Celda De Diamante

Cap. 2. Miedo (Parte 3)

Eran exactamente las once y media de la mañana de un domingo diecisiete de septiembre, cuando el grito de algunos extraños pájaros de los árboles y el cielo, hicieron que Sara entreabriese los ojos. La escasa luz le pegó en las pestañas y cubrió parte de la habitación, todo permanecía en silencio, Erick había apagado la música y a cambio le había dejado un trozo considerable de cinta puesto en la boca. El dolor a cada movimiento, a cada respirar, e incluso, el poder pensar era agobiante, Sara estaba mareada, tenía náuseas y la pestilencia de las almohadas y las sábanas no le ayudaba mucho.

—Dios mío, ¿qué está pasando? ¿¡Qué está pasando!? —pensó ya que no podía hablar.

La chica comenzó a moverse, se retorció en la cama y dio pequeños saltos con la esperanza de que la cinta se rompiera y ella pudiera huir. Estaba totalmente desnuda, amordazada y presa de un silencio hórrido. Repentinamente, la puerta corrió en el suelo y la fibrosa sombra de Erick se alumbró en la recámara.

—Vaya sorpresa —éste le sonrió—, has despertado. ¿Cómo amaneciste, amor de mi vida?

Sin embargo, ella no respondió. Ya le tenía miedo y solo la impotencia y el rencor pudieron apoderarse de sus ojos. Erick había entrado con una bolsa de papel en una de sus manos, y en la otra sostenía un vaso de vidrio con jugo de naranja. Sara se quedó quieta, intentó no respirar mientras él se le acercaba con intención de acariciarla.

—Shh, shh, shh. ¿Por qué lloras? No te estoy haciendo nada malo, o al menos en este momento. Eres una muñeca, Sara, siempre lo has sido y por ende no debes llorar.

Esta vez fue diferente, Erick se tomó su tiempo para retirarle la cinta de los labios, fue cuidadoso y sutil, quizá porque sus niveles de excitación estaban inactivos.

—Vamos Sara, bébete este vaso de jugo.

—No, no lo quiero.

—¿Recuerdas lo que hablamos anoche? Tienes que obedecerme. Bébetelo.

—¡No lo quiero!

—¡Que te lo tomes!

—¡Que no lo quiero! ¡No lo quiero, Erick entiende!

—¡Maldita sea Elizabeth! —y entonces le estrelló el vidrio contra la cara, quemándole así todas las heridas de ella.

—¡Eres un imbécil! ¡Maldito, maldito! ¡Ahhh! ¡Dios mío, Erick por favor libérame! ¡Ya no quiero estar aquí! ¡Mi madre me ha de estar buscando!

—¡Eli, YA CÁLLATE! No quiero hacerte esto, pero si sigues gritando…

—¿¡Qué me vas a hacer!? ¿¡Matarme!? Hazlo, ¡adelante, hazlo y termina con esto!

Aquello provocó que Howard perdiera la cordura. Tomó el frasco que Pono le había dado y vertió casi la mitad en un pañuelo gris.

—¿Qué estás haciendo? ¿Qué es eso? ¡Erick, no! ¡No lo hagas!

—¡Deja de moverte! —se montó una vez más sobre ella, la golpeó y de un desmedido bofetón le arrancó las ganas de pelear. Aquel golpe le sangró la nariz y volvió a abrirle el labio, dejándole el campo libre para atacarla con el triclorometano del pañuelo. Hizo presión unos cuantos segundos y casi de inmediato sintió cómo ella se desmayaba en sus brazos.

—Solo así estás quieta —sus ojos azules contemplaron su dormir. Era increíble la antipatía que podía sentir ahora por ella.

Sara permanecería dormida durante algunas largas horas, mientras tanto, Erick se dio la tarea de vestirla. No había nada que pudiera excitarlo, así que todo permanecería en calma, desafortunadamente, para él, su descuido lo llevaría a no colocarle el suéter de satín morado. Éste se quedaría colgado en la cabecera de la cama en un oscuro y olvidado recuerdo.

El hombre se acercó a la ventana, echó un vistazo hacia los árboles y pensó en las palabras de Pono: “Tú sabes en dónde encontrarlo”. Arrowhead Area era un bosque enorme, demasiado grande que bien podría duplicar el tamaño de Crowder, sin embargo, adentrarse en él, o intentar recorrerlo podría traer consecuencias negativas.

Se acercó a Sara para despedirse de ella y silenciar sus futuros gritos con un trozo de cinta nuevo, después, salió de la casa. Estaba dispuesto a entrar en Arrowhead Area con la idea de encontrar a un viejo y muy querido amigo suyo.

No importaba que fuera de mañana o tarde, la bruma de los árboles siempre hacía parecer el cielo nublado y listo para llover. En la grisácea carretera solamente se percibió una cortina de tierra y de hojas levantarse al pasar las llantas de un coche oscuro; las ramas se movieron con violencia, los pájaros volaron y una sombra se desvaneció indicando que las ráfagas de viento delataban su velocidad. Sólo podía existir un lugar que Howard conociera bien. Pono lo había insinuado, y Erick solo sabía de un lugar en el que él pudiese haber llegado a instalarse, al menos hasta que consiguiera una propiedad decente para vivir, si es que se iba a quedar.

El coche aparcó frente a una casa en algún lugar del extenso Arrowhead Area, aunque más que casa, esta parecía ser una cabaña.

Cuando el muchacho llegó hasta la puerta, se quedó congelado, una de las luces estaba encendida, por la chimenea salía humo y un auto azul se hallaba estacionado muy cerca de allí. Erick miró la puerta, acarició la madera y finalmente llamó a ella. ¿Podría ser posible que al propietario de aquel lugar le diera gusto verlo después de tantos años?




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