—Inicia la 93° sesión a cámara abierta de Su espléndida Majestuosidad, el Gobernador de Nøard. Notarios, pongan sus plumas en batería.
Matt controló el temblor de su mano derecha, e intentó concentrarse en hacer la letra lo más legible (y bonita) posible. Los susurros de los nobles y comerciantes que se amontonaban en las gradas, a sus espaldas, eran para el martillazos en lo más profundo de su cráneo, y lo molestaban profundamente.
Las sesiones a cámara abierta le recordaban cada pocos días el porqué su trabajo era un asco.
—...y los cargamentos de cereal han descendido más de un doce por ciento debido a los ataques de…
—...aunque los guardacostas de Condena hacen todo lo posible, siguen estando necesitados de la gloriosa ayuda de Su Majestuosidad…
—...Majestuosidad, el problema con los rateros en nuestras calles se ha agravado exageradamente. Solicito…
El joven notario se dedicó a copiar cada palabra con la mayor exactitud que pudo. Su rapidez era grande, motivo por el que consiguió el trabajo, pero su memoria a corto plazo no lo era tanto.
Y desde luego, un simple y estúpido plebeyo no podía pedirle a la élite de la élite que hablaran un poco más despacio.
—Sí, sí, ya basta de temas aburridos. Haréis que me entre un sueño terrible- el bostezo del Gobernador consiguió la aparentemente imposible tarea de silenciar la mayoría de ruidos de la sala- Veamos… ¿Qué tal van las reformas en el Dødseum?
—Excelentemente. Tendremos todo listo para su próxima celebración.
—¿Las obra para reparar mis termas privadas?
—Acabadas ayer, Su Majestuosidad. Si me permite añadir*
—¿El suministro de legdmel?
—Sin ningún retraso. Los comerciantes se muestran agradecidos con sus generosos pagos, Majestuosidad.
—¿Ven qué no era tan difícil decir una o dos cosas útiles?
Un silencio incómodo se instauró en la sala de reuniones, cosa que el joven notario agradeció sobremanera, mientras se masajeaba la adolorida mano derecha. Como siempre, el descanso no duró mucho.
—Antes de disolver finalmente este tedio al que llamáis reunión… ¿Cómo va el asunto con los mentalistas? ¿Han accedido ya a mis demandas sobre las restricciones en el uso de su capacidad?
Nadie respondió. El Gobernador esperó unos momentos, con idénticos resultados. Alzó una ceja. El gesto resultaba excesivamente cómico, pero Matt sabía que si alguno de los presentes se reía probablemente lo mandarían al Cepo. O algo peor.
—Bien, eh, Su Majestuosidad, realmente no sé cómo decirle esto, pero… rechazaron de plano nuestra oferta.
La ceja volvió a alzarse más de lo que ya estaba. Un escalofrío recorrió a los representantes de la cámara. Sabían bien que el Gobernador solo era peligroso cuando estaba completamente callado y sin comer. Los guardias escarlatas, hasta ese momento ocultos en las sombras de la sala, avanzaron hacia la mesa. La mano de Matt empezó a temblar; esta vez era debido al pánico.
—Su Majestuosidad, permítame.
Todos los ojos de la sala se volvieron hacia la persona que, poniéndose de pie sobre su silla, asomaba la cabeza por encima de una pila de pergaminos para interpelar al mandamás. El Gobernador alzó el puño, y los altos hombres enfundados en mantos de rojo apagado, como sangre regada hace días, detuvieron su avance.
—Le agradezco muchísimo su paciencia con este pobre inepto, Majestuosidad. Es cierto que no hemos conseguido convencer a los mentalistas de que aceptaran las justas y piadosas medidas que Su Majestuosidad dictó, tomando especial conciencia de su caso con respecto al resto de sus súbditos. Sin embargo, existe una forma de hacerles entrar en razón. Resulta que hace apenas un par de horas, han llegado a la ciudad, traídos por una de las emisarias de Su Majestuosidad, dos cazadores del vecino Sæth. Oppdrett los cría y ellos se juntan, ¿No es cierto? Mi propuesta, Su Majestuosidad, es contratar a estos extranjeros para lidiar con los mentalistas. Y si no les convencen con el diálogo, bueno… siempre me ha parecido que el mayor talento de los cazadores era el combate.
Un silencio agitado, lleno de murmullos nerviosos, siguió a la declaración del extraño personaje. Los susurros fueron creciendo en intensidad, hasta que el Gobernador dió un puñetazo sobre la mesa.
—¡Silencio, escorias de la nobleza! ¡Qué ninguno de ustedes se atreva a seguir profanando esta sala con su chacharero de cantina!- sacudiendo la cabeza de un lado a otro, miró al enano que, haciendo equilibrios sobre su silla, intentaba encontrar una postura cómoda para mirar al Gobernador al mismo tiempo que a sus compañeros de mesa- En cuanto a tu propuesta, puedes llevarla a cabo. Pero ay de ti si fallas, Ulv el Canijo. Encontrarás que mis espectáculos son menos agradables cuando se viven en carne propia.
—Cómo ordene Su Majestuosidad.
—Una cosa más. Que alguien informe a Wenderkarp de que si vuelve a saltarse una reunión, me aseguraré de que nunca más tenga que asistir.
Muy para sus adentros, donde nadie podía mirar, una sonrisa de lobo se dibujó en el corazón de Ulv.