Celda De Diamante

Cap. 4. Volviendo al pasado (Parte 1)

ALGUNOS VERANOS ATRÁS

Era el final del verano en Dallas, Texas al sur de los Estados Unidos. El timbre escolar sonaba indicando que las clases estaban por dar inicio. Aquel momento diurno era considerado como el inicio del quinto semestre en la Universidad de Marketing y Económico-administrativa de Texas; muchos de estos estudiantes estaban entusiasmados por regresar de las vacaciones de verano y reencontrarse nuevamente con sus viejos compañeros y amigos. La música sonaba en los reproductores discman, los universitarios llegaban en bicicletas, otros en autos o camionetas, y finalmente estaban los que preferían caminar. Frente al camino principal del centro universitario aparcó un coche marrón con placas de Minnesota, y de él bajó a paso tímido Rubén Helman en el que sería su primer día de clases.

Rubén y su madre decidieron mudarse a Dallas apenas el año pasado, luego de que ésta volviera a contraer matrimonio con un hombre llamado Carlise Helman, el hombre que tiempo después le daría su apellido a Rubén. En Minnesota, durante la primavera de 1986, y cuando el muchacho tenía apenas ocho años de edad, su padre biológico murió de Tifus, enfermedad que fue ocasionada tras largos años de trabajo en las recónditas cañerías infestadas de ratas.

En aquel tiempo Rubén —hasta cierto punto— era como cualquier otro niño de su edad, absurdamente pensaba que cuando su madre se volviese a casar, él se vería sometido en un mundo desperfecto y lleno de sufrimiento, pues lamentablemente muchos de los programas televisivos y algunas películas del cine clásico nos han dado una imagen errónea de los padrastros. Suelen colocarlos como unos seres sin corazón, como unos perversos y abusivos, pero, en este caso sucedió todo lo contrario. Carlise acogió a Rubén como el mejor regalo de su vida, le dio estudios, atención, amor y una vida desbordante de comodidades.

—Bien —Carlise le quitó el seguro al auto—. Este es tu primer día, ¿cómo te sientes?

—Estoy algo nervioso.

—No dejes que te intimiden, sé que estarás bien.

El joven se bajó, suspiró antes de entrar y fue entonces que todas las miradas de desprecio y burla recayeron sobre él. Desde la muerte de su padre, Rubén se había vuelto un niño reservado, aislado y un tanto paranoico; no le gustaba salir con amigos o que éstos lo visitaran; detestaba su cuerpo y su inútil manera de sociabilizar. Durante sus años escolares en Minnesota no había tenido gran problema; sus compañeros lo ignoraban, los profesores preferían apartarlo, y esto a él le gustaba, pero desde el momento en el que pisó su nueva universidad, todo cambiaría, el sujeto sería el centro de casi todas las miradas, escarnios y conversaciones de mal gusto, pues al final de cuentas, Rubén era el chico nuevo.

Cuando intentó entrar a su salón de clases, se encontró con dos compañeros suyos que hablaban bajo el umbral de la puerta. Ambos hombres no parecían ser personas malas, sin embargo, Rubén se daría cuenta de que muchas veces las apariencias suelen ser engañosas.

—¿A dónde vas? —uno de ellos lo tomó del brazo.

—Este es, este es mi salón, supongo.

—¿Supones? No te había visto por aquí, ¿no eres de primer semestre?

—No, bueno yo me mudé…

—¿Es decir que eres nuevo? ¿Qué tienes? ¿Estás temblando?

—Déjalo Bart, si sigue así terminará orinando el suelo —se burló su otro compañero. Entonces los dos se echaron a reír.

Rubén siguió hasta su respectivo asiento, dejó su mochila de lado y escondió su rostro entre ambos de sus brazos para apaciguar la vergüenza. Unos minutos después la profesora de la asignatura: Administración bancaria y servicios, estaría entrando al aula, dando los buenos días e iniciando con el primer tema del semestre.

—Helman —exclamó la mujer sin tener compasión—. ¿Puedes leer el capítulo 6 de la página 115, por favor?

Rubén hizo su mayor esfuerzo, comenzó a pronunciar una por una las palabras del libro, pero cualquier intento de hacerlo bien resultó en vano. El muchacho estaba muy nervioso, tenía puestas sobre él todas las miradas del salón, y muchas de ellas no eran para nada agradables.

—¡Habla bien, joto de mierda! — Bart Toldder le lanzó una pelota de papel y saliva.

—¡Silencio! —la profesora golpeó el escritorio con una regla y después se reacomodó los lentes— Joven Helman, hable más fuerte que no se le escucha. Los demás, guarden silencio.

La mayoría se seguía riendo, otros lo ignoraron, y al fondo del caótico salón, un rostro tierno lo observaba con mucha tristeza.

Durante la hora de receso, Rubén prefería estar sin compañía de nadie. Sentado debajo de un enorme roble, el muchacho lo volvería su refugio de tantas horas. El lugar era idóneo, callado, fresco y muy pero muy cómodo. Desde ahí, él podía ver a los demás estudiantes jugar futbol bajo el caluroso sol de la tarde. En la universidad a veces se realizaban torneos de hombres y mujeres, y cuando eso sucedía, las clases en todo el campus quedaban exentas. Rubén bien podría contar un montón de anécdotas de las que él fue testigo, por ejemplo, a los dulces chicos que intentaban cortejar a la joven de su agrado, ya fuese invitándola a salir, o regalándole un sencillo ramo de flores en medio de silbidos penosos de sus amigos que los alentaban.




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