Según ascendió un poco más aquel extraño ser, ya tenía el filo de una alabarda rozando su cuello.
—¡TRANQUILO AMIGO! ¡MARKØZ …NO…PELEAR!- gritó el troll (porque eso es lo que era, se dijo Bill a sí mismo) tan fuerte que todas las gaviotas a dos millas de allí comenzaron a graznar al unísono.
—No le ataquéis, cazadores. No es peligroso- intervino el mentalista.
—Oh, vamos. ¿Estás de coña?- replicó el arquero, incrédulo- Podría arrancarte la cabeza usando solo el pulgar.
—¿AMIGOS…DEJAR…SUBIR? MARKØZ NECESITAR…SONARSE NARIZ- el monstruo intentaba desesperadamente alcanzarse la nariz con el índice mientras mantenía su precaria posición sobre el saliente en el que se apoyaba. Los cazadores cruzaron miradas unos momentos, pero finalmente bajaron las armas. Aunque Raven no enfundó la alabarda, y Bill rozó con los dedos la empuñadura de su espada.
El troll se izó hasta subir por completo el fiordo, soltando un enorme bostezo que dejó a la vista sus grandes colmillos, similares a los de un cerdo. Los viajeros observaron a la criatura, de más de diez pies de alto, contando los cuernos. Una desgreñada y rizada pelambrera negra le cubría la cabeza, del tamaño de un tonel de cerveza. La criatura se pasó la mano por la barriga, algo hinchada y llena de pústulas, y sus uñas rascaron la porquería que tenía en el ombligo. Acto seguido, eructó, provocando un pequeño desprendimiento detrás suyo. Su cola, rematada en un penacho azabache, agitó el aire perezosamente mientras el troll se agachaba para mirar a su interlocutores, clavando en ellos sus pequeños e insidiosos ojos del color del oro.
—MARKØZ…GUARDIÁN…PUENTE- anunció con orgullo, haciendo grandes aspavientos en dirección a la estructura- ¿CRUZAR…PUENTE AMIGOS?
Intercambiaron miradas un momento. El mentalista se encogió de hombros, y la hechicera levantó una ceja hacia los cazadores, preguntando. Raven suspiró, y Bill se removió en el sitio. Todos dieron un paso adelante.
—MARKØZ…GUIAR…PUEBLO- el monstruo señaló hacia el norte y comenzó a cruzar el fiordo. Sus pesados pasos retumbaban con fuerza en la madera, pero el puente no hizo amago alguno de combarse. Todos subieron al carro y se pusieron en movimiento; no faltaba mucho para el anochecer.
El grupo viajó en silencio durante mucho rato. El troll, por el contrario, iba silbando alegres canciones de taberna y sonándose la nariz cada pocos pasos. Bill observó con cierta fascinación las manos de la criatura; en el lugar donde los humanos tenían el meñique se hallaba un segundo pulgar. Los pies también presentaban diferencias similares; tenía solo cuatro dedos en cada uno.
—Dime… Markøz. ¿Es cierto que los trolls sois buenos construyendo cosas?
—MARKØZ…GUSTAR CONSTRUIR. PUENTE…HECHO MARKØZ.
—¿Y te llevas bien con la gente del pueblo?
—MARKØZ GUARDIÁN…PUEBLO. PUEBLO GUARDIÁN MARKØZ. PUEBLO…HACER MARTILLO.
Bill miró el cinturón de la criatura, donde descansaba un enorme martillo de carpintero. Se podía imaginar al monstruo talando árboles sin problemas con eso. También abriendo cráneos.
—LLEGAMOS.
Un grupo de gente se había reunido para darles la bienvenida. Eran más de dos docenas de personas, la mayoría de ellos pescadores de largas barbas trenzadas y armados hasta los dientes. Algunos saludaron al troll con un gesto de cabeza. Sin embargo, la mayoría miraba a los recién llegados, concretamente a los cazadores, con el recelo pintado en sus rostros. Las antorchas que llevaban ahuyentaban la oscuridad que la noche había traído consigo. El propio mar parecía un océano de la sangre negra de algún monstruo gigantesco que hubiera envenenado las aguas. A Bill no le gustó ese pensamiento. Se parecía demasiado a un mal presagio sobre lo que estaba por venir.
—MARKØZ CUMPLIR. AHORA…IRSE. ADIÓS…AMIGOS.
Con una especie de reverencia, el troll desapareció en las sombras a una velocidad vertiginosa. De entre los lugareños salió un hombre fornido, de largo pelo castaño. Bajo el brazo izquierdo llevaba un casco de hierro, y su mano derecha descansaba sobre la cabeza de un hacha. Tenía más de una docena de trenzas en la barba, de distintas longitudes.
—Mi nombre es Lobbrock, capitán de "El Gavial" y antiguo guardacostas de Condena. Mi abuelo me avisó de vuestra llegada.
—¿Está seguro, capitán? No deberíamos dejar que los cazadores entren aquí. A sangre huelen, y sangre traen con ellos- dijo uno de los hombres más cercanos a Lobbrock, y escupió a los pies del grupo.
—Han venido a ayudar, Huggan. Además, Markøz los ha dejado pasar. Estarán bien- su atención volvió a centrarse en los extraños frente a él. Bill no pudo menos que sentir un ápice de respeto. El capitán debía ser una persona sabia para no haberlos juzgado solo por su estatus. El repentino y familiar escozor de las marcas en su pecho le hizo recapacitar.
Tal vez simplemente era un necio.
—Venga, en marcha. Después del crepúsculo, solo los lobos sombra deambulan por esta zona; y no creo que ellos os reciban mejor que nosotros.
—Solo una pregunta.
Los ojos del guerrero y el cazador se cruzaron cuando el arquero dió un paso hacia delante. La luz de las antorchas bailó sobre él, proyectando sombras extrañas y dándole a su rostro unos rasgos ancestrales, con un siniestro parecido a las viejas estatuas de demonios. Un viento frío pasó entre ellos. Los hombres se arrebujaron en sus capas de piel, maldiciendo. La noche prometía ser espantosa.
—¿Es cierto?
Durante un momento, ni siquiera el rugido del mar pudo romper el silencio.
—La vida me ha enseñado a no creer en nada que no haya visto, muchacho, y a él no lo he visto. Pero te aseguro que no vas a estar ocioso aquí. ¡Vamos, andando!
El sobrenatural aullido de un lobo fue la única respuesta al crujido que emitió la puerta de la empaladiza al cerrarse.