Cazadores de Vampiros

Capítulo 9

El terror se apoderó del cuerpo de Anton. No era la primera vez que se encontraba solo delante de un vampiro, pero su instinto le decía que esa vez era diferente, que ese no era un vampiro común y corriente.

Un ruidoso impacto lo obligó a girarse en dirección a la cabaña. Otro vampiro se estrelló contra el suelo a pocos metros de él.

—¡Anton!

Allan apareció en el umbral de la puerta; su mano derecha aferraba el umbar con fuerza, pero su mano izquierda colgaba de manera inerte mientras unas gotas de sangre chorreaban por su brazo y caían sobre el suelo. Pero Anton no sabía qué hacer. Sus manos apretaron el mango del umbar con más fuerza, como si no quisiera perder aquel arma. Sin embargo, su cuerpo estaba tan tieso que pensó que quedaría petrificado en esa posición para siempre.

El vampiro que Allan había mandado a volar se incorporó algo aturdido. Se pasó la mano por la nariz para quitarse un hilo de sangre y luego lo lamió con una sonrisa. Sus ojos estaban clavados en Allan. Cuando Anton pudo reaccionar, volvió a buscar al otro vampiro con la mirada, pero ya no estaba sobre la cabaña.

—¡Allan, cuidado, hay dos!

Pero fue demasiado tarde. El vampiro de ojos rojos se había escabullido detrás de Allan y, con una sola patada, lo arrojó sobre las pilas de madera en las que Glenn había descansado antes de partir en dirección al bosque. Anton escuchó cómo Allan soltaba un quejido mientras su cuerpo se magullaba entre las maderas. La pila se vino abajo sobre su cuerpo mientras él luchaba por escapar.

—Encárgate de él, Radu —dijo el vampiro de ojos rojos mientras señalaba a Allan con el mentón.

Sus extraños ojos se posaron en Anton con curiosidad. El otro vampiro se abalanzó sobre las maderas sin piedad. Se oyó un grito. Anton intentó esquivar al vampiro de ojos rojos pero éste lo vio venir y se interpuso en su camino. Con uno de sus brazos, golpeó el cuerpo de Anton y lo hizo retroceder varios pasos. Anton lo apuntó con el umbar y soltó una maldición; apenas podía ver lo que estaba pasando con Allan. El vampiro lo analizó de arriba abajo.

—Siempre sentí una morbosa fascinación por los mestizos.

—¡Cierra la maldita boca!

Anton se animó a atacar. Intentó apuñalar al vampiro con su umbar, pero el movimiento fue demasiado predecible. Aquella bestia se deslizó con una sorprendente agilidad y aferró una de sus muñecas con tanta fuerza que Anton no pudo evitar soltar un chillido. El vampiro giró la muñeca hacia atrás y la apoyó contra la espalda de Anton, aplicando una presión tan firme que él se inclinó hacia adelante involuntariamente.

Era tanta la presión que Anton tuvo que arrodillarse y apoyar la cabeza sobre el frío suelo para evitar que rompiera su brazo. Fue entonces cuando divisó los pies del vampiro. Estaban cubiertos con unas botas de cuero lo suficientemente delgado como para que algo punzante atravesara la capa. Sus ojos se desviaron hacia el umbar mientras apretaba sus dientes con fuerza para evitar pensar en el insoportable dolor que se estaba apoderando de su cuerpo. El umbar era excelente para el combate cuerpo a cuerpo, pero difícil de maniobrar en una situación así. Dejó caer el arma y su mano libre se dirigió a su cinturón, allí donde se encontraba su cuchillo de opalice. Aferró el mango con todas sus fuerzas, casi clavando sus uñas en la fría piedra, y estiró su brazo.

Clavó el cuchillo en el pie del vampiro con todas sus fuerzas. Escuchó un grito y una maldición. Su brazo quedó liberado y regresó de manera espontánea a su posición natural. Pero Anton no perdió el tiempo. En cuanto estuvo libre, salió corriendo en dirección a las maderas.

No esperaba encontrarse con lo que vio. Allan estaba tirado sobre una pila de maderas, su cuello echado hacia atrás, inerte. Sus ojos estaban abiertos de par en par, mientras que un hilo de sangre manchaba sus labios. El otro vampiro estaba posado sobre él, enfrascado en el sabor de su sangre mientras bebía cada litro a través del hombro de Allan.

Anton titubeó. Tragó saliva mientras intentaba controlar el temblor de sus piernas. Pero podía sentir la frustración y el odio trepando por su espalda. Apretó los dientes con tanta fuerza que los oyó rechinar. Anton se abalanzó sobre el vampiro y clavó el cuchillo dos veces en su espalda. La bestia soltó un agónico chillido que lo obligó a retroceder. Pero cuando aquella cosa se giró hacia él, se arrepintió. El vampiro estaba furioso, podía verlo en sus ojos. Anton dio dos pasos hacia atrás.

El vampiro se abalanzó sobre él, como un lobo que ataca a su presa, pero Anton fue mucho más rápido. Levantó su brazo izquierdo y clavó la palma de su mano en la boca abierta del vampiro. Un dolor insoportable se extendió por su brazo cuando los colmillos penetraron su carne.

—¡Radu, no! —oyó decir al otro vampiro.

Los ojos del vampiro que lo había mordido se abrieron de par en par cuando cayó en la cuenta de que la sangre que estaba absorbiendo estaba contaminada. Anton dejó escapar una mueca, adolorido. La piel de aquella cosa se empezó a resquebrajar hasta que todo su cuerpo se hizo cenizas.

Con la mano aún acalambrada, Anton se giró en dirección al otro vampiro. Pero al ver que ya no había rastro de él, decidió caminar hasta el cuerpo de Allan. Su brazo herido se zarandeaba debilmente de un lado a otro. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y tuvo que pasarse la manga de la camisa por la nariz. Anton se dejó caer junto al cuerpo de Allan y comenzó a sollozar con gritos desgarradores. Ni siquiera se atrevía a tocarlo, pero estaba seguro de que estaba muerto.

Roxandra apareció corriendo por uno de los delgados pasillos de la ciudad y se detuvo en seco al verlo. Sus ojos se posaron en Anton y luego en Allan con sorpresa. Glen, quien iba por detrás, quedó petrificado al ver el cuerpo de su hijo entre las maderas.

—¡Allan!

Glenn se desplomó junto al cadáver de su hijo. Con la fuerza que le quedaba en sus brazos, aferró el cuerpo de Allan y se lo llevó al pecho, estrujándolo cuanto sus músculos le permitieron.




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