—Más vale que sea algo bueno ésta vez. No estoy de humor para escuchar sandeces.
"Pido disculpas de antemano por la intromisión. Quería comunicarle los progresos realizados en cierta investigación, creo recordar, de su interés."
—Habla entonces. Mi paciencia es escasa.
"Los datos que nos proporcionaste fueron de gran utilidad. Efectivamente, se realizó un ritual necrótico en aquella sala para revivir a un cadáver como draugr."
—Eso lo podía haber deducido yo solo sin tu costosa e inútil ayuda. Desde luego, no has sudado mucho estos días, según parece.
"Lamento haber mencionado lo obvio. No obstante, no es lo único que tenía que reportar. Seguimos el rastro; buscamos las cosas adecuadas en los cerebros adecuados. Y descubrimos algunas cosas interesantes. El nigromante al que buscas se llama Zor. Nació en la zona de la frontera, pero se mudó a Sæth durante la adolescencia. Concretamente, a cierta ciudadela de muros negros. Dicen los pajaritos que era un muchacho talentoso, y que ascendió rápido en la jerarquía de la Torre. Ahora mismo, es el décimo miembro del Cónclave."
—Tch. No todo iba a ser fácil, supongo. ¿Algo más?
"Si. Sabemos por qué vino desde tan lejos a realizar acciones políticamente cuestionables de cara al Tratado. Aunque eso tampoco es muy novedoso, ésta vez es bastante más descarado de lo habitual, así que investigamos. Van tras el libro de Mørksot."
—...
"Hemos rastreado al nigromante. Salió de la capital y estuvimos a punto de perderlo. Pero finalmente nos llegó la noticia de que un pequeño ejército de draugr había arrasado una aldea costera. Ya debe haberse hecho a la mar. Se dirige a Middagstal."
—Pues interceptadlos.
"Imposible. Si fletamos un barco de la manera legal tardaríamos demasiado tiempo, y usando otro método llamaríamos demasiado la atención. Pero no te preocupes. Lord Rudeus también va hacia allí. Él se encargará del nigromante."
—Un momento. ¿Hablas de Rudeus Adersin? ¿No era el que tenía que acompañar a los cazadores extranjeros…?
"En efecto. Parece ser que la aldea en la que estaban es la que ha sido atacada. Middagstal es su único destino posibl*
—... Basura. ¡ALF!
—A sus órdenes, señor.
—Quiero un carruaje en media hora para ir a Puerto Turquesa. Debemos estar allí a la noche. Asegúrate de que haya un barco esperándonos con la tripulación completa para partir a Middagstal antes de que amanezca. Soborna o mata a quien debas, pero cumple mis órdenes con exactitud.
—Así será, señor.
—Bien. Pienso evitar a toda costa que esos bastardos de la Balsa se queden mi propiedad. Me da igual si tengo que quemar su pueblucho hasta los cimientos.
***
Aquel lugar era frío, sin duda. Eso no era un problema. Estaba acostumbrado al frío, a estas alturas. Lo que de verdad le irritaba era la humedad. Se le metía por la túnica no importaba lo que hiciera, y le hacía sentir mojados hasta los huesos. La humedad era un asco.
También le molestaba el ruido. Cuando se le ocurrió la idea de viajar así, pensó que podría meditar por el camino, o algo parecido. Pero los continuos crujidos de la madera, los correteos de los ratones y los gritos de la gente que tripulaba la nave le impedían concentrarse en nada con intensidad.
La postura tampoco era lo ideal. Estar de brazos cruzados durante horas… estaba seguro de que se le habían atrofiado. Le dolían las piernas de estar tanto tiempo de pie, pero no era como si pudiera doblar las rodillas; los draugr habían hecho su trabajo muy bien. Demasiado bien. Ya podían haber hecho más de un agujero en la maldita tapa.
Sinceramente, la idea le había parecido mucho mejor cuando era solo eso, una idea. Había imaginado que tumbarían la caja, para empezar. Pero esos bastardos de ahí arriba estaban tan ocupados remando y deprimiendose que a ninguno se le había ocurrido ordenar la puñetera bodega.
Además del frío, sólo había una cosa que no lo molestaba. De hecho, era lo único que le permitía soportar el trayecto sin quejarse.
Lo cierto era… que Zor Hayrean realmente era alguien que disfrutaba la soledad.
El grito del vigía llegó hasta las profundidades de la bodega del Gavial, hasta el frío y solitario ataúd de madera con un pequeño agujero en la tapa por el que asomaba un ojo azul eléctrico.
Un ojo que rezumaba expectación ante lo que estaba por llegar.