Celda De Diamante

Cap. 3. Los cuatro amigos se juntan (parte 2)

El dolor de cabeza lo estaba matando, pero cabe mencionar que no era causado por la culpa del alcohol, las drogas o el cigarro. Erick no fumaba, detestaba las drogas y su manera de beber la sabía controlar, todo esto le acarreaba recuerdos repulsivos, recuerdos que no estaba dispuesto a rememorar tan fácilmente. Ahora solo le quedaba la nítida imagen de él despertando con una desconocida a su lado. Luego de tomar un alka seltzer, cambiarse de ropa y practicar su angustiado y triste semblante embaucador, el mayor de los Howard manejó hasta la casa de las Allen.

Llamó a la puerta y unos segundos después Roxana lo atendió.

—Hola Erick —la mujer no se esforzó en sonreír.

—Pasaba por aquí cerca y quise saber, bueno, sonará demasiado estúpido, pero, quería saber cómo siguen. Me hubiese gustado ir a la jefatura y preguntarle directamente a Elaine, pero como todo mundo sabe, ella me detesta.

—Te agradecemos tu preocupación. Entra por favor.

Howard llevaba las manos dentro de la chamarra de mezclilla, confiado se dispuso a seguir el paso de la mujer, no obstante, éste no demoró mucho caminando cuando sorpresivamente Hardy se le lanzó encima con el fin de atacarlo.

El hombre tuvo el arrebato de retroceder pero el Pastor Belga seguía en su intento de morderlo.

—¡Basta! ¡Hardy, aléjate de él! —Roxana alcanzó a sujetarlo del collar, trataba de controlarlo pero las fuerzas del perro eran infernales— ¡Hardy! ¡Tranquilo, solo es Erick! ¡Hardy ya basta!

—¡Quieto, Hardy! —alertado por los gritos de Roxana y los ladridos del perro, Iker entró, sostuvo al incontenible animal y logró cargarlo en brazos para que Howard pudiera salir de la casa.

—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando? —Amalia bajó las escaleras.

—No pasa nada, mamá, vuelve a tu habitación —su hija le mintió.

—Escuché la voz de Erick, ¿él estuvo aquí?

—Está allá afuera.

—¿Pero qué pasó? ¿Por qué se fue?

—No lo sé. De la nada, el perro lo atacó.

—¿Lo mordió?

—No. Iker llegó a tiempo y pudo ayudarme a controlarlo.

La mujer salió detrás de él, lo buscó como si fuese la última botella de agua en el desierto, y cuando al fin consiguió encontrarlo, corrió hasta él.

—Erick —lo llamó y sin pedir permiso alguno, se tomó el atrevimiento de abrazarlo.

—¿Cómo estás, Amalia? Vine para saber si había noticias de ella.

—Esto es horrible, Erick, los policías no saben qué decirme, no la encuentran y yo, yo ya no aguanto, me quiero morir.

—Eres una mujer fuerte, tienes que resistir.

Ni siquiera había terminado la frase cuando Iker y una Roxana totalmente apenada, salieron a su encuentro. Los ojos de Iker se clavaron sobre él, lo miraron con una espantosa frialdad, no, más bien, lo miraron como siempre lo habían visto desde el primer momento que se enteró del amor de su mejor amiga.

—Erick, por favor no dejes de venir a verme. El verte, no sé, me mantiene vivo el recuerdo de mi pequeña.

—No te preocupes Amalia, te prometo que siempre que tenga tiempo, vendré a visitarte —después se marchó.

Roxana e Iker aprovecharon el momento para acercarse. En medio de un silencio y una consternada madre, su hija mayor le puso en evidencia un suceso que a más de uno lo dejaría con la boca abierta.

—Mamá.

—¿Qué sucede?

—Hardy intentó morderlo.

—¿Qué?

—El perro atacó a Erick en cuanto lo vio entrar.

—¿Por qué? Eso es…, es extraño. Hardy siempre sintió un enorme cariño cuando Erick venía a la casa.

—A mí no me sorprende nada —Iker agarró con fuerza la correa del animal—. El perro es de Sara, y si ni Elaine ni yo queremos a Howard, el perro ya comprendió que hay algo sumamente extraño en ese hombre.

9

Howard manejaba a alta velocidad, el hombre necesitaba una manera de apaciguar las cosas, ¿y cómo iba a conseguir eso? El cuerpo de Elizabeth le daría la respuesta. Había decidido dar vuelta en una de las intersecciones desoladas, su pensamiento comenzaba a traicionarlo y muy pronto el impulso del onanismo le ganaría la batalla, pero al percatarse de que estuviera solo, observó a un identificable sujeto que caminaba solitario por una de las banquetas. Erick gruñó, golpeó el volante unas dos veces y finalmente arrancó el auto hasta llegar al individuo.

—¿Qué haces aquí Rubén? —le preguntó mientras detenía el coche a su lado.

—Revisa tu celular. Te he llamado toda la mañana como loco y jamás me respondiste...

—Cállate y sube al coche antes de que alguien te vea.

»Ahora sí, dime qué sucede.

—Necesitamos hacer algo —se acomodó en el asiento—, el “regalo” que dejaste en mi casa comenzará a delatarnos. Tenemos que sacarlo de ahí.

—Hablas de…

—De Matthew. Y por otro lado, ya está todo listo, la bodega está acomodada.




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