—Me llamo Rudeus Adersin. Soy el líder del Gremio de Mentalistas de Nøard. Supongo que habréis oído hablar de nuestras actividades.
—Y quien no- masculló Bill entre dientes.
El Gremio de Mentalistas era una organización compuesta exclusivamente por aquellos magos con talento para introducirse en los pensamientos de los demás. Perseguidos desde la antigüedad, en los últimos tiempos habían obtenido gran riqueza y prestigio sin que nadie supiera muy bien como. Los rumores corrían como el vino, incluso en Sæth, e iban desde que habían chantajeado a la nobleza con difundir sus secretos hasta que estaban controlando la mente del Gobernador. Fuera como fuera, era innegable que los también llamados magos grises se habían convertido en una fuerza a tener en cuenta en el complicado juego de poder de Nøard.
"Y es precisamente por eso que el Gobernador quiere aprobar un decreto para restringirles el uso de sus poderes"- les había contado Lydia anoche- "No importa si es cierto o no, pero los rumores de que él podría ser tan solo la marioneta de alguien más no le agrandan lo más mínimo. Afectan a su fuerza, disminuyen el respeto que impone".
El incesante traqueteo del carro distrajo a Raven de sus pensamientos. Habían pasado otro bache. Su compañero maldijo bruscamente y en el rostro del mentalista se dibujó una sonrisa, pero evitó decir nada que pudiera molestar más al arquero. Lydia, por el contrario, se rió descaradamente desde su puesto en el pescante.
Los viajes en general no eran la cosa más agradable del mundo, pero aquel camino costero se llevaba la palma. Antes de transitar por él, en un carro de segunda mano que a todas luces había llevado estiércol en el pasado, los cazadores pensaban que uno de los objetivos de un camino era allanar el terreno; ahora les había quedado claro que en estas tierras incivilizadas un camino consistía simplemente en echar arena y piedras en el terreno más ondulado posible. Bill había vomitado tres veces ya por un costado del carro. Incluso el caballo que tiraba de ellos, que debería haber estado acostumbrado a la zona, parecía estar muy cerca de pasar a mejor vida.
Con seguridad, cualquier vida, por miserable que fuera, era mejor que aquel camino.
Finalmente hicieron un alto para comer algo. Los cazadores mantuvieron su rutina gastronómica, pero por el rabillo del ojo observaban con algo de envidia la comida del mentalista, que a todas luces había sido preparada con esmero y dedicación similares a las que exigiría el mayor de los nobles. Rudeus sonrió al advertir su reacción, sirviéndoles a cada uno dos porciones de finas tajadas de carne acompañadas de una espesa salsa color rojo oscuro. Ellos lo agradecieron con un gesto de cabeza, sorprendidos por su generosidad.
Renaudaron el viaje poco después, cuando el sol ya había sobrepasado su cénit. Raven se mantuvo en silencio casi todo el trayecto. Bill habría hecho lo propio, pero sus continuas arcadas y mareos se lo impedían por completo. Mientras tanto, la hechicera y el mentalista mantenían un fuerte debate referente a la normativa que quería implementar el Gobernador.
Aunque eran los cazadores quienes habían sido contratados para negociar, reflexionó Raven mientras ayudaba a su compañero a vomitar fuera del carro, no se esperaba en absoluto que movieran un solo dedo para ello. Al contrario, su presencia era meramente para dar cierto apoyo testimonial. Y también, sospechaba el nøardiano, como último recurso ante una negativa definitiva de los magos grises.
No faltaba mucho para el anochecer cuando finalmente avistaron bajo ellos el pueblo costero al que se dirigían.
Pequeñas y achaparradas casas grises se amontonaban junto a una estrecha bahía, en las inmediaciones de los acantilados de Condena. Las filosas paredes del fiordo, que atravesaba la tierra entre ellos y el puerto, estaban cubiertas de escarcha gris, cubriendo toda la roca hasta el mismo océano. Un río corría por el fondo de la escarpada garganta, encrespado por los continuos movimientos del mar en el que desembocaba, a un par de millas de la posición de los viajeros. Rudeus señaló hacia el sur, donde los cazadores observaron la silueta de un gran puente, construido con enormes piezas de madera, no demasiado lejos de donde se encontraban.
—Ese es el único paso para cruzar el fiordo, salvo que alguno de los presentes tenga alas- dijo. Lydia asintió desde el pescante, y giró el carro en esa dirección.
Según avanzaban, Raven comenzó a notar cierta quietud en la atmósfera. El ruido de las olas se acentuó, adquiriendo un matiz siniestro en medio de aquel silencio antinatural. Los pájaros grises y blancos que habían estado sobrevolándolos desde que divisaron la costa no se acercaban al puente, y desaparecían mar adentro, como huyendo de una sombra invisible. El aire se volvió pesado, y la hierba empezó a agitarse por una brisa repentina. Bill también se dió cuenta del cambio de ambiente, sacando una flecha del carcaj y poniendo el arco en alto. La hechicera redujo la velocidad del vehículo. Todos los presentes observaron al caballo; permanecía con las orejas agachadas, bufando ruidosamente cada vez que Lydia le obligaba a avanzar.
Se acercaron aún más a la estructura. Era un puente muy robusto; grandes troncos de árboles, cuidadosamente podados, permanecían unidos unos con otros gracias a un tenso sistema de cuerdas y nudos. Podían haber pasado dos carros en línea sin problemas. La propia superficie del puente estaba extrañamente limpia, como si alguien la fregara varias horas todos los días, a pesar de que aquel no era un paso especialmente transitado. Había algo extraño en la zona. Algo sobrenatural.
Monstruo.
El nøardiano apenas había desenfundado su arma cuando una gran cabeza cornuda asomó por la pared del acantilado.