Celda De Diamante

Cap. 6. Mientras tú te reíste de ella (Parte 2)

Cada vez que se le escuchaba al candado de la puerta caer, a Sara la electrocutaban cientos de voltios de horror y desesperación. Tratando de arrinconarse lo más que pudo contra el colchón de su secuestro, ella deseaba ocultarse ante la barbarie más atroz de su vida.

—Sara —Erick entró, la miró y arrojó la jaula del perro al centro del cuarto—, mira lo que te he traído.

El piso comenzaba a secarse, ella se irguió y un descomunal sentimiento le asestó el corazón al reconocerlo. A su vez, el perro se volvió loco dentro de aquella jaula, trataba de aullar, arañar y salir, ver y sentir a su dueña una vez más.

—¡Mi perro! ¡Dios mío, es mi perro! ¡Hardy!

Erick se apiadó de la escena, no porque estuviera realmente conmovido, sino porque todo formaba parte de un elaborado plan.

—Te voy a soltar y a él lo dejaré salir, pero si le quitas el bozal, soy capaz de matarlo delante de ti, ¿entendiste?

—Sí, sí.

Howard le liberó los pies y los brazos, y casi de inmediato ella salió disparada, buscó con empeño la puerta de la jaula y liberó al animal, quien se envolvió en su cuerpo, le trompeó el rostro y realizó innumerables sonidos extraños. El plan de Erick iba bien, la empatía que la chica y el perro tenían era apenas el inicio de todo, y después de unos minutos, cuando él ya se había acostado en la cama y bebía una lata de cerveza, pudo comenzar con su muy elaborado interrogatorio personal.

—Sara —dijo y hasta el perro pareció temerle—. Todavía no me has dicho quién fue el responsable de todo esto.

—¿A qué te refieres? —la muchacha no se atrevió a mirarlo.

—¿Quién te dijo todo eso? Todo lo que me gritaste en nuestra última pelea en tu casa.

—Yo, no, no lo sé. No recuerdo muy bien.

—Eso es estúpido y lo sabes. ¿Quién te lo dijo? —el sujeto se enderezó.

—No me acuerdo, Erick.

—Sabes que no es nada bueno terminar con mi paciencia. Por si ya lo olvidaste, tu madre, tu hermana y tus malditos amigos están muy cerca de mí, no me obligues a desquitarme con alguno de ellos —el abismo siniestro de sus ojos le indicó que no estaba bromeando.

—No recuerdo mucho.

—Dime lo que recuerdes.

—Yo, yo me encontraba en mi trabajo, era un día martes cuando una persona se me acercó.

—¿Quién era?

—No lo sé, te lo juro, jamás me dijo o le pregunté su nombre. Solo recuerdo que me sujetó la mano y después me dijo algo como: Aléjate de él, no sabes el daño que te está haciendo.

—¿Qué más? —él se sentó.

—Después me tomó del brazo y volvió a decirme: Estás viviendo con el peor error de tu vida, y tarde o temprano terminará contigo. ¿Quién era, Erick?

—No sé. Por más que trato de pensar, no lo relaciono con nadie de mi vida o de mi pasado. Sara, tienes que recordar más detalles, algo, ¡recuerda!

—¡Era una mujer!

—¿Una mujer? ¿Mi madre?

—No. Era una mujer de unos cuarenta años aproximadamente.

De la nada, los ojos de Howard se tornaron todavía más oscuros cuando el azul de ellos se consumió en una frustración espantosa.

—¿Sabes qué? Mete al perro en la jaula —le ordenó.

Sara se desvaneció en su tristeza y comenzó a llorar.

—No, no me lo quites por favor. No quiero que te lo lleves. Erick, déjalo un poco más, te prometo que no te voy a dar problemas.

—Te dije que metas al maldito perro a la jaula.

—No quiero perderlo, por favor déjalo aquí.

Hasta ese momento Hardy había estado tranquilo, pero cuando percibió movimiento se lanzó contra él en un intento vano por atacarlo. Howard no lo pensó por mucho tiempo, con el bozal puesto, el hombre tendría mucho más control sobre el animal que antes. Levantó el garrote de madera y le propició varios golpes mientras Sara gritaba y corría para protegerlo.

—¡Déjalo! ¡Ya no le pegues! —llegó, lo tomó por la correa y jaló de él—. Está bien, está bien, lo devolveré a la jaula, pero ya no le pegues.

—¡Muévete! —Erick fue por ella, aprovechó que el perro había sido encerrado y sujetó a la chica arrastrándola de vuelta a las cadenas de la cama.

—¿¡Qué le vas a hacer!?

—Eso no es asunto tuyo.

—¡Erick! ¿¡Qué le vas a hacer a mi perro!? ¡No lo lastimes! ¡Erick, devuélveme a mi Hardy! ¡NO TE LO LLEVES!

El hombre no le daría explicaciones, arrojó la lata vacía de cerveza a una esquina del cuarto, se puso una gorra vieja y salió cargando la jaula consigo. Ya tenía planes para el desafortunado animal.

Cualquier persona que hubiese estado tan cerca de la carretera, bien podría haber escuchado las llantas del auto derrapar en el pavimento mojado. Su coche negro corrió a una alta velocidad llevando en la parte trasera al único ser vivo capaz de haber visto a Elizabeth, pues Hardy seguía encerrado en la jaula de plástico y acero. Howard manejó hasta uno de los extremos del lago en Arrowhead Area, al lado sur de su casa. Al bajar, llevó consigo al canino que no dejaba de moverse y arañar el plástico.




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