Cazadores del crepúsculo: Leviatán

Capítulo XII - Trifulca

—¿Nombres?

—Sinceramente, no creo que quiera oírlos, señor.

—¿Y quién te dió el derecho de suponer eso?

—Bueno, señor, son más de treinta.

—Tienes razón, no quiero oírlos. ¿Causa de la detención?

—Revuelta generalizada en una taberna. Concretamente, en "El gato panzón".

—Uf. De ese tugurio me esperaría cualquier cosa. Debe ser el único edificio que no ha pasado por las manos de un Gobernador en la historia de la ciudad, si todavía se sigue llamando por el nombre de un animal estinjio que solo valía para llenarlo todo de pelos y estornudos.

—Creo que el término es extinto, señor.

—Me parece fabuloso, porque no te he preguntado. No quieras acabar tan estinjia como el gato de marras.

—Sí, señor.

—Ahora, ¿Quién empezó*

 

Los fuertes sonidos de la cabeza de alguien siendo estrellada repetidamente contra barrotes de hierro interrumpieron al fenger y a su asistente.

 

—¡¿Y ahora que demonios pasa!?

—Creo que hay una trifulca, señor.

—¡Pues deténgala!

—Señor, el fenger es usted.

—Cierto es.

 

El hombre se levantó, agarró una tosca barra de hierro que descansaba sobre la mesa en la que se sentaba y avanzó hacia el cuarto de las celdas. La puerta, reforzada con remaches de hierro, era bastante pesada. La mujer corrió a ayudarlo.

 

—Esta maldita puerta me va a fastidiar los hombros algún día. Ya estoy viejo para este trabajo.

—Señor, aún no ha cumplido los treinta.

—¡Precisamente! Eso en la Llanura es ser un venerable anciano. ¡¡A VER, VOSOTROS!! ¡Aquí el único con licencia para dar palizas soy yo! ¡¿ESTAMOS?!

 

Más de treinta pares de ojos se volvieron hacia el agente de detención que los miraba con el ceño fruncido desde el otro lado de los barrotes. Él comenzó a pasear de un lado a otro.

—Vamos a ver. ¿Se puede saber quienes fueron los graciosos que iniciaron un escándalo público? Porque les voy a empapelar hasta que se aprendan el significado de la palabra butokazia

—Es burocracia, señor.

—Chica, estoy a punto de quedarme con la mitad de tu mesada por impertinente. 

—Le dejo solo con los maleantes, señor. Acabo de recordar que me quedan informes por clasificar.

—Gracias. Bien, a lo nuestro. ¿Quienes empezaron la trifulca?

 

Los presos se pegaron a las paredes, dejando solos en el medio de la estancia a tres hombres. El fenger los evaluó calculadamente: uno era claramente de Sæth, moreno, con el pelo recogido en una coleta y un pendiente de plata en la oreja izquierda. A su lado había uno algo más alto, pelo rubio ceniza, nøardiano casi seguro. Ambos llevaban el símbolo de los cazadores bordado en el pecho. El otro era un gigante, con los músculos exageradamente marcados a través de la sencilla ropa que vestía. Llevaba la cabeza completamente rasurada, y su nariz y mandíbula tenían toda la pinta de haberse roto más de una vez.

 

—Menudas buenas piezas que hemos pillado hoy. Målfor, tu madre viene a buscarte más tarde, ¿No?

—Ándese con ojo, agente Klauss. No vaya a pisarle la cola a un krypande- gruñó el recluso, con una mueca escalofriante en la cara.

—Ajá. Más le valdrá al krypande que solo le pise la cola. Ya hablaremos cuando Carmilla firme tus papeles. Y vosotros dos, ¿De qué piedra habéis*

—Señor, tengo un emisario del Gobernador que solicita la inmediata extracción de los cazadores. ¿Le digo que espere?

—No, no te molestes. Venga chicos, ha venido vuestro carruaje. Firmad aquí, aquí, y aquí- Klauss miró un momento el nombre de los detenidos, levantando la ceja derecha- Raven. Sin segunda consonante. Pensaba que eras nøardiano, muchacho.

—De la frontera.

—Ouch. Lamento haber preguntado. La salida es la segunda puerta a la derecha. Dadle recuerdos al Gran Hombre si le veis.

 

El fenger suspiró mientras los veía salir. Sacudiendo la cabeza, se volvió hacia los aún más de treinta pares de ojos que lo miraban.

—En noches cómo está, más me habría valido dedicarme a menguijar por las esquinas que a esto.

—Es mendigar, señor.

—Que bueno que lo sepas, porque va a ser tu nueva profesión.

—Si usted quiere tener el doble de papeleo, para mí no es problema.

—Buen punto. Conservas el puesto.

—Gracias, señor.

 

Afuera, los cazadores seguían al enjunto guía que los llevaba hacia palacio. Era ya noche cerrada, y las estrellas centelleaban sobre sus cabezas, puntitos brillantes de luz que desaparecían al pasar las nubes. En el escaso recorrido se encontraron con tres ladrones distintos, a los que el guía ignoró por completo. Un poco más adelante, un fenger de ronda les saludó tocándose el sombrero antes de desaparecer en un callejón donde se oía el sonido de las monedas tintineando en una bolsa de piel. Para cuando llegaron a su destino, les había quedado completamente claro que el mote de la ciudad en Sæth, "Nido de ratas", era completamente adecuado para el tugurio en el que se encontraban.

 

—Al Gobernador deben dirigirse siempre como "Su Majestuosidad". Si le caen bien, quizá salgan de esta ciudad igual que entraron.

—¿Y si le caemos mal?

—Si lo desean, pueden rellenar un testamento sobre sus preferencias de entierro en función del dios al que recen.

 

Sin contestar a más preguntas, el guía entró en el palacio. Ellos permanecieron en completo silencio unos momentos. Bill se encogió de hombros y empezó a andar. Raven chascó la lengua y miró al cielo. Se había llenado totalmente de nubes. Parecía que iba a llover.

 

—Mi vida es una mierda.

 

Con un hondo suspiro, el nøardiano siguió a su compañero al encuentro de la gran cabeza pensante que dirigía aquella ciudad.




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