Celda De Diamante

Cap. 3. Los cuatro amigos se juntan (parte 1)

La lluvia se había transformado en granizo. Cuando las patrullas caían dentro de los baches llenos de agua, estos la podían salpicar a una altura impresionante; las personas comenzaron a alejarse, regresaban a sus casas y solo les restaba esperar hasta que el diluvio terminara; los campos de maíz se regaron, inquietantes se quedaron en silencio sin una sola luz que pudiera alumbrarlos, solo ellos y los horribles espantapájaros que únicamente servían de soporte para los cuervos. Elaine regresaba a la oficina quitándose el impermeable que la cubría, el lugar estaba en silencio, y si acaso había algo de ruido, eran los teléfonos sonando y las secretarias que atendían las llamadas.

—Te traje esto —su padre entró detrás de ella y dejó sobre su escritorio una taza de café y un plato de comida rápida.

—Gracias.

Antes de marcharse, Rodrigo la observó un par de segundos, la joven mujer de cabello recogido y húmedo seguía manteniendo su entera atención en la computadora. Arriba, en el mapa de la pared se hallaban marcados ciertos puntos en distintos condados y pueblos cercanos a Crowder; la búsqueda se ampliaba cada vez más.

—Elaine…

—No insistas papá.

—Es tu salud, hija.

—No pienso detener este trabajo —lo miró—. ¿Te has puesto a pensar en qué pasaría si se tratara de mí?

—Elaine…

—¿Acaso ya olvidaste a…?

—No te pido que lo detengas —caminó a la salida y se detuvo en la puerta—, solo te pido que te des tiempo.

Cinco días después.

 

Sábado 23 • 09 • 2006.

Las horas y los minutos agredían cada amanecer nuevo, los árboles iban quedándose sin hojas, algunas formaban ondas cuando aterrizaban en un charco o un contenedor de agua, indecorosos exponían su desnudez anunciando los cercanos principios del otoño. Celebraciones e interminables días de felicidad fueron y vinieron, pero no para las Allen. La situación de ellas era totalmente diferente, sin embargo, por más que hubiera pronósticos devastadores y pocas esperanzas, ellas seguían creyendo que uno de esos días, su amada Sara regresaría a casa. Todo coraje contra ella se había desvanecido, y ahora sólo quedaba en sus rostros un escaso vestigio de alegría al imaginar mirarla, recostada en una camilla, con una sonrisa y un: He vuelto, mamá.

—¿Aún nada? —la misma pregunta en el mismo rostro de tristeza cuando Amalia cuestionaba a Elaine.

Aquella mujer que alguna vez rebozó de felicidad y dicha, ahora se estaba muriendo en vida. La señora estaba escuálida, con ojeras enormes bajo sus ojos y un envejecimiento que no debía tener.

—Perdóname Amalia, pero todavía no puedo darte noticias de ella.

La mujer se aguantó el llanto.

—Ya no la vas a encontrar, ¿verdad?

—No digas eso… Por favor no lo vuelvas a decir.

1

Edison había bajado al centro del pueblo en busca de alimento y recursos para su alacena. Desde que su esposa había muerto, y su hijo fuera asesinado, el hombre se había transformado en un ermitaño que no deseaba pasar tanto tiempo dentro de la sociedad, y por cosas como esas, da un enorme gusto saber que todavía existe gente que no le teme a la soledad. ¿De qué le habían servido esos días enteros en medio de pandillas? ¿De qué le habían servido esas noches de alboroto, amenazas y torturas? ¿De qué, ahora que estaba solo?

—Lizzy —susurró mientras recargaba la palma de su mano sobre el vidrio de una de las tiendas. En él se hallaba pegado el volante con la fotografía de Sara y los números telefónicos de la policía—. Lo lamento Aldo, tampoco pude protegerla.

Entonces comenzó a llorar.

2

Erick, el bastardo de Erick se encontraba acompañando a las Allen en su dolor. Ese día Rubén había viajado a Texas en busca de unos documentos importantes de su nuevo trabajo, y por ende, Erick se lo había dedicado completamente a las Allen para darles un falso consuelo; pero que bajo esa sábana de sentimientos negativos, nadie sería capaz de notarlo.

—Rox, no me gusta verte triste.

—Ay Erick, ¿de qué otra forma puedo estar? No sabes cuánto deseo tener a mi hermana de vuelta, abrazarla y decirle cuanto la amo.

—Lo entiendo, hasta cierto punto lo entiendo. Si yo tuviera a Sara conmigo, la abrazaría tan fuerte que nadie malo se atrevería a hacerle daño.

—Eres tan bueno, y te agradecemos que nos acompañes en estos momentos tan difíciles.

—¿Sabes lo que pienso cuando te veo, Rox?

—¿En qué? —las mejillas de la mujer se ruborizaron.

—En la fuerza de Sara. No lo sé, pero te veo, y veo en ti a tu hermana; esa misma belleza, esos ojos, mismos labios y unas ganas infinitas de pelear. Recuerda a Sara en sus mejores momentos.

—No quisiera hacer eso, Erick. El recordarla me produce daño.

—Hazlo, piensa en ella, piensa en su sonrisa, en sus logros y en cómo ella te abrazaba siempre que algo malo te pasó. ¿Qué estabas haciendo cuando…, cuando Sara desapareció?




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