Cazadores del crepúsculo: Leviatán

Capítulo XXIX - El fin...

"El abrazo del océano es más nostálgico que el del más agridulce de los amores."

La primera vez que Bill le leyó la frase, mezclada entre otros muchos párrafos de un enorme libro, ni siquiera estaba prestando atención; lanzaba cuchillos contra una diana, practicando una y otra vez el mismo movimiento. Decía que lo ayudaba a centrarse, pero su amigo sabía que era mentira; solo lo ayudaba a no pensar.

No habían ido al Desierto, entonces. Pero en aquel momento ya conocía al demonio que estaban "destinados" a enfrentar.

"El abrazo del océano…"

Nunca había visto el océano. Sabía que era una gigantesca masa de agua en la que moraban monstruos capaces de hundir barcos con un movimiento de su cola. Sabía que ese agua no se podía beber, porque te daba aún más sed y te acababa volviendo loco. Sabía que el continuo movimiento de esa masa de agua producía un sonido curioso, como la lenta y pausada respiración de un gigante que hibernaba desde tiempos inmemoriales.

Pero nunca había visto el océano. Igual que nunca había visto el amor. No podía evitar que el escuchar dos cosas que jamás había experimentado en la misma frase le llamara la atención. Era humano.

«No, humano no. Humano no serás nunca»

...

Amor. Océano. Tonterías. Ninguna de las dos le servía para clavar el cuchillo en la diana. Echa el brazo hacia atrás, un movimiento brusco, fluido, el filo sostenido por la punta de los dedos y un momento más tarde solo por el viento; y vuela…

"Nostalgia…"

¿Echaba de menos su casa? Tal vez. No conservaba muchos recuerdos del hogar, tampoco. Casas de adobe. Una empaladiza, alta madera afilada en estacas. Niños harapientos corriendo descalzos. El fuerte abrazo de su padre, como si fuera a asfixiarlo. La sopa caliente de su madre, que conseguía que el más duro trozo de pan se ablandara.

Unos siseos en la oscuridad. El sonido de cientos de patas arañando la empaladiza, gritos de miedo de los centinelas, gritos de gozo de las criaturas, risas de… ¿Risas…?

Solo silencio tras eso. Otra aldea lo encontró, a millas del desastre. Le dijeron que su aldea se había incendiado por completo, que él era el único superviviente. No hicieron preguntas. Él tampoco buscó respuestas. Y la vida volvió a ser una rutina…

"Amor…"

Que… palabra más imprecisa. Realmente, no sabía que significaba. El aprecio a un amigo, ¿Era amor? ¿Y a un hijo? ¿A un hermano? ¿Había distintos tipos de… "amor"? Cuando era un niño, nadie se lo había explicado. Decían que lo entendería cuando fuera mayor. Se hizo mayor. Y siguió sin entenderlo.

Oh, ¿De veras? El amor toma muchas formas. Para algunos, es algo terriblemente complejo. Para otros, puede resumirse en una sonrisa sincera… y en el fugaz destello de unos ojos verdes

...

"Cuando estaba en el Collegium me explicaron que las estrellas eran enormes piedras luminosas flotando sobre nosotros. Me enseñaron su composición, a orientarme con ellas, e incluso toqué el fragmento de una que había caído hace una eternidad sobre la tierra. Pero jamás me enseñaron los nombres de las constelaciones."

La Emperatriz espera en el norte…

Entre los restos de un barco naufragado y el cadáver de un monstruo milenario, a cien pies de profundidad, los ojos de Raven se abrieron con fuerza.

***

—¿Raven?

Lydia salió de la inconsciencia, con un fuerte dolor de cabeza. Una terrible sensación de alarma la impulsaba. Había algo, algo que acababa de ocurrir, que le congelaba la sangre en las venas…

Enfocándo el puerto con la mirada, parpadea repetidas veces. La brisa marina le remueve los mechones del flequillo al son de alguna extraña melodía. En algún lugar, retumba una explosión y el sonido de casas quebrándose como cristal roto llena el aire. Huele a madera mojada. Y a sangre.

Los recuerdos van acudiendo a ella, poco a poco al principio, en tropel a los pocos instantes. Un derrumbe, una herida, caminar desesperada buscando algo, alguien, su hermano, golpes, golpes, patadas, horror tortura miedo…

"Ahora no. Luego. Adminístralo luego. Lameté las heridas luego."

Ser arrastrada por el suelo, las astillas hundiéndose lentamente en la carne, el mundo dando vueltas, el sonido de las gaviotas, embarcadero, hermano, golpe, patada… sangre… asesino. Cadáver.

"No mires. No lo mires ahora, Lydia. Si lo miras, no podrás soportarlo. Si lo miras, ya no…"

Una alabarda roja, hundiéndose solemnemente en el turbio y grisáceo mar.

Finalmente, la hechicera se levanta, con las manos rebosando de energía y el corazón latiendo fuertemente, con urgencia. Ha tenido que pasar poco tiempo. Y él no es humano. Probablemente, él aún…

Canaliza toda esa crepitante energía a su organismo. Su ritmo cardíaco se eleva, chispazos de electricidad recorren su cuerpo como metal golpeado por el rayo. Su percepción de la realidad se expande hasta distancias inabarcables, y al instante se reduce a una micro área en torno a su ojo derecho. Nota la vida agitándose a su alrededor, el mundo cambiando a cada momento, con matices más sutiles que un pequeño punto negro pintado en la esquina de un lienzo vacío.

Acota el área de búsqueda a los impulsos electromagnéticos. En el Collegium le enseñaron que los cerebros, cuando piensan, emiten esas pequeñas descargas en cantidades que no somos capaces de comprender. Todos los seres vivos lo hacen, desde el más pequeño animal al más inteligente de los humanos. Y también los que no son humanos.

Una señal, débil pero persistente, llama su atención a noventa y nueve pies de profundidad.

Normalmente, el solo hecho de saber que lucha por su vida y que cada latido que da su atosigado corazón podría ser el último bastaría para hacer su magia demasiado inestable como para controlarla siquiera un poco.

Normalmente.




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