Celda De Diamante

Cap. 7. Víspera criminal

Habrán hecho falta palabras para describir las escenas más estremecedoras y monstruosas que duraron tan solo siete minutos. Entre patadas y golpes se mostró una verdadera personalidad, Erick parecía estar cegado de violencia y buscaba la manera de destruir lo que estaba creciendo en el interior de Sara. La tomó de su cuerpo que estrelló varias veces contra la pared, la lanzó contra la mesa, contra la silla y la cama, la arrastró en el piso y le llenó de patadas el vientre. Las paredes se llenaron de gotas de sangre, las cosas se rompieron, y aunque Steven, Byron y Rubén trataron de calmarlo, no había nada que pudiera controlar su instintivo ataque.

—¡AAAAH! ¡AAAAH! ¡AAAAH! ¡AAAAH! ¡AAAAH!

—¡Déjala, Erick! ¡Déjala!

—¡SUELTAME! ¡AYÚDENME! ¡QUÍTENMELO!

—¡CÁLLENSE Y NO SE METAN! —los amenazó.

Byron se cubrió los oídos, Rubén miró hacia otro lado y solo Steven aguantó tanta maldad. Finalmente se arriesgaron a sujetarlo, lo arrinconaron contra la pared y trataron de someterlo.

—Esto es su culpa, ¡son unos imbéciles! ¡SUÉLTENME!

Y absolutamente nadie se atrevió a discutirle lo contrario.

—¡Espera! ¿a dónde vas? —Steven lo alcanzó en las escaleras, pues le aterrorizaba la idea de que se marchara en ese estado.

—¡A terminar con el caso de dos perros!

—¿Dos perros?

—¡Sara, levántate! —Byron intentó erguir a la muchacha.

—¡No puedo, me duele mucho! ¡Hagan algo, me duele mucho!

Su cometido había sido alcanzado, cuando todos pudieron darse cuenta, Elizabeth sangraba, y era tanta la hemorragia que el suelo se llenó de sangre al igual que sus manos y su ropa.

1

—¿Y Howard? —cuando Iker entró a la oficina de Elaine, y al verla sola con una taza de café en sus manos, le fue inevitable soltar la pregunta.

—Se fue a su casa.

—¿¡Cómo!? ¿Lo dejaste ir? ¿Es que te has vuelto loca o que mierda te pasa, Collins?

—Suena curioso que me digas eso, porque es exactamente lo que él vino diciéndome todo el trayecto hasta aquí. ¿Se ponen de acuerdo, o qué sucede?

—¿Te sientes bien? ¿Tiene algo tu café? ¡Claro!, como no puedes beber alcohol en el trabajo, lo has disuelto con cafeína. Perdón, tengo que encontrar algo lógico para entender toda la protección que le das a Howard.

—No tengo pruebas para detenerlo, y créeme que si ya las tuviera, ya lo habría detenido.

—¿Entonces qué quieres?, ¿su confesión?

—Iker, aun así, si Erick confesara el haber secuestrado a Sara, no bastaría. La ley ya no castiga a los sospechosos con solamente su confesión, ahora requiere pruebas que respalden esa confesión, y al menos yo no las tengo.

—¿Qué más pruebas quieres?...

—No, el odio que el perro siente hacia él no es una prueba.

—¿Has visto cómo se comporta Hardy cuando lo ve? Elaine, el perro lo quiere destrozar, y es por algo.

—¡Iker, basta! No puedo dejarme llevar por cosas como esas —se frotó el rostro—. Escucha, yo también pienso que Erick sabe algo, pero no encuentro la manera de que lo diga. Solo… dame tiempo.

—¿Cuánto más? ¿Cuánto tiempo más? ¿Hasta que encontremos a Lizzy muerta?

—No, vuelvas a decir eso.

—¿Entonces?

—Por lo menos hasta que Erick se sienta más destruido. Quiero que se quiebre.

—¡Ja! ¿Enserio te vas a tragar ese cuento? Howard estará de todo, menos destruido.

2

Cuando Byron exprimió el paño dentro de la cubeta, el agua se pintó de sangre. El chico moreno había terminado de lavarle el vientre, las costillas, la parte interna de sus muslos y sus rodillas, pues sin ningún motivo perverso solo quería evitarle a Sara alguna infección. Sus heridas estaban horribles, tenía la mayor parte del cuerpo inflamado y adolorido, y un importante golpe en el lado derecho que anunciaba un par de costillas rotas.

—Lo lamento Sara, de verdad no sabes cuánto lo siento.

—No me puedo mover.

—Lo sé, quien sabe cuántos huesos te habrá roto.

Lizzy comenzó a llorar:

—¿Por qué no me mató?

—Estuvo a punto.

—Lo hubiera preferido. Ya no quiero estar aquí, Byron. Por favor, te suplico que si temes liberarme, por lo menos termines con mi vida.

—No me digas eso.

—Byron, Erick ya me ha hecho el daño suficiente, ¡ya no quiero seguir aquí!

Rubén y Steven se asomaron al cuarto, la vieron llorar pero afortunadamente no pudieron oír nada de lo que la muchacha le estaba pidiendo. Steven le gritó que se apresurara, y fue solo entonces que el chico volvió a cerrar los grilletes para marcharse.

Las luces de la bodega se apagaron, Sara se había vuelto a quedar sola, sola y con miles de preguntas sin respuestas en su cabeza que solo giraban como una espantosa tromba de agonía y arrepentimiento.




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