Los agobiantes minutos daban paso al tiempo y un perturbador silencio profanaba la casa.
—Maldita sea… —las manos le temblaron— ¿Qué es lo que hice?
El rostro de Erick se hacía presente en tiempo real. El sudor escurría por los costados de su rostro; en sus labios había un brillo de saliva y un poco de sangre, se había mordido la piel intentando recuperar su calma. El hombre era listo, pudo sentir su cabeza gritar y colapsar en un agitado mar de pensamientos, aquí terminaba su cordura y daba inicio el inexplicable mundo irracional de sus demonios.
Sus manos seguían sosteniendo una pesada lámpara de mesa, de la cual escurrían pequeñas gotas de sangre que ensuciaban el suelo y parte de sus dedos. Una de sus manos, la que se encontraba libre del líquido rojo pestilente, intentaba contener las gotas de agua que desembocaban por su cuello y humedecían su playera. Se quedó unos instantes contemplando el cuerpo de su novia que yacía bocabajo en el suelo, la boca de la joven estaba entreabierta y dejaba escapar un hilo de saliva y sangre, tenía una abertura no tan profunda en el lado derecho de la cabeza, moretones en la cara y algunos que apenas comenzaban a formarse en sus brazos.
—¿Sara? Sara, Sara despierta —trató de llamarla, de orientar sus emociones y pensamientos hasta volverlos coherentes, o tal vez eso había creído, el punto fue que nada de esto le funcionó. De la nada, sintió algo pesado que cargaba una de sus manos, la lámpara seguía ahí, y la sangre en ella delataba su acto.
—«Las gotas de sangre no son fáciles de lavar» —susurró una voz en su oído, pero lo más gracioso es que no se podía relacionar con nadie. No había nadie en la habitación que le pudiera haber hablado.
Erick no era psicótico, a decir verdad el muchacho gozaba de una muy buena salud, era una persona aparentemente normal, o al menos hasta ese día lo fue.
Con la punta de su playera y tratando de controlar sus manos, limpió los restos de sangre de la lámpara para después guardarla en la bolsa trasera de su pantalón. Dio un par de vueltas alrededor del cuerpo aún con vida de Elizabeth, pensando en posibles soluciones para salir indemne de ese caos, ¡pero vamos! lo ha hecho, la ha golpeado y no importaba cuanto le pidiera disculpas e intentara cambiar la historia, Sara no dejaría de señalarlo como un agresor que casi termina con su vida. El hombre caminó a la cocina, humedeció varios trapos y con ellos limpió el resto de sangre que comenzaba a pegarse sobre el azulejo.
—Limpia todo, limpia todo —se repitió a medio susurro mientras frotaba con semejante fuerza el piso.
Los músculos de su brazo se le remarcaron, las venas casi saltaban y el sudor que no dejó de escurrirle en la frente. Finalmente se incorporó, con su muñeca se limpió el sudor y pudo darse cuenta cómo la mayor parte de sus manos estaban cubiertas por una delgada capa de sangre.
—A la mierda —maldijo y terminó guardando los trapos sucios una vez más dentro de su pantalón.
El momento de la verdad había llegado, metió sus manos por debajo del cuerpo de su novia; una mano debajo de su pecho y la otra sobre sus rodillas. Con una fuerza nervuda pudo levantarla y acomodarla hacia él mientras el cabello rubio le colgaba.
—Tragas como cerda, Sara —gruñó al sentir su peso.
El tiempo lo tenía contado, aquel lugar no era igual a su casa, la calle de la residencia Allen era demasiado transitada, tanto que en cualquier momento alguna persona o auto pasaría cerca y Howard correría el riesgo de ser descubierto. Al salir al arco de la puerta, el hombre espió que nadie lo pudiera descubrir, estaba seguro que si algún entrometido se le acercaba, muy seguramente vería el hilo de sangre que bajaba por la nariz de la mujer, éste se asustaría y llamaría a la policía; y Erick no tenía intenciones de sentir la rodilla de Elaine en sus genitales.
Su auto negro brillaba en un rincón del jardín, justo en el mismo lugar en el que lo había dejado. Tampoco era tan estúpido, precedió cerrar la puerta con su rodilla, limpiar la perilla y evitar marcarla con sus huellas. Falta poco, pensaba y finalmente pudo respirar cuando el coche encendió las luces y el seguro se desactivó. En los asientos traseros la guardaría, abrió la puerta y acostó el cuerpo, pero el idiota no se dio cuenta que los pies de la joven quedaron colgando, entonces, al intentar cerrarla, el golpe fue tal que él mismo sintió el dolor.
—Maldita sea, Sara —la tomó del cabello y de la cintura arrojándola unos centímetros más hacia dentro. La sangre de su cabeza ensució parte del asiento, pero a él ya no le importaba, solo quería salir de ahí sin dejar vestigios de que alguna vez estuvo dentro.
Ese sería el último momento que aquel lugar la volvería a ver, que Amalia escuchara su voz, que Roxana sintiera su cariño y que Hardy recibiera una caricia de su dueña.
En el espejo retrovisor se pintó una mirada fría, carente de sentimientos y vergüenza, esos mismos ojos que a partir de hoy no tendrían tranquilidad. Howard dio una que otra bocanada de aire, el coche brincaba y se agitaba entre las piedras y baches que debía cruzar para llegar a su casa. La casa Howard era especial, esta se alojaba a las afueras de Crowder, era una pequeña parte de civilización que marcaba el comienzo del bosque y de los enormes pinos, la distancia sin duda la mantenía muy separada de la casa Allen y del resto del pueblo.
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Editado: 07.05.2024