Celda De Diamante

Cap. 8. El espectro de un hombre cruel (Parte 2)

Los inquietantes rasguños del perro en la puerta terminaron con la paciencia de Amalia. La mujer lanzó el vaso de alcohol contra la pared y le gritó a Roxana que hiciera algo para callarlo.

—No sé qué es lo que tiene.

—¡Dile que se calle! ¡Me está asustando! —y de la nada comenzó a llorar.

Roxana se acercó a la habitación, abrió la puerta y el perro salió corriendo como loco. Se subió a los sillones de la sala, corrió y salió de la cocina, volvió a subir las escaleras y se paró en la azotea aullando con desesperación; chillaba y daba de vueltas sin tener tranquilidad, casi como si alguien le estuviese pegando.

—¡Hardy!, cálmate, ¿qué te sucede? —pero antes de que pudiera sujetarlo del collar, pasó lo inimaginable; se lanzó de la azotea.

Roxana pegó un grito horrorizada, el animal había saltado y caído al suelo, en donde tras un quejido de dolor, se puso en pie y corrió hacia los maizales donde no se le volvió a ver durante un largo rato.

—¡Hardy! —Roxana salió corriendo detrás de él, pero todos sus esfuerzos por encontrarlo fueron en vano. El perro se había ido.

2

Cuando Steven estuvo a punto de morder su hamburguesa, una detestable sensación le carcomió la lengua. Era la primera vez que le sucedía eso, y no podía culpar a la comida rápida de Crowder, ya que ni siquiera había probado un solo bocado de esta. El muchacho se levantó, la tiró en el cesto de basura y luego de enjuagarse la lengua con agua, la escupió por la ventana. Steven y Byron se vieron obligados a pedir alquiler en alguna propiedad o departamento de Crowder, pues su infame secreto los mantenía encadenados a dicho pueblo, por lo que el retorcido payasito de feria decidió alquilar una pequeña propiedad en el centro, un lugar basto pero que le permitiera ver sus películas y revistas pornográficas sin que nadie lo molestara.

El sujeto estaba en busca de prepararse un huevo revuelto cuando la llamada telefónica de Erick entró.

—¿Aló?

—Steven… Steven.

—¿Erick? ¿Qué te pasa?

—Pasó algo malo.

—¿Te ha atrapado la policía?

—No.

—¿Entonces? ¿Qué demonios hiciste?

—Ya no respira… —hubo un perturbador silencio—, ya no quiere respirar, no se mueve.

—Maldita sea, ¿qué mierda le hiciste a Sara?

—¿Qué hago?

—No hagas nada. Menuda mierda que nos va a cargar. Tienes que tranquilizarte, yo iré por Byron y Rubén —cerró la llave de la estufa, apagó su televisor con pornografía y salió. Ya para este momento su corazón le palpitaba.

Quien no conoce el olor de la sangre, no ha conocido el infierno. Decir que el aroma se termina pasando unos minutos, significaría estar mintiendo. Howard se había entregado a su verdadera naturaleza homicida, aquella que estuvo guardada durante muchos años, y que ahora había vuelto a visitar la superficie. Cuando Rubén, Steven y Byron arribaron al recinto de espantosas imágenes, el shock de emociones resultó ser fatal. Poco faltó para que salieran corriendo y vomitando.

—Ahora sí creo lo de su padre —comentó Rubén.

—Cállate imbécil —Steven le dio un golpe en las costillas—, qué no se te ocurra mencionarlo frente a Erick.

Y ahí, en medio del interminable charco de sangre, Erick sostenía entre sus brazos el cuerpo de Sara. No lloraba, no dijo nada cuando los vio llegar, simplemente existió y ya.

—¿Qué hiciste, grandísimo pendejo? —Steven fue el primero en atacarlo.

—¿Te volviste loco? ¡Vamos a ir presos todos…!

—¡No, Rubén! —Byron defendió su integridad— ¡Él va a ir preso! Nosotros no tuvimos nada que ver, ¡yo ni siquiera la toqué!

—¿Voy a ir preso? —la voz fría y siniestra de Howard consiguió fuerza para contestar—. ¿De verdad creen que voy a ir preso solo? Yo la maté, ¡pero ustedes son tan culpables como yo! ¡A ustedes tres, trio de inútiles se les escapó! ¡Cuando yo llegué, Sara estaba libre! ¡No solo me pueden culpar a mí!

—¡Cállate! —gritó Byron—¡El psicópata eres tú, no nosotros!

Su primer error de Byron sería haberlo llamado psicópata, porque primero que nada, Erick no era un psicópata. Los psicópatas no lloran ni se arrepienten, y muy en el fondo, Howard estaba arrepentido.

—¡Basta! ¡Basta! —como siempre, Steven se metió entre ambos—. Vamos a calmarnos todos, necesitamos tener la mente fría para pensar. Por algo estamos los cuatro, ¡los cuatro, Byron!

Erick se levantó, arrojó el cuerpo de Sara a un lado y se sacudió el pantalón, lo que no le ayudaría demasiado, ya que el ochenta por ciento de su ropa estaba cubierta de sangre. El silencio se apoderó del lugar y un falso luto envolvió el ambiente. Todos yacían recargados en las paredes, con los brazos cruzados y eludiéndose las miradas de reproche. Cuando Erick regresó de haberse medio lavado, el más cuerdo, al menos en ese momento, habló:

—Escuchen —Steven tomó la palabra—, lo primero es deshacernos de cualquier evidencia, y en este caso nuestra prioridad es el cuerpo.




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