Celda De Diamante

Cap. 2. Miedo (Parte 2)

El muchacho bajó, abrió la puerta —todavía sin camisa, con un collar negro colgándole del cuello y la botella de bebida en la mano— se encontró con los agentes.

—Buenas noches, ¿a qué debo esta inusual visita? —en todo momento la miró a ella.

—Buenas noches Howard —Rodrigo se adelantó—. Acabamos de recibir una llamada sobre una posible desaparición.

—¿Sobre?

—Es Sara —Elaine dio un paso al frente—. Las Allen no saben nada de ella desde esta mañana y al parecer tú fuiste el último en verla.

—¿Sara? —Erick le mostró la botella—, ¿te parece que tengo intenciones de saber algo de Sara? Terminó conmigo, me mandó al carajo y sin darme ninguna explicación, o tal vez eso fue lo que le aconsejaron Iker y tú.

—Howard —Rodrigo tomó el mando—, no te estamos culpando de nada, solo queremos saber si tú sabes algo o sabes en dónde podría estar. Su madre y su hermana están muy preocupadas.

—Y yo también —dijo Elaine.

—No sé en dónde está, no sé nada de ella y no quiero saberlo. Le di mis mejores años a esa mujer, y miren cómo me pagó, botándome como una completa basura. Yo sé que debería estar preocupado, pero así como estoy de ebrio, Sara muy seguramente estará igual.

—Si llegas a saber algo de ella o si te viene a buscar, por favor llámanos. Erick, cuando se te baje la ebriedad, me gustaría que fueras a la comisaría para hacerte algunas preguntas. Qué pases buena noche.

—Claro que la voy a pasar —pensó.

Esperó paciente hasta que los dos oficiales abandonaran sus terrenos. La música llegaba hasta la cocina, y ahí, en plena madrugada, Erick aprovechó para prepararse algunos sándwiches y un licuado de fresa. El malnacido encendió la licuadora, despreocupado se sentó en una de las sillas altas de la barra y luego los comió mientras Elizabeth se encontraba amordazada a su cama. Al terminar, regresó con ella.

La muchacha no se había dormido, el cuerpo le apestaba, tenía el cabello lleno de saliva y de otro tipo de fluidos, y aunque la cinta industrial le estuviera cubriendo la boca, no logró evitar que sus gemidos de dolor traspasaran el silencio. Erick cogió un pañuelo desechable de su mesa, le limpió la nariz y los ojos, pero ya no quedaban restos de maquillaje, ahora éste se hallaba batido entre las almohadas blancas. El hombre volvió a tenderse sobre ella y se volvió a desnudar, pronto su sudor y el de la mujer se juntarían volviéndose uno solo. Desde su postura, Sara tomó valor para mirarlo, una parte de sí misma buscaba las sobras de ese antiguo amor, buscó al hombre de quien se había enamorado, el hombre que le compraba flores, que la acariciaba y le decía quererla, lamentablemente se llevó la espantosa sorpresa de entender que, aquel hombre que siempre idealizó, fue un hombre creado por ella misma, que había amoldado a sus gustos y deseos, más no el que era realmente. Ese grandísimo infeliz que ahora la violaba y sodomizaba, era el hombre verdadero, el animal que siempre estuvo dentro de él, y que ahora, al no detenerlo nada, pudo salir liberándose de cualquier tipo de condena.

Entonces la vomitó. Le vomitó encima el licuado y los trozos de jamón y pan que habían sido su cena.

—Mierda —con el dorso de su mano se limpió la boca.

Ella se removió, intentó quitarse del rostro los restos de comida, pero no importó cuanto persistiera, aquello no podría limpiarse. Erick no iba a dejarla así, la tomó por el cuello y una vez más la envistió.

Es normal que en piel blanca aparezcan casi de inmediato los hematomas de una agresión, pero para ese momento, el cuerpo de Sara estaba lleno de ellos. Había cortes en sus brazos y piernas, en los muslos la carne comenzaba a abrirse, esto por el constante peso de las rodillas de Erick en ellos. La desafortunada muchacha tuvo suerte de que Howard no era muy dado a los látigos, o al menos no se le habían ocurrido.

Se irguió una vez más sobre ella y le arrancó de otro golpe la cinta de aislar. El fantasma que no se escondía debajo de su cama la había tomado de su rehén, de su juguete sexual y la mejor forma de estimularse. Finalmente, llegando al clímax de su orgasmo, se dejó caer sobre Sara, le llenó de ósculos el cuello, le chupó el sudor y le mordió la lengua en un beso que se contagiaría de su sangre.

—¡Ya basta! ¡Me estás lastimando!

Pero tras esbozar una sonrisa, el hombre se dejó caer a su lado.

—Y pensar que he desperdiciado tanto tiempo en aparentar ser el hombre bueno y decoroso.

—Eres un maldito hijo de perra.

—Puedes decir lo que quieras —se recostó de lado y con la yema de sus dedos contorneó su cintura.

—«Dile que es hermosa. Díselo» —nuevamente la voz del viento lo dejó perplejo.

—Sara —obedeció—. Eres hermosa.

—Erick… —con sus últimos alientos trató de no rendirse y amenazarlo—, en cuanto alguien sepa de esto…

—¿Tienes sueño?

—Te van a destrozar.

—Duerme un poco. Cierra los ojos y sueña, sueña Sara.

No aguantó más, el cansancio y el sueño la vencieron, y quedó dormitando sobre las almohadas todavía llenas de suciedad. Y es ahí porqué tus osos de peluche luchan contra los demonios que se esconden debajo de tu cama; ellos te protegen de las almas malditas queriendo escapar. Erick también se durmió poco después, la música siguió sonando durante toda la noche, apagó la luz y todavía con el miembro viril de fuera, se cambió de habitación.




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