—Rudeus... ¿Qué has hecho?
Bill observó, con una confusa mezcla de rabia y lástima como el poderoso mentalista se acurrucaba sobre sí mismo, murmurando cosas sin sentido.
«Ups, parece que finalmente llegó a su límite. Sinceramente, me sorprende que haya aguantado tanto. Supongo que este humano tenía una chispa, después de todo»
Los ojos del cazador volvieron a enfocarse en la gaviota. Era aquella voz otra vez. En todo el mundo, solo existía una voz que sonara como dos piedras de obsidiana al frotarse, como el hierro negro entrechocándose en una forja siniestra, ecos de una época de terror y torturas olvidada por los mortales. El arquero ya la había escuchado hace un tiempo, en la cueva oculta bajo la arena, a la sombra de una ciudad donde se vertió mucha y buena sangre.
Los recuerdos del Desierto Eterno comenzaron a asediar su mente de nuevo.
—Mørksot. Solo tú subestimarías a un humano de esa manera. Ya te echaba de menos, bastardo.
«Sí, eso me parecía. En algo tienes razón; suelo subestimarlos, a ellos y a vosotros, medio-hombre. Y la última vez que lo hice, perdí a mi mascota favorita. No volveré a cometer ese error. Esta vez… reuní fuerzas mejores»
—¿Fuerzas… mejores? ¿Cómo*?
Las fuertes convulsiones y gemidos de Rudeus interrumpieron a Bill. El mentalista vomitaba en el suelo, con la cara completamente pálida, sangrando de la nariz, las orejas y los ojos.
«Definitivamente, ha alcanzado su límite. Controlar al Leviatán no es una cosa fácil, después de todo. Bueno, es hora de que abandone el escenario una temporada. No se puede decir que haya sido un éxito precisamente… Pero si tú y la otra basura desapareceis del mapa, me puedo dar por satisfecho. Hasta nunca, cazador»
La gaviota abrió sus enormes alas y alzó el vuelo, esquivando con soltura la flecha del cazador y huyendo rápidamente por el hueco de las escaleras. El arquero se disponía a perseguirla, pero un angustioso gemido del anciano, mucho más estridente y antinatural que los anteriores le hizo darse la vuelta.
Una magia extraña comenzaba a revelarse en el cuerpo del mentalista, que se llenaba de asquerosas pústulas de gran tamaño. Rápidamente, la masa de Rudeus aumentó al doble y luego al triple de su tamaño normal, deformando su cuerpo y rompiendo sus huesos con macabros chasquidos por culpa del peso extra. Un desagradable olor a azufre se extendió por toda la habitación.
—Mierda. Si no lo detengo, va a explotar; y si consigue romper el pilar, se hundirá la ciudad entera.
"Eso si no la hunde el Leviatán primero" reflexionó, sombrío, mientras ponía otra flecha en el arco y apuntaba a la cabeza del anciano.
Su cabeza es sacudida salvajemente por grandes punzadas de dolor, haciéndole gritar. Ve un mar embravecido, un puerto en ruinas, un barco a la deriva. Alguien salta desde la cofa del vigía a las profundidades; un pájaro de garras amarillas y pico carmesí que vuela envuelto en llamas, descendiendo en picado sobre las monstruosas mandíbulas que surgen del océano ansiando devorarlo…
—¿Ese era... Raven?
Confundido y aún mareado, Bill miró a su alrededor. El suelo en un círculo de diez pies con él como centro había sido carbonizado, igual que el arco y la flecha que sostenía. Peor aún, Rudeus se había vuelto exageradamente grande, mucho más que aquel troll que encontraron en un puente. Parecía haber pasado tanto tiempo desde aquello…
El cazador miró las cenizas del suelo, decepcionado. Ya no tenía flechas, y con la pierna en aquel estado era imposible que saltara hasta el cuello del mentalista para rematarlo con su espada. Solo quedaba esperar y…
Vacilante, se llevó la mano al carcaj. La pluma de grifo seguía allí, completamente gélida al tacto. Había una forma de salir de esta. Si encontraba el valor.
Frenéticamente, rebuscó entre las cenizas hasta encontrar el cuchillo de Rudeus. Comenzó a grabar unas runas en la piedra todo lo rápido que fue capaz. Quedaba poco tiempo. Los alaridos del anciano eran cada vez más altos, cada vez más desgarradores. Estaba a punto de sobrepasar el límite.
—"Oh, Catástrofe Siniestra, Fatalidad del Hombre, Gran Mal de la Humanidad, atiende mi llamado. Si obedeces al Mundo y respetas las Runas, cumple con el pacto. Las Reglas son tu atadura, y mi voluntad el látigo. Responde a mí súplica y acepta esta ofrenda en tu reino. ¡Manifiéstate; Reina de los Gritos!"
Un viento huracanado invadió la estancia. Las risas macabras que retumbaron por la montaña aquella vez se adueñaron de la sala, sobreponiéndose a los espantosos chillidos de Rudeus. El olor a azufre comenzó a disminuir, poco a poco, cada vez más rápido. Entonces, al mentalista le brillaron los ojos.
Y explotó.
***
(Momentos antes de la explosión)
Primero, usó una piedra mágica para curarla la herida. O más bien, para frenar el sangrado.
Después, la dió una paliza.
Lydia volvió a salir de la semiinconsciencia en la que había vuelto a entrar tras recibir un golpe particularmente feo en la cabeza. Parpadeó lentamente. Estaba siendo arrastrada por el suelo. Los ruidos del mar y los temblores eran más fuertes, así que supuso que estaban fuera del palacio. Tenía los ojos demasiado hinchados como para ver nada realmente, así que suponer era lo único que podía hacer ahora.
No es como si suponer fuera a servir de algo, de todas formas.
—Alf, tírala ahí.
El mundo se sintió ingrávido durante un momento, y luego volvió a caer a tierra, golpeándose dolorosamente la espalda. Gimió débilmente y se arrastró sobre aquella superficie astillosa.