Mientras tanto, Iker y Elaine se disputaban en una gran pelea, ambos planeaban regresar a la comisaría.
—¿Por qué no le dijiste nada?
—¿Qué querías que le dijera?
—Por lo menos que buscarías conseguir una orden de registro y volverías para revisar su casa.
—Iker, las órdenes de registro solo las entregan cuando es un sospechoso, ¡y Erick no es un sospechoso!
—¿Entonces qué es?
—Hasta el momento, el ex novio de Lizzy.
Un par de luces azules y rojas brillaron en el espejo retrovisor, Elaine se mordió el labio y el corazón dejó de latirle.
—¿Qué es eso? ¿Es la policía? ¿Por qué frenas?
—Porque yo soy la policía, imbécil —Collins aparcó al costado de la carretera, y fue entonces que un policía con linterna en mano se acercó a ella por la ventanilla.
—¿En dónde estaban?
—Buenas noches, papá.
—Hola señor don agente.
—Elaine, te hice una pregunta —el hombre ignoró por completo el saludo de Iker.
—Visitamos a Howard, padre.
Rodrigo los llevó de regreso. Decir que estaba molesto era poco, sin embargo y a diferencia de su novata hija, él no se lo expresó de ninguna manera. Dejó a los amigos en la sala de espera, ordenó que se les diera un café cargado y entonces desapareció.
—Yo ya me voy, mañana seguiré buscando a Hardy.
—Iker, ¡deja de buscar al maldito perro! ¡Ya me tienes harta!
—¡La perra eres tú! ¡Tú más que nadie sabes quien hizo esto! ¡Sabes que Erick tiene algo que ver y te niegas a reconocerlo! ¿Por qué Elaine? Porque tienes miedo de señalarlo como sospechoso, ¿es eso? ¿Tienes miedo de equivocarte?
—Cállate por favor.
Iker se puso su chamarra.
—Espero, Elaine, que cuando todo esto termine, si es que termina, no te arrepientas de no haber encerrado a Howard —entonces se fue.
Rodrigo regresó con dos vasos de café en las manos.
—¿Ya se fue? —preguntó.
—Papá, por favor no empieces. No esta noche.
—Claro que voy a empezar, Elaine. Te dominó, un simple muchacho escuálido te obligó a ir a esa casa y tú lo obedeciste.
—¡Se subió a mi auto!
—¿En dónde tenías las llaves?
—Yo no sabía que él las iba a tomar.
—¿Y si hubiera sido tu arma? ¿Qué hubiera pasado si tomaba tu arma y le disparaba a Howard?
—Basta, papá.
—¿A dónde vas?
—¡Ya no soporto ni un solo minuto más seguir aquí!
—¡Elaine!
—¡No es de tu incumbencia! ¡Déjame!
Había conducido poco más de cinco horas hasta El Centro Penitenciario Estatal de Luisiana, Estados Unidos, la mujer se basó de toda su astucia y reconocimientos para poder pedir una cita de encuentro con alguien de su lejano e indirecto pasado, alguien que sin lugar a dudas tendría una parte muy importante en su vida a partir de ahora.
Luego de presentar su placa del Buró Federal de Investigaciones otorgada en Quántico, los policías y guardias le dejaron pasar. Al principio dudó, Elaine ya tenía el mango del teléfono color naranja que utilizaría como su único medio de comunicación; miró el techo, respiró profundo y al final decidió hablar.
—Volker —dijo.
Estaba segura que al otro lado alguien sonrió.
—Cuánto tiempo, querida Elaine. ¿Cómo está tu padre?
—No he venido para hablar cosas de mi padre.
—Vaya agresividad, pero no logra sorprenderme. ¿Qué sucede Elaine?, no creo que sean buenas noticias.
—No, no lo son —se recargó en la pared—. Quiero saber algo que solo tú podrías responderme.
—¿Yo? Ja, ja, ja. ¿Cómo por qué tendría que responderte?
—Porque es algo que solo tú entiendes. Quiero saber por qué, ¿por qué lo hacen? ¿No sienten nada, o qué pasa por su cabeza en ese momento?
Indudablemente, Volker le estaba entendiendo.
—¿No son preguntas estúpidas para alguien de la policía, sobre todo para una agente egresada del FBI?
—¡Respóndeme!
—No —hubo un corto silencio—. Creo entender a lo que te estás refiriendo, y realmente no, no se siente nada. Se le llama estado disociativo. Cuando un asesino logra separarse del crimen y convierte a sus víctimas en simples objetos, perdemos toda la carga emocional. Lo que a ti te podría afectar, en personas como yo no tiene ningún efecto. Los detalles salen sobrando, y te vuelves uno con tu instinto primitivo.
—Estoy llevando un caso, Volker.
—El caso de Sara Allen, ¿no es así? —sonrió.
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo televisor, Elaine. Es uno de los pocos privilegios que me han dejado tener en este lugar de porquería.
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Editado: 07.05.2024