Cazadores del crepúsculo: Leviatán

Capítulo VII - Pasado

–Definitivamente; te va a dejar cicatriz.

Bill estalló en carcajadas.

–¿Has oído, compañero? Se te acaba de fastidiar todo el conjunto. Tu uniforme no combina para nada con una cicatriz.

Raven soltó un bufido ante la broma, y estuvo a punto de soltar otro cuando vio que a Lydia le hacía no poca gracia.

–Heldigh, ten piedad de mí; me ha tocado viajar con dos comediantes.

–Oh, pero no son dos comediantes cualquiera, buen señor- su compañero levantó el dedo índice con un ademán teatral- Son un dúo famoso, protagonistas del mejor espectáculo de Nøard. ¡"El cazador y la hechicera"! Gente de toda la región hace cola para ver al excelente arquero y a su mística acompañante. Los niños lo imitan, los hombres lo envidian, y las mujeres*

Las carcajadas de Lydia y un bufido aún más fuerte por parte de su molesto acompañante le interrumpieron definitivamente. Con la sonrisa aún clavada en el rostro, ensilló a su caballo castaño y montó en él con un elegante salto.

 

Cuando todos hubieron montado, continuaron su viaje por la Llanura. Hacía ya tres días que habían abandonado el pueblo donde se conocieron para internarse de lleno en los verdes y mortíferos pastos que separaban las regiones de Nøard y Sæth por la zona central de su frontera.

 

Cruzar la Llanura no era algo especialmente divertido o fácil. En un primer momento, el lugar podía parecerte muy bonito; un extenso mar de hierba verde que se mecía suavemente al compás del viento, bajo unos cielos claros siempre con pocas nubes (especialmente en la zona sur en la que estaban); el conjunto completo daba una sensación de calma interior que resultaba especialmente atractiva para los nuevos visitantes. Y antes de que te dieras cuenta, los krypande te habían devorado el tobillo hasta el hueso, o una nube de slakters te había detectado y convertido en polvo y gotas de sangre seca. Y eso sin hablar de los días de mal tiempo, cuando los carroñeros del río Benyal salían de sus moradas subacuáticas y avanzaban millas en busca de presas humanas.

 

Sin embargo, el trío no estaba formado por cualquieras. Dos cazadores experimentados con el rango de Løynant y una hechicera graduada en la Cúpula eran más que merecedores de una garantía para conseguir pasar el viaje con vida. 

 

Con vida, no ilesos.

 

Habían sufrido dos ataques de kypande durante el trayecto. La primera vez, los detectaron a tiempo: Bill alcanzó a ver el aguijón de uno de ellos cuando se ocultaban entre la hierba, de tal modo que cuando saltaron sobre el grupo ya estaban preparados para repelerlos.

 

Los krypande no eran unos monstruos particularmente fuertes, como individuos al menos. Del tamaño de perros, estaban cubiertos de un largo pelaje verde que les permitía camuflarse en la hierba alta de la Llanura. Sus seis patas les servían para desplazarse a una velocidad vertiginosa cuando avisaban a sus presas, a las que atacaban con sus dientes, agudos como estiletes, y con el aguijón en el que acababa su cola.

 

Un cazador podía matar a un krypande en un abrir y cerrar de ojos si lo veía venir. El problema era que se les daba demasiado bien tender emboscadas. Y nunca iban solos.

 

La tercera noche, un grupo mucho más numeroso que el primero había cavado túneles por debajo de su campamento, surgiendo en medio de los adormilados viajeros. La magia de Lydia fue la que los salvó en aquella ocasión, paralizando a sus agresores con escarcha durante un par de segundos, que Raven aprovechó para masacrarlos salvajemente. Sin embargo, uno de los monstruos había resistido al conjuro, y con su cola había dejado un profundo surco rojo en el brazo del cazador.

 

La hechicera no era precisamente experta en magia de curación, pero combinando sus conocimientos con la regeneración acelerada que poseían los cazadores, a la mañana siguiente la herida había sanado casi por completo, quedando solo una delgada línea de un color sin definir.

 

Pasado el mediodía pararon a dejar descansar a sus monturas un momento, aprovechando para almorzar algo. Los cazadores llevaban las típicas raciones de viaje, con algún que otro embutido y una pasta seca de procedencia desconocida con extraños grumos sobresaliendo aquí y allá como aletas de tiburón.

 

–Me parece increíble que podáis comer eso sin que os salga un tercer ojo o algo parecido- dijo la chica, mirando con repugnancia y algo de curiosidad la comida de sus compañeros.

–Lo que es increíble es que hayas traído eso para comer. Y yo que te consideraba una tía dura, Lidi…- el arquero suspiró, meneando la cabeza ante las finas lonchas de pescado bien sazonado acompañadas de auténticas patatas cortadas en tiras.

–No me culpes por tener el paladar fino, hombre de pueblucho. En la capital, si no te puedes permitir comidas como ésta al menos un día de cada dos no eres digno ni de limpiarle los zapatos al Gobernador.

–¿El Gobernador de Nøard usa zapatos? Lo que me faltaba por*

–¡Shhh! ¡Al suelo, idiotas!

 

Raven agarró a ambos de las cabezas y los empujó entre la hierba, haciendo él lo propio. Bill tardó aún un poco en escucharlo, pero la hechicera era nativa de una aldea nøardiana, donde detectar ese sonido con uno o dos segundos de antelación suponía la diferencia entre la vida y la muerte.

 

Un zumbido sordo, como cientos de miles de insectos volando en la misma dirección.

 

La nube roja se hizo visible unos momentos más tarde.

 

Ninguno de los tres hizo ademán de moverse. Cuando de los slakters se trataba, daba igual si eras cazador, hechicero, mago, o brujo; si te enfrentabas a ellos, ya estabas condenado

 

Los monstruos los sobrevolaron, eclipsando el sol con su gigantesco número; tenían la forma de pájaros rojos, pero su gran pico dentado los delataba. Si los veían y descendían para atacar los convertirían en carne picada sin demasiado esfuerzo. Durante instantes que parecieron eternos, evitaron incluso respirar, convencidos de que el fuerte latir de sus corazones bastaría para delatarlos.




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