Celda De Diamante

Cap. 3. Los cuatro amigos se juntan (parte 6)

Es a partir de las dos de la madrugada que las cosas se comenzaron a poner interesantes. Si bien existe algo que caracterice a la zona de Harlatory de otros lugares con entretenimiento para adultos, es que por muy tarde que sea, los negocios se encuentran abiertos; las personas no duermen, y si lo hacen, buscan algún momento durante el día. Una fuerte carcajada se encerró en el lugar; a pesar del alto volumen con el que sonaba la música, las risas de los cuatro hombres se escuchaban hasta las puertas de entrada. Varias personas de su alrededor comenzaron a quejarse, pero los guardias y meseros no hicieron nada para solucionarlo. La noche fue bella y desbordante de antiguas remembranzas, las charlas y bromas habían regresado igual que los buenos gestos de aquellos días de verano en los alrededores de Dallas. Todo parecía marchar bien, pero cuando el alcohol cegó por completo a Erick, una infinidad de bromas macabras salieron a la luz.

El sujeto tomó un considerable grupo de servilletas, y apoyado de sus dedos y un poco de bebida, le dio forma de una espeluznante figura humana, después comenzó a reírse de ella, la golpeó contra la mesa, la apuñaló con un palillo de madera y finalmente le arrancó la cabeza.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Steven, y fue ahí cuando Rubén tomó conciencia de lo que pasaba.

—Nada. Erick, ya fue suficiente, ya tomaste mucho y es hora de que regresemos a casa.

Pero Howard se soltó de su agarre.

—Déjame. Para qué quieres que me vaya si me la estoy pasando muy bien en este lugar.

—Porque ya estás muy borracho, vámonos.

—A mí no me engañas Rubén, quieres saber cómo está ella, ¿verdad?

—Cierra la boca y vámonos.

—¿Ella? ¿Quién es ella? —los ojos lobunos de Steven los miraron a ambos.

—Ella, ella —Erick sonreía, sin embargo aquellas crueles bromas solo eran el preludio de lo que verdaderamente ocurría—. Ella está marrada, ¡no puede salir de ese cuarto, entiende! La encadené como si fuera mi perra. Imagina que esta muñequita degollada es ella, ¿la ves? Ahora no la ves —entonces metió los trozos de servilleta dentro del vaso.

—Rubén —Byron comenzaba a intuir la perversa naturalidad de Erick—, ¿a qué se refiere con eso?

—¡Eso es! —golpeó la mesa— ¡Cómo no se me había ocurrido antes! Le voy a poner una cadena de perro y también una campana.

—¡Nada! Erick está desvariando. No es nada.

—Tú dices que no es nada, pero Sara no piensa lo mismo.

—¡Basta, Howard! ¡Ya cállate!

—¿Sara? —Steven y Byron se acercaron— ¿Acaso dijo Sara?

—No, no dijo Sara.

—Sí dijo Sara, ¡acaba de decir Sara!

—¡Dejen de pronunciar ese maldito nombre! —Erick gritó y comenzó a jalarse el cabello— ¡Estoy harto de escuchar siempre lo mismo! ¡Sara, Sara, Sara! ¡Poco me falta para matarla!

—¡Erick, cierra la boca o te la cerraré de un golpe!

—¡Demonios, Rubén! ¿¡En que se han metido!?

—¡En nada Steven! ¡Vámonos!

—¡Rubén, tranquilo, tranquilo!

—¡Suéltame, no me toques!

De pronto todo se volvió un caos, Byron temblaba, Rubén y Steven se armaban en una disputa, mientras que Erick parecía ser que había logrado quedarse aparentemente dormido sobre la mesa redonda.

—Rubén, te voy a hacer una pregunta, y quiero que me la respondas con toda sinceridad, ¡por nuestro pacto! ¿Qué le pasó a Sara?

Hubo silencio.

—¿¡Qué le pasó!?

—Erick, bueno nosotros... ¡No sé, no sé qué decirte!

—¡La arrojé al lago! —Howard volvió a la vida.

—¡Erick cállate!

—¿¡La mataste!?

—No —comenzó a reír—, pero no me falta mucho.

—Rubén…

—¡Ya cállense! No le ha hecho nada, o al menos que yo sepa.

—¿¡Hacerle de qué!?

—¿Entonces qué pasó? ¡Que alguien diga algo! —Byron estaba entrando en una de sus crisis de pánico.

—¡Disculpen! —un par de guardias del centro se vieron obligados a acudir a su mesa.

Las personas que se hallaban cerca describieron a los cuatro hombres como un potencial peligro, pues según una de las mujeres de la mesa vecina, había dicho: «Se gritan mucho y parece ser que en cualquier momento comenzarán a golpearse».

—Los clientes se la han pasado quejándose de su escándalo, creemos que ya es tiempo de que se retiren.

—¿¡Nos estás corriendo!? —Howard se levantó, ahora todo su cuerpo y semblante representaron una viva hostilidad— En este lugar se viene a beber y a divertirse, si hubiera querido un lugar silencioso me hubiese largado a la iglesia. ¡Dile a los imbéciles aquellos y a sus putas que se metan sus quejas en…!

—¡Dímelo a la cara, imbécil! —uno de los hombres de la mesa cercana alcanzó a escucharlo, y cuando todos se dieron cuenta, el hombre caminaba hacia Howard.




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