Cazadores de Vampiros

Capítulo 15

Sin emitir otra palabra, el hombre comenzó a caminar en dirección al imponente edificio que concentraba a todos los cazadores. Anton lo vio arrastrar sus botas en el lodo, manchando sus pantalones. Pero a pesar de la violenta lluvia que caía sobre ellos, el extraño se mantuvo firme. Él lo comenzó a seguir a una distancia prudente. Aquel tipo no parecía muy cuerdo y prefería no tener que lidiar con sus abruptos cambios de humor.

Cuando abandonaron aquel solitario callejón, Anton notó que las calles estaban vacías. Contempló a un lado y al otro, pero ni siquiera encontró carruajes vagueando por las calles de empedrado. El hombre cruzó la avenida sin siquiera mirar y se adentró en el gran edificio. Anton prefirió esperar unos minutos.

Se colocó el collar y guardó el talismán dentro de su camisa. Sus prendas se pegaban a su cuerpo y varias gotas de lluvia chorreaban por su rostro y caían sobre sus hombros. Anton ingresó en el edificio y se pasó la mano por el cabello para quitar un poco de agua.

Dentro, el enorme recibidor era un caos. Anton jamás había visto tantos cazadores congregados en una sola habitación. Sus botas estaban mojadas y estuvo a punto de patinar sobre el suelo de mármol pulido. Se mantuvo alejado del tumulto porque no quería adentrarse entre el resto de los cazadores; estaba mojado y tampoco quería llamar su atención. Buscó al cazador del sombrero rojo con la mirada. Sin embargo, como había tanta gente, no lo encontró. Se oían susurros nerviosos mientras la campana seguía sonando.

—¡Anton! —Roxandra se abrió paso empujando al resto de los cazadores con sus codos. Al divisarlo chorreando agua, frunció el ceño. —¿Dónde estabas?

—Afuera… —dijo mientras apuntaba a la entrada. —Roxandra, he encontrado…

—¡Maldición! —lo interrumpió mientras contemplaba hacia arriba.

Anton divisó que sobre sus cabezas, en el último piso de aquel enorme edificio, había una campana de cristal que se mecía de un lado a otro con violencia. No la había notado antes.

—Hemos venido en el peor momento. —Bufó mientras se cruzaba de brazos. —Dimitri ha muerto.

Había escuchado ese nombre cuando Andrei y Roxandra hablaban sobre los problemas del norte. Pero Anton no estaba seguro de quién era o qué hacía. La contempló con el rostro serio.

—¿Quién es Dimitri? —balbuceó en voz baja para que nadie pudiera escucharlos; la pregunta lo avergonzaba un poco.

Los ojos de Roxandra se posaron en él, primero con sorpresa y luego con comprensión. Dejó escapar un silencioso suspiro y lo tomó del brazo para atraerlo contra su cuerpo.

—Era el líder de todos los cazadores, un hombre de renombre y poder. —murmuró.

Anton apretó los labios. Podía ver los rostros confundidos y acongojados de varios cazadores que contemplaban fijamente la enorme campana que no dejaba de sonar. Pero él solo podía sentir desconcierto, ¿qué iba a pasar ahora que el líder de todos ellos había muerto? Comenzaba a pensar que Roxandra tenía razón: no habían elegido un momento apropiado para visitar Bucarest. Cuando el eco se detuvo, una ola de murmullos comenzó a expandirse por todo el recinto. Algunas personas estaban angustiadas; podía escuchar pequeños sollozos y voces quebradas; otras lucían aterradas. Solamente un grupo limitado de hombres y mujeres estaba tranquilo, muchos de ellos veteranos que esperaban que algo así sucediera tarde o temprano, entre ellos Roxandra, quien no paraba de contemplar la campana con el ceño fruncido.

—Roxandra.

La voz de una mujer sacó a ambos de sus pensamientos. Ambos se giraron en dirección a una joven de cortos cabellos cuya mirada era gélida y determinada. Ni siquiera se detuvo a contemplar a Anton; ella simplemente clavó sus penetrantes ojos en Roxandra y agregó:

—Olga te ha elegido para su reemplazo.

Ella puso los ojos en blanco y se giró en dirección a Anton. Lo tomó de los hombros con fuerza y le dio unas ligeras sacudidas para que le prestara atención.

—No salgas de este edificio, ¿oíste?

Cuando Roxandra lo soltó, se giró en dirección a la mujer y se perdió en la multitud. Él intentó decir algo, pero las palabras no salieron de su boca. Quería contarle lo que había descubierto: el colgante de Luca, el extraño cazador que lo llevaba y lo que había pasado en ese callejón. Sabía que ese tipo tenía información sobre su padre y quería interrogarlo. Pero también sabía que sin Roxandra sería imposible hacerlo hablar; él era un cazador novato y un dhampiro, alguien con tan poco respeto que, sin la protección de uno de los cinco grandes, hubiese sido asesinado el primer día. Anton se llevó la mano al pecho y aferró el talismán de Luca. Tampoco iba a rendirse porque la marea estaba en su contra. Estaba decidido a encontrar a Luca, vivo o muerto.

La multitud comenzó a dispersarse. La campana había dejado de sonar hacía varios minutos y los cazadores ya no tenían interés en quedarse en ese edificio. Anton comenzó a caminar entre ellos con la mirada en alto; quería encontrar al viejo loco; necesitaba seguir hablando con él; preguntarle dónde había conseguido el collar y si tenía alguna noticia de Luca. Se encaminó a las enormes escaleras y subió al primer piso, refugiándose de las indiscretas miradas detrás de una columna de mármol desde donde pispeó la masa sin mucho éxito.

Seguir a Roxandra por las pobladas calles de Bucarest era todo un desafío. Anton se había acostumbrado a ir detrás de ella, siguiendo el nervioso paso con el que avanzaba. Pero en cuanto la lluvia había cesado, todos los pobladores de la gran ciudad habían decidido salir de sus refugios para terminar sus labores. Se rumoreaba que una segunda tormenta azotaría la ciudad pronto; las gruesas nubes todavía cubrían los cielos de Bucarest, por lo que todas las personas querían realizar sus compras antes de que las lluvias empaparan sus costosos vestidos y arruinaran sus perfectos peinados. Las veredas estaban repletas de exuberantes faldas y bastones que se interponían en el camino de Anton.




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