Cazadores del crepúsculo: Leviatán

Capítulo XX - Incendio

Aquello era un completo caos.

 

En algún momento, los draugr habían decidido quemar todo lo que tuvieran delante; mirara donde mirara, solo veía gente agonizando, casas siendo pasto de las llamas y guerreros agrupándose en precarias formaciones, intentando seguir con vida un poco más ante el invasor incansable. Rudeus se puso a gatas, intentando respirar entre la enorme humareda negra que se había levantado en el campamento, extendida por el viento del norte. El humo se metía en sus ojos, haciéndole lagrimear, para a los pocos instantes introducirse en sus pulmones, ahogándolo.

 

Chocó contra algo duro y miró hacia arriba. Unos ojos vacíos, sin vida, le devolvieron la mirada. Tembló de puro terror. Sus poderes eran completamente inútiles frente a aquel enemigo sin ninguna mente a la que atacar. El draugr lo agarró del cuello, levantándolo en el aire. Desesperado, intentó librarse del no muerto, pero sus fríos dedos estaban firmemente cerrados, como un cepo, y todo esfuerzo fue inútil. Se le nublaron los ojos. Su mente fue cayendo en la inconsciencia final, definitiva.

 

Le había llegado la hora.

 

«Llorica»

 

Despertó boqueando en el suelo, con alguien sacudiendo sus hombros enérgicamente. Parpadeó varias veces, confundido. A su lado estaba el draugr, con las piernas seccionadas a la altura de las rodillas. La mano con la que lo había agarrado era ahora un mero muñón carbonizado.

 

—*erta. ¡DESPIERTA, RUDEUS! Barzûl, pensé que no lo contabas.

—¿...Bill?- murmuró él mentalista, enfocando por fin el rostro del cazador.

—El mismo. ¡Y ahora muévete! Tienes que llegar a los muelles. Reúne a tanta gente como puedas y subid a los barcos, si esos pedazos de mierda no los han incendiado ya. Es la única manera de salir de esta, ¿Entiendes? ¡YA!

 

Observa preocupado como Rudeus se aleja, dando tumbos entre los combatientes. Si llegará o no con vida a la playa, es algo sobre lo que el arquero prefiere no apostar.

 

Él tiene su propio papel que desempeñar, de todas formas.

 

Esquivando a los muertos vivientes, se mueve entre las casas incendiadas, buscando. El rojo de las llamas se queda firmemente grabado en sus retinas mientras pasa por encima de los cadáveres carbonizados de hombres, mujeres y niños. Algunos todavía están vivos e intentan agarrarlo cuando se acerca, pidiendo ayuda, pero el cazador solo aprieta los dientes y acelera el paso. Finalmente, divisó su objetivo. Rodeado por cerca de una docena de guerreros, el capitán Lobbrock combatía valientemente a los draugr, e incluso estaba ganando terreno. Bill no pudo menos que asombrarse ante la hazaña. Pero sabía que no serviría de nada. Los humanos se cansaban. Los draugr no. Esa simple diferencia bastaba para matarlos a todos si no escapaban de allí rápido.

 

—¡CAPITÁN!- gritó el arquero, poniendo todo su corazón en ello para hacerse oír por encima del crepitar de las llamas y los quedos gemidos que salían de las gargantas rotas de los muertos vivientes.

 

El guerrero giró la cabeza al oírlo, e impartiendo órdenes a su grupo, comenzaron a avanzar hacia el cazador. Bill los cubrió desde su posición, quebrando las rodillas de los draugr con una flecha tras otra, ralentizando al invasor.

 

—Tienes buena puntería, muchacho. Ven con nosotros; vamos a destrozar a esos hijos de perra de color azul.

—Debemos abandonar el pueblo.

 

Un rumor de descontento se extendió entre sus interlocutores. Lobbrock frunció gravemente el ceño ante la afirmación.

 

—Este es nuestro hogar. No pienso dejarlo a merced de unas escorias. Incluso aunque huyéramos, no tenemos ningún sitio al que ir, y el invierno empieza a estar avanzado. Sería el final para nosotros.

—Será un final mucho más prematuro si os quedáis aquí a luchar una batalla perdida. Lo he visto antes; gente que se niega a abandonar sus hogares y posesiones cuando la muerte llama a su puerta. Y después, me toca recoger sus cadáveres. No sea necio, capitán. Huyamos por el mar.

 

Lobbrock no pudo responder; media docena de draugr surgieron de una casa y cayeron sobre ellos.

 

—¡ATACAD A LAS PIERNAS! ¡ASÍ NO PODRÁN SEGUIRNOS!- grita el cazador, al tiempo que desenvaina la espada.

 

Comienza a retirarse hacia la playa, pero los guerreros se quedan atrás. Maldice en voz baja.

 

"Esos testarudos van a hacer que los maten."

 

Por el rabillo del ojo le pareció ver a Raven guiando a un grupo de personas hacia los barcos. Su compañero había tenido más suerte que él, al parecer. Se dió la vuelta, dispuesto a ir a ayudarlo.

 

—¡¡CAPITÁÁN!!

 

Al girarse lo ve. Ensartado por dos lanzas, rodeado de cadáveres de amigos y enemigos, defendiéndose él solo de más de diez draugr que habían emboscado a su grupo.

 

—¡Iros a los barcos, imbéciles! ¡Yo tengo que acabar algunos asuntos primero!

 

Anonadados, los guerreros observan como Lobbrock, con el hacha larga en la mano, hiende cráneos a una velocidad alarmante. Una flecha disparada a traición por los invasores le impacta en el hombro, y otra en la rodilla, pero no se detiene. Avanza como un huracán de acero, sesgando extremidades y aplastando cajas torácicas.

 

Bill alcanza a los guerreros, y dispara a los no muertos que los amenazan con sus arcos.

 

—Vámonos.

—¡Pero*!

—Se ha sacrificado para que todos vosotros podáis vivir. ¿De verdad quieres pisotear eso como si nada?- ellos se miraron, indecisos- Tenéis un deber que cumplir. Igual que él os ha protegido a vosotros, tenéis que proteger a vuestras familias, a aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Tenéis que sobrevivir.

 

Empiezan a alejarse de la lucha. El cazador echa la vista atrás una última vez. Los potentes gritos de Lobbrock atraen a los draugr de los alrededores, que se lanzan sobre él, golpeándolo con todas las armas que tienen a su alcance. Debe tener varias costillas rotas, astiles de flechas y lanzas recubren su cuerpo como púas, y su brazo izquierdo está torcido en un ángulo antinatural. Sin embargo, el guerrero solo se ríe, arrasando a los muertos vivientes como una tormenta arranca las ramas de los árboles. Los ojos de ambos se cruzaron un instante. El capitán asiente con la cabeza y levanta el hacha, como un gesto de reconocimiento hacia el arquero, que se lo devuelve con la impotencia fluyendo por sus venas. Sabe que no puede hacer nada, aparte de respetar su decisión; pero eso no diluye la rabia que lo invade. A pesar de su destreza, una cosa es segura: Lobbrock morirá antes de que embarquen.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.