Celda De Diamante

Cap. 5. Recuerdos de un pasado tormentoso (Parte 2)

Byron orinaba en un arbusto cercano, Rubén no dejó de verse el gran pedazo de panza que le colgaba por fuera del traje de baño, y Steven leía una revista XXX sobre un par de ramas de un árbol. Eran las tres de la tarde y el agua del lago estaba templada, los cuatro habían acordado verse ahí para nadar un rato y arrojarse una vez más sobre la cuerda del risco; cuando de repente:

—¿¡Qué mierda te pasó!? —Steven se arrojó de la rama que lo sostenía, e incluso su revista pornográfica salió volando lejos.

Howard había llegado, el muchacho tenía la cara llena de golpes, el labio roto y una larga cortada en la mejilla izquierda, lo que claramente fue motivo de atención de sus compañeros. Byron alcanzó a sostenerlo antes de que éste se desplomara, lo sujetó con fuerza y posteriormente le ayudó a sentarse. No era necesario levantarle la playera, con los quejidos y los gestos de dolor que ponía el chico, bastaba para saber que tenía golpeado todo el cuerpo, y que incluso podría tener alguna costilla rota.

—¿Erick, quieres que te vaya a conseguir una bolsa de hielo?

—No, déjalo así, no quiero que me dejen solo.

Todos permanecieron en silencio, se habían acostumbrado que aquel tipo de momento se encargaba de expresar todo su apoyo. No obstante, Rubén estaba pasmado, no entendía qué estaba sucediendo y porqué nadie se atrevía a decir nada, por lo que no pudo contener sus ganas de preguntar.

—¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo esto?

Howard lo miró, y sonrió agriamente.

—Él —los demás entendieron a quién se refería—, mi papá.

Steven también aprovecharía para saber toda la historia.

—¿Le intentó hacer algo a Jadela?

—De hecho le pegó. Traté de meterme, pero… le tengo miedo.

—¿Qué hay del bebé? ¿No le causó ningún daño?

—No creo, no la golpeó en la barriga. Y dudo que vaya al médico, no creo que diga lo que él nos hace.

—¿Un bebé? —cuestionó Rubén, y aunque la pregunta no sería directa, cuando se dio cuenta ya la había dicho.

—Sí, la madre de Erick está embarazada.

Hubo silencio y nada más que eso; de pronto, una fuerza casi irreal se apoderó de Erick, y aquello fue tan monstruoso que le permitió levantarse de golpe olvidándose el dolor palpitante de todos sus moretones.

—¡Ya estoy harto de sus tratos! —gritó— ¡No lo soporto ni un puto día más en mi vida!

Steven y Byron apretaron sus labios, lo dejarían gritar y desahogarse, que hiciera lo que ellos no se atreverían.

—Estoy tratando de convencer a mi madre de largarnos, de largarnos a donde él no pueda encontrarnos, ¡pero no quiere! le tiene miedo. No sé qué va a pasar, pero si me vuelve a poner un dedo más encima, soy capaz de…

—Basta, Erick, no lo digas.

—¡Déjalo que lo grite! —Byron perdió su propia cordura— ¡Deja que lo diga! ¡Qué quiere asesinar a su padre!

Y cuando el moreno pudo darse cuenta, Howard llegó hasta él, y tomándolo de la camisa lo sometió contra un árbol.

—¡Vuelves a decir eso y te arranco la lengua, perfecto hijo de puta!

—¡Sepárense los dos! —Steven se metió entre ambos.

Pero Byron continuó con su pesar:

—Te quejas de tu vida como si fuese lo peor del mundo, ¡no eres el centro del universo, Erick! Todos tenemos problemas.

—¡Pero no como los míos!

—¡Por favor! ¿Tú sabes lo que es vivir con el remordimiento de la muerte de tus padres? Y pensar que todo es culpa tuya porque no hay ni un solo maldito día que no te lo griten. ¿¡Lo sabes!?

—Créeme que muchas veces he deseado que mis padres estén muertos.

—¡No tienes idea de lo que deseas!

—¡YA CÁLLENSE LOS DOS! —Steven los aventó.

—¡Mira lo que somos Erick! Un imbécil miedoso, un pendejo que desea tener todo bajo control y un estúpido adicto a la pornografía.

—¡Cállate maldito negro, conmigo no te metas! —de pronto, Steven ya formaba parte de la pelea.

Albert Steven Ross, aquel muchachito de aparentes ojos risueños también tenía razones muy buenas para ahogarse en sus lágrimas. Frente a sus ojos, los problemas de sus dos amigos no se comparaban absolutamente en nada con los suyos. Desde que la madre de Steven volvió a contraer matrimonio en 1982, su nueva pareja había sometido al niño a dañinos abusos emocionales y repetidas violaciones sexuales. Con el tiempo, Steven desarrolló un terrible gusto por el contenido pornográfico y a la masturbación. Vaya que le costaba sociabilizar con mujeres, y cuando por fin una preciosa chica se le había acercado y lo había invitado a un baile otoñal, éste no pudo asistir, no quería presentarse con una sonrisa mientras que por dentro el dolor de la hórrida penetración no lo dejaba ni siquiera caminar. Sharon se quedó detestándolo, la muchacha no quiso volver a saber nada de él, y él, en silencio, solo le quedó aceptarlo. Aparte de su adicción, al chico le horrorizaban los espejos, muchas de esas copulaciones fueron realizadas frente a un espejo, al bastardo que lo dominaba le divertía recostarlo sobre el cristal y ver cada una de sus expresiones de asco, culpa y desprecio.




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