Celda De Diamante

Cap. 8. El espectro de un hombre cruel (Parte 3)

Rubén sostuvo las bolsas plásticas mientras Steven y Erick se encargaban de meter los trozos cercenados y limpiar el piso lleno de sangre.

—En el auto hay cloro y amoniaco.

—No seas idiota Steven, eso no quitará ni las manchas ni el hedor.

—Bueno, no se me ocurrió otra idea con qué limpiarlo.

Pero Byron ya se encontraba trapeando el lugar.

Sucedió exactamente a las dos cuarenta y cinco de la madrugada cuando los cuatro dispusieron que era hora de marcharse. Howard se había cambiado de ropa, el momento había llegado cuando los cuatro inseparables amigos arrastraron tres enormes bolsas hasta el coche de Rubén. El hombre manejó en diferentes direcciones para no ser intersectado por otro policía y evitar tener la misma tragedia que Erick ocasionó la vez pasada, y de la cual, Steven y Byron seguían sin enterarse.

—¡AUCH! ¡Con cuidado que me duele! —Erick le golpeó la mano a Steven cuando éste intentó vendarle la mordida del brazo.

—Deja de quejarte, pareces un niño. Mejor piensa qué vas a decir cuando alguien te vea los golpes de la nariz y la marca del brazo.

¿Y acaso a Erick pareció importarle? No. La verdad es que a estas alturas nada le parecía lo suficientemente valioso o peligroso para ahorrarse su inocente rostro de apariencia tranquila. Por el contrario, se acarició las hendiduras como si estas le trajeran muy buenos recuerdos.

—Erick —lo llamó Rubén viéndolo desde el retrovisor—, ¿Por qué no te duermes un rato?

Casi veinte minutos después, los cuatro bajaron ayudándose mutuamente a cargar las pesadas bolsas negras. Descendieron por un camino profundo que cubrían los enormes árboles y pinos, las llantas del auto se atorarían en la maleza y el lodo, así que tuvieron que seguir a pie.

—¿Aquí la dejamos? —Rubén se había quedado sin aliento.

—Me parece un buen sitio —los ojos de Steven recorrieron el lugar—. Aquí hay que dejarla.

Y fue así como cada uno tomó la herramienta de su predilección y comenzaron a cavar.

—Erick, ayúdanos —Byron clavó la pala en la tierra.

—Olvidaré que escuché ese comentario —y regresándole sus mismas palabras de hace unos minutos, Howard decidió sonreírle.

Cavaron un agujero profundo, un pozo de abismal oscuridad que inquietaría a cualquiera por su profundidad y amplio tamaño. Rubén se metió a la tumba y desde ahí comenzó a recibir las bolsas que sus amigos le pasaban.

—Rápido, sáquenme de aquí —el hombre sintió la desesperada necesidad de salir cuando miró a Erick acercándose.

—Descansa mi amor —Howard se arrodilló en la tierra, y jamás se supo lo que sintió al hacer esto, tal vez lo hizo con la intención de burlarse, o tal vez su despedida tuvo algún nivel de sinceridad.

—Byron, si te vuelves a vomitar, esta vez si te rompo la nariz —después de su amenaza, Steven se giró hacia Erick—. Vamos, es hora de irnos.

Una vez dentro del coche, Byron no pudo dejar de lado su pregunta más inquietante:

—¿Qué va a pasar si la policía encuentra el cuerpo?

—Eso no sucederá. La dejamos en un lugar que las personas no suelen frecuentar —le respondió Steven.

—¿Y si por alguna extraña razón algún policía nos detiene en este momento?

—¿¡Quieres callarte!?

—Yo que tú no me preocuparía por eso. Créeme —Rubén miró por el retrovisor a Howard—, en un momento como ese, a Erick es a la última persona que desearías encontrarte.

—Erick —Steven lo observó—, ¿estás bien?

Y en respuesta, Howard esbozó una sonrisa demencial.

—¿Por qué no debería estarlo? —después se puso a limpiar el brazalete de los restos de sangre, o al menos él creyó haberlo limpiado bien.

Una oleada de espantosas pesadillas recayó sobre ellos, sueños llenos de angustia y temor que trajeron consigo una infinidad de recuerdos detestables.

Steven se revolcaba entre su cama, apretaba las sábanas en un intento desesperado por despertar y no poder hacerlo. El muchacho pareció que se ahogaría, escupió saliva y gimió llorando amargamente. Dentro de su cabeza veía las pesadas manos de un hombre recostarlo en su cama, colocarle un espejo al frente y reírse mientras abusaba sexualmente de él.

—¡Detente! —le pedía el niño.

Los gráficos eran aterradores, se vieron tan reales que más bien parecieron formar parte de un recuerdo, el recuerdo de la primera vez que su madre lo dejó solo con el hombre que al principio le compró juguetes, dulces y que le enseñó a andar en bicicleta.

—¡NO! ¡NO! ¡NO! —gritó cuando el golpe del suelo lo devolvió a la realidad.

Steven se había caído de la cama, asustado y llorando se lanzó hacia sus estantes para sacar una de sus tantas revistas para adultos y calmar sus nervios, sin embargo y para su colosal desgracia, aquello solo le hizo sentir más repudio por sí mismo. El ver a la modelo desnuda de una página en específico le recordó el cuerpo desnudo de Sara, y la transformación tan horrible que ésta había adquirido luego de que Erick descuartizara su cuerpo.




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