Serban los guió hasta un jardín interno que estaba muy alejado de la gran mansión, un punto ciego en aquel terreno si no conocías las instalaciones. Pero la tranquilidad y la soledad en aquella zona eran perfectas para conversar en secreto, sin que hubiese nadie apoyando la oreja del otro lado de la pared. Roxandra lo había seguido sin cuestionar, como si confiara plenamente en él y eso dejaba tranquilo a Anton.
—¿Qué está pasando, Serban? ¿Qué es lo que no quieres que otros se enteren? —preguntó Roxandra luego de contemplar a su alrededor y asegurarse de que no hubiese nadie.
—Vasile nos ha pedido que no te contemos —Roxandra afiló la mirada con curiosidad—. Leonard ha muerto.
—¡¿Qué?! —El aire escapó de sus pulmones.
Anton se asustó un poco ante el grito de Roxandra. Ella tenía la mirada perdida.
—Pero si Leonard es un cazador de élite.
Serban se acercó a ella aún más. Desvió la mirada a su alrededor, como queriendo asegurarse al 100% de que no había nadie más allí.
—Solo oí rumores, ¿de acuerdo?, pero parece que fue atravesado con un umbar.
El rostro de Roxandra se transformó completamente.
—Dicen que el asesino de cazadores ha regresado.
Serban volvió a dar un paso atrás. Escondió sus manos en los bolsillos, actitud que llamó la atención de Anton. A pesar de que aquel hombre había bajado la voz, gracias a su oído más desarrollado había escuchado absolutamente todo. La garganta de Anton se había secado al oír esas palabras. Ahora no solo había que cuidarse de vampiros por las noches, había que tener cuidado con alguien que iba por la vida intentando asesinar cazadores.
—¿Por qué me estás contando esto? —la voz de Roxandra sonaba desafiante.
—A dos horas de aquí —Serban parecía avergonzado por lo que estaba a punto de decir— hay un pequeño pueblo, Vidra, allí… —Pateó una pequeña piedra, la cual rodó fuera del camino y se escondió entre los arbustos. —Vive mi familia, la que tenía antes de ser mordido —aclaró antes de que alguien pudiera pensar mal—. En las últimas semanas ha habido muchos ataques, más de lo normal. La gente abre las puertas de sus casas, Roxandra, y por alguna razón no hace caso al toque de queda.
Anton sintió un leve escalofrío en su nuca. Pensó en Stan. En su maldita curiosidad por saber qué acechaba por las noches y en las consecuencias de tomar una mala decisión.
—Sospecho que… hay un dhampiro ayudando a que esto suceda.
Roxandra apretó la mandíbula con fuerza y frunció el ceño. Pero Anton estuvo a punto de ahogarse con su propia saliva. Cerró las manos en dos puños y clavó sus garras en su piel para no emitir sonidos.
—He ido varias veces —continuó Serban—, pero no pude encontrar nada. Yo no puedo distinguir la diferencia entre dhampiros y humanos.
Cuando Serban clavó la mirada en él, Anton dio un paso hacia atrás por instinto. Sentía una extraña sensación, como si alguien más los estuviera espiando.
—Es información a cambio de un favor.
Roxandra dejó escapar un suspiro profundo. Se cruzó de brazos.
—Bien. Pero necesito más información, Serban. Averigua qué le sucedió a Leonard y mándame un cuervo. Discreto, no quiero intromisiones.
Aquel hombre no parecía complacido. Anton lo podía ver en sus ojos abiertos, su frente arrugada y su piel pálida. Había pensado que con darle algo de información sería suficiente. Pero a pesar de que la conocía hace poco, Anton sabía que Roxandra no se conformaría con rumores.
Ella comenzó a caminar en dirección a la mansión que los cazadores usaban de refugio y Anton la siguió de cerca. El aura que Roxandra emanaba era poderosa; era una presión que se te aferraba a los hombros y tiraba hacia abajo, como intentando derribarte. Anton lo había sentido la primera vez que la vio durante su juicio. Alzó la mirada por sobre el hombro y contempló a Serbian de pie, entre los árboles y yuyos del jardín. Los contemplaba fijamente, con los brazos caídos a ambos lados.
No tardaron mucho en salir de su campo de visión. Una lúgubre melodía invadió el ambiente. Las puertas de la mansión que conectaban con la iglesia se abrieron y vieron a un grupo de cazadores escoltando un cajón de madera de viata. Entre ellos, Glenn caminaba con paso lento, arrastrando los pies. Roxandra se detuvo de golpe y Anton estuvo a punto de chocar con ella.
—¿A dónde lo llevan? —preguntó en un murmullo; no quería llamar la atención de la procesión fúnebre.
—Los cazadores son enterrados en tierra santa. —Roxandra mantuvo la voz baja; también quería pasar desapercibida.
Los cazadores que sostenían el féretro lo colocaron sobre una carreta amarrada a cuatro caballos y, cuando los animales comenzaron a andar, aceleraron el paso tras ellos. Dos hombres sostenían unas diminutas flautas y emitían la melodía que los acompañaría hasta el cementerio. La puerta de entrada se abrió y salieron a la calle. Las personas que pasaban por allí se detuvieron y miraron con curiosidad. Algunos, los más ancianos, agacharon la cabeza en señal de respeto.
Roxandra tomó a Anton de su manga y lo arrastró por el patio trasero de la mansión para evitar ser vistos. Él la siguió sin preguntar. Se escabulleron al interior de la capilla y salieron por una puerta lateral. La música seguía resonando en la lejanía. Anton pensó en Glenn y en Allan, y sintió un ligero cosquilleo en el pecho. Sentía cierta pena en dejarlos solos, especialmente teniendo en cuenta lo que había pasado la noche anterior.
—¿A dónde vamos? —preguntó Anton al ver que ella se detuvo delante de un establo con varios caballos inquietos.
Roxandra le hizo una rápida seña a un pequeño hombre que estaba sentado mientras leía el periódico; este se puso de pie y desapareció al interior del establo. Ella se giró en dirección a la calle, alzó la mirada entre las personas que paseaban por la ciudad y luego agregó:
—¿Qué no es obvio? Vamos a Vidra a buscar ese dhampiro.