Roxandra tenía razón. Habían pasado toda la noche reconstruyendo el aljibe destruido por el vampiro y cuando los primeros rayos de sol iluminaron el pueblo, el cuerpo del vampiro se desintegró en polvo tal y como había pasado cuando el vampiro lo mordió en su casa. Para sorpresa de Anton, ninguna otra bestia los atacó por el resto de la noche. Pero él no se sintió seguro hasta que regresó a la mansión de Roxandra, cuando el sol ya se podía ver por completo en los cielos.
Cuando ambos ingresaron en el vestíbulo, Livia los esperaba con dos tazas de té. Anton no lo aceptó; necesitaba quitarse esa ropa y lavarse el rostro. Atravesó la sala principal, pero en lugar de ir directo a su habitación, se dirigió al patio y se sentó sobre el césped. La brisa matutina sacudía las hojas de los árboles del bosque cercano. Anton se miró las palmas de las manos; todavía le temblaban a causa de la adrenalina. Su mente no dejaba de regresar a las tumbas de su familia, a los ojos de aquella bestia, al dolor que había sentido en su pierna cuando las uñas de la bestia se clavaron en su carne.
—¿Cómo fue la primera noche?
Costel se sentó a su lado. En sus manos llevaba unas riendas que traía del establo que apestaba a caballo. Anton no quería hablar de lo que había pasado, lo que había visto. Pero sabía cuánto añoraba Costel ser un cazador y posiblemente fuese la única manera de poder experimentar la noche.
—Podría ser mejor… —murmuró, todavía algo aturdido.
Cuando Costel suspiró, Anton se puso un poco tenso. Era patético cómo él odiaba la idea de ser un cazador y estaba obligado a serlo, mientras que en el caso de Costel era todo lo contrario. Ambos se quedaron en silencio por unos minutos; a Anton le ardía la herida, pero no quería mostrarle que había sido alcanzado por un ataque de esas bestias. Por alguna razón, no quería mostrar debilidad delante de él.
—¿Has matado a alguno? —la voz de Costel sonó tan sombría, que Anton lo contempló por largos segundos, en silencio.
—Yo…
—Costel.
Roxandra, quien estaba detrás de ellos con los brazos cruzados debajo del pecho, tenía los ojos clavados en ambos jóvenes con los labios fruncidos. Costel se puso de pie con un salto y le devolvió la mirada.
—Deberías alimentar a los caballos, están hambrientos.
Se escuchó un relincho lejano que provenía de los establos. Anton se preguntó si los animales estaban realmente hambrientos o si su presencia los ponía nerviosos. Costel se marchó sin emitir palabra y Roxandra aprovechó para tomar su lugar.
—¿Cómo está tu pierna?
Instintivamente, Anton se llevó la mano a su herida y arremangó su pantalón. Llevaba varias horas sin sangrar y podía jurar que estaba cicatrizando a una velocidad increíble; ser un dhampiro tenía sus beneficios. Pero la hinchazón todavía era visible y el hedor que emanaba era desagradable.
—Creo que en los próximos días estará como nueva.
—Excelente. —Roxandra alzó la mirada y contempló el bosque en silencio—. ¿Qué ibas a responderle?
La pregunta tomó por sorpresa a Anton, quien rápidamente se enderezó y clavó sus enormes ojos en ella con curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—¿Ibas a mentirle o ibas a decir la verdad?
Anton se mordió el labio inferior. No se le daba bien mentir, pero antes de que Roxandra los interrumpiera, lo había invadido una sensación de inseguridad y vergüenza. Se pasó la mano por la cabeza y se rascó el cuero cabelludo con fuerza.
—No lo sé.
Roxandra suspiró, se recostó sobre el césped y contempló las nubes que comenzaban a formarse en el cielo. Anton intentó averiguar qué decía la expresión seria en su rostro; parecía pensativa, pero… ¿qué estaría pensando exactamente? ¿Lo estaría juzgando por querer mentir?
—¿Hace cuánto eres cazadora?
Ella se quedó en silencio por varios segundos.
—Treinta y cuatro años.
El corazón de Anton dio un vuelco; él ni siquiera había nacido y Roxandra ya era una cazadora. Sonaba increíble. Había sobrevivido todos esos años hasta convertirse en alguien capaz de enseñarle a los novatos como él cómo ser un buen cazador. Saber que si seguía sus indicaciones, lograría sobrevivir a las noches de caza, le generaba una extraña sensación de alivio en el pecho. Apretó los labios con fuerza y comenzó a sentirse afortunado de que Roxandra lo apadrinara como aprendiz.
—¡Roxandra!
La suave voz de Livia lo sacó de sus pensamientos; incluso cuando intentaba gritar, su voz sonaba aterciopelada. Ella se acercó corriendo, pero a pesar de su agitación, Roxandra no se alertó. Clavó sus ojos en Livia y la contempló con una sonrisa.
—Ha llegado un cuervo.
Anton se puso de pie de un salto con la esperanza de tener noticias de Luca, pero Roxandra lo agarró del abrigo y lo obligó a tomar asiento.
—Te diré si tengo novedades. —Ella se puso de pie y comenzó a caminar en dirección a la mansión.
Anton la siguió con la mirada hasta que desapareció detrás de la puerta con un gusto amargo en la boca. Él también quería saber si Luca estaba bien, si lo había encontrado y no entendía por qué Roxandra se empecinaba por ocultarle información. La gratitud que había sentido hacia ella unos momentos antes, desapareció.
—¡Tu pierna! —Otra vez, Livia volvía a gritar, con su dulce voz que no levantaba las alarmas ni mucho menos causaba terror.
No fue hasta ese momento que Anton cayó en la cuenta de que ella seguía allí, de pie, a su lado, con los ojos abiertos de par en par y posados en la herida de su pierna. La cual lucía mucho mejor que hacía unas horas atrás mientras reconstruían el aljibe.
—No es nada —murmuró él mientras se apresuraba a bajar la manga de su pantalón para que ella no pudiera ver ni oler la lesión.
—Deberías pedirle a Costel que la vea, él seguro tiene algo para darte. —Livia se dejó caer de rodillas a su lado.
—Creo que Costel tiene trabajos más importantes.
Anton le señaló con el rostro el establo donde los caballos relinchaban con alegría mientras tomaban su primera comida del día. Livia desvió la mirada al establo por varios segundos, pero luego volvió a posar sus ojos en Anton.