cual silbido lejano, y sus propias pisadas sobre la grava.

Roxandra se detuvo en la pequeña plaza del pueblo; allí había un aljibe de piedra por donde los pueblerinos obtenían agua pura. Todas las puertas de las casas apuntaban en esa dirección; era el centro neurálgico de Sigura. Anton recordaba la cantidad de veces que él y su hermano habían frecuentado esa zona por pedido de Mircea. Allí, los comerciantes se aglomeraban en diminutas tiendas montables para vender sus productos, convirtiéndolo en el corazón de aquella pequeña comunidad.

—¿Y bien? —¿Qué opinas? —preguntó Roxandra con ánimo.

Pero Anton no le pudo responder; estaba perdido en su mente. Los recuerdos y el terror de la noche comenzaban a consumir su juicio. ¿Cuántas veces se había imaginado lo que era caminar luego de que las campanas sonaran? Recordaba a Stan hablando de ellos una y otra vez antes de irse a la cama.

Sentía una extraña incomodidad en la nuca. Como si su cuerpo le quisiera decir algo, como si le estuviera dando una señal de peligro inminente. Su instinto no le falló. Anton sintió una presencia que se acercaba a toda velocidad y apenas logró esquivarla. La bestia se estrelló contra el aljibe, haciendo que las piedras se desmoronaran.

—Ese aljibe tenía doscientos años —bufó Roxandra con una extraña tranquilidad en la voz.

El corazón de Anton comenzó a latir con mucha fuerza; los dedos de las manos le temblaban levemente. El vampiro se enderezó a regañadientes. Ningún ser humano se hubiese puesto de pie tras semejante impacto. Pero allí estaba esa cosa, girando el cuello para hacerlo tronar y murmurando algo que parecían maldiciones. El vampiro se sacudió la camisa para quitar restos de tierra del hombro. Las piernas de Anton no se movían. Era la primera vez que veía un vampiro desde el ataque en su casa. Eran tan aterradores como los recordaba.

Cuando la bestia alzó la mirada, Anton divisó dos grandes ojos amarillos que le calaron los huesos. Sin darle tiempo a reaccionar, el vampiro se abalanzó sobre él con una velocidad increíble. Anton se echó hacia atrás y lo volvió a esquivar de milagro. Se giró en dirección a Roxandra. Ella había desenfundado su umbar y lo hacía girar con gracia, pero no se movía de su sitio. El corazón le latía con mucha fuerza; tenía miedo de desmayarse. Se escuchó otra voz y tanto Roxandra como Anton se giraron a la derecha para encontrar otro vampiro que los contemplaba desde el techo de una de las cabañas.

—Excelente. Anton —Roxandra tenía los ojos clavados en aquella bestia—: encárgate del otro.

El segundo vampiro se abalanzó sobre Roxandra, la cual lo evitó con una habilidad magistral. Anton estaba tan enfocado en ella que no se dio cuenta de que su vampiro se había puesto de pie y se acercaba lentamente hacia él. Fue su agudo oído, más fino que el de un hombre común, lo que le advirtió que esa cosa se hallaba peligrosamente cerca. Si quería sobrevivir a la noche, debía dejar de pensar en lo que Roxandra estaba haciendo y enfocarse en su atacante. Intentó desenfundar su umbar, pero aquella cosa estaba demasiado cerca. El vampiro se abalanzó sobre Anton con las garras extendidas. Él eludió el ataque, pero sintió como la manga de su abrigo se rasgaba. Dio dos pasos hacia atrás con torpeza; le zumbaban los oídos. Lo único que podía oír era un chillido agudo y su respiración agitada. Volvió a intentar desenfundar su umbar, pero el vampiro parecía estar decidido a evitarlo.

La bestia volvió a abalanzarse sobre él. Anton dio un paso en falso y cayó al suelo. Intentó ponerse de pie. Pero sus piernas estaban acalambradas y apenas le respondían. Comenzó a arrastrarse, intentando escapar. Un punzante dolor se extendió por toda su pierna derecha. Era una sensación insoportable. Alzó la mirada por encima del hombro y vio que aquella cosa había clavado sus filosas uñas en su carne. La tela de su pantalón comenzaba a oscurecerse con sangre.

—Dhampiro, ¿eh? —masculló el vampiro.

La bestia se enderezó y, luego de escupir el suelo, pisó la herida con tanta fuerza que creyó que le quebraría algún hueso. Anton gritó. Necesitaba agarrar su umbar con urgencia, pero sus brazos no reaccionaban. El vampiro se pasó la lengua por los labios. Era como si supiera que no podía morderlo e intentara reprimir la tentación del olor de la sangre. Los oídos de Anton pitaban con fuerza; lo único que podía escuchar era su corazón dando intensos golpes en su pecho. Cuando el vampiro lo tomó por el abrigo y lo obligó a ponerse de pie, Anton no pudo hacer más que aferrar su brazo con ambas manos. Su piel estaba fría y se preguntó cómo era posible que aquellas cosas estuvieran vivas. Con su mano libre, la bestia aferró el cuello de Anton y comenzó a apretar.




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